Ya en la primavera de 2016 llamaban la atención las graves inexactitudes de la entonces ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, cada vez que se prestaba a la requisitoria de la prensa.

Fue el diputado mendocino Luis Petri (UCR-Cambiemos) quien, frente a tales yerros, salió en su defensa durante un programa radial:

«Ella es una tremenda trabajadora, pero la hacen equivocar, le pasan pistas falsas y la llevan a seguir líneas investigativas erróneas».

Pongamos tal circunstancia en contexto: transcurría la primera etapa del gobierno de Mauricio Macri, y por aquellos días aún resultaba asombroso que semejante tarambana de personalidad insípida haya llegado a la Casa Rosada. Claro que en ese milagro no hubo un sólo ápice de improvisación, gracias al trabajo fecundo de Jaime Durán Barba.

Pero la magia de ese hombre no llegó a extenderse a sus colaboradores más estrechos, como la señora Bullrich.

«La hacen equivocar», insistía Petri.

Ahora, casi siete años después, ese sujeto, que acaba de ver naufragar su precandidatura a gobernador de Mendoza (vencido por Alfredo Cornejo), supo acomodarse como segundo de Bullrich en su ensoñación presidencialista. Sólo que ella no cuenta con –diríase– la dirección técnica de alguien con la estatura del titiritero ecuatoriano, sino con algunos socorristas de ocasión, encabezados por el armador de su campaña, Damián Arabia, y su economista de cabecera, Luciano Laspina.

El primero de ellos definió con elocuencia la estrategia proselitista de su mandante: «Argentina necesita una líder como Patricia y no un administrador como Horacio Rodríguez Larreta». De allí el eco belicista de sus propuestas, tipo: «Si no es todo, es nada» o –en alusión a cualquier clase de inconductas– «Conmigo, esto no pasa». Latiguillos que ella esgrime hasta a modo de saludo.

El segundo, a su vez, es el ideólogo de su proyecto para sacar al país de la crisis, a través de un combo de medidas que horroriza a buena parte de los votantes, y que Bullrich repite de memoria, acaso sin entender su significado, pero no sin añadir alocadas interpretaciones de su propio cuño.

Detengámonos en este punto.

Ante todo, hay que apreciar su gestualidad en situaciones de exposición pública: dientes apretados, labios casi inmóviles, y mirada esquiva. Así, ya en marzo, hizo un papelón en los estudios de La Nación+. Fue cuando confundió el concepto de «inflación» con el de «deflación», sin poder, además, contestar preguntas sencillas de periodistas amigables –y muy misericordiosos– con su pensamiento.

A partir de entonces, hubo otros disparates, aunque ninguno resultó tan significativo como el que se atrevió a decir, el pasado 24 de julio, durante su disertación en la Expo Rural 2023, ante referentes del negocio agroexportador:

Al respecto, su párrafo más vibrante fue: «Tenemos ya la ingeniería jurídica para salir del cepo. Pero nos vamos a blindar con una cantidad de dólares que obtendremos de modo internacional».

Quizás Bullrich creyera que esa revelación deslumbraría a los presentes, además de ser para los medios el próximo título de tapa. Pero todos se dieron cuenta de que ello era, en realidad, una remake de la estrategia del gobierno de Fernando De la Rúa al anunciar, en diciembre de 2000, el megapréstamo con el que se pretendía esquivar el default. Un salto al vacío, entre cuyos efectos colaterales resaltaba una quita del 13% a los haberes de jubilados y empleados estatales. La ejecutora de esto último resultó ser nada menos que ella, quien por entonces era ministra de Trabajo. Ya se sabe que ese fue el principio del fin y que, al año, el gobierno de la Alianza estalló en mil pedazos.

No contenta con ello, una semana después sacudió otra vez a la opinión pública –también en un programa de La Nación+–, al anunciar:

–Lo primero que vamos a hacer (ya desde la Presidencia) es entrar con una cámara de televisión al Banco Central para mostrar a la gente las reservas que dejaron. A corazón abierto le queremos mostrar cómo está el país.

–Pero no están las reservas allí –dijo uno de los periodistas, aludiendo a que tales valores no son físicos sino digitalizados o en asientos contables.

Bullrich entendió eso al revés del pepino y, muy entusiasmada, acotó:

– ¡Exacto! No están. No hay más. Hay reservas negativas.

Un gran momento de la pantalla chica.

Fue la gota que rebalsó el vaso, incluso para los integrantes de su mesa chica. De modo que, casi por reflejo, se improvisó por WhatsApp un comité de crisis para evitar así que la líder fuera tomada otra vez más para el churrete. Arabia y Laspina resultaron los voceros.

El armador atribuyó las palabras de Bullrich a una «metáfora», y agregó que «si las reservas están en una pantalla, entro con una cámara y muestro la pantalla. Pero la lógica es mostrar el estado en que te va a dejar el massismo».

Y el economista adujo por Twitter: «Es curiosa la literalidad con que se toman las palabras en esta campaña».

Cabe destacar que la precandidata ostenta una licenciatura en Ciencias Políticas conseguida, en 2002, por la costosa y poco exigente Universidad de Palermo. Y un doctorado, fruto de su tesis, en la Universidad de San Martín, en 2013, que tituló: Articulación, desarticulación y rearticulación del sistema político y de los partidos en Argentina / 1999-2007.

Una enunciación casi autobiográfica para un texto (sin mucho trabajo de campo, más allá de sus propios zigzagueos y opiniones de ciertos autores) que aborda el período en cuestión.

Las malas lenguas deslizan que ese texto en realidad fue elaborado por un ghost writer. Vaya uno a saber. 

Lo cierto es que la precariedad intelectual de Bullrich se derrama a otros campos del saber como una mancha venenosa.

Basta con evocar su reciente intervención en un foro organizado por la Fundación Internacional para la Libertad (FIL), un cenáculo de la ultraderecha liberal que lidera Mario Vargas Llosa. Allí, después de ser presentada como la «esperanza blanca» de la Argentina, deleitó al auditorio con una memorable pieza de oratoria referida al sistema educativo en su patria.

Bien vale reproducir una parte de su textualidad:

«El país vive rodeado de paros. No cumple con los días de clase, así se genera una educación totalmente ideologizada. Porque enseñan a los alumnos de la primaria, de la secundaria, el modelo, como sucedió en la década del ’40, en la década del ’50. Y hoy es el modelo de la patria total, eh… de la patria sometida al imperialismo norteamericano… al separarse de nuestras raíces de España. Es decir, esta idea de desconocer nuestra historia, y construida –siguió balbuceando– en base a un modelo ideológico que nosotros, este… estamos así porque nos hicieron ser así, porque los españoles, porque los americanos, porque el 12 de octubre no se festeja más».

Al concluir, en aquella sala hubo un pesado silencio, mientras el escritor peruano y su primogénito, Álvaro –el organizador del evento–, se cruzaban miradas cargadas de desconcierto.

Patricia Bullrich podría ser la próxima presidenta de la Nación. «