La bala que falló en lo material, no erró en lo simbólico. Algo se rompió en la Argentina el 1 de septiembre de 2022 y sin embargo la oportunidad de repararlo estaba ahí, al alcance de la mano. Pero no ocurrió. El silencio ensordecedor de la mayoría de la dirigencia opositora, la timidez de la reacción de quienes hasta hace no mucho tiempo atrás se asumían en la primera línea de defensa de “Néstor y Cristina”, las propias instituciones del Estado incapaces de sostener una convocatoria amplia para marcar el límite, todo contribuyó a abrirle la puerta a los “monstruos” del presente.
Lamentar un año después que el conjunto de acuerdos sostenido en los 40 años de democracia empieza a debilitarse para que permeen los discursos del pasado es no asumir una responsabilidad colectiva: el atentado contra Cristina marcó el retiro de las política de las calles como espacio para dirimir los conflictos, pero también para defender aquellos acuerdos básicos: no a la violencia política, no a la teoría de los dos demonios (¡qué antigüedad!), no a especular electoralmente con la muerte, por ejemplo. Todo lo que viene exacerbándose desde hace un año, aunque se sabe que esa forma de concebir la acción política ya estaba instalada desde el desembarco de Mauricio Macri.
¿Cómo puede sorprender que esta semana hayan aparecido escritas las paredes de escuelas platenses con consignas contra la Educación Sexual Integral, o que la Legislatura porteña habilite de repente una charla homenaje a las que define como víctimas del “terrorismo” convocada por la pro genocidas Victoria Villarruel?
El consenso sobre la dictadura no es un capricho de los organismos de Derechos Humanos, es una construcción colectiva sobre la que se pronunciaron todos los estamentos del Estado, desde el gobierno nacional hasta el Poder Judicial, incluida la Corte Suprema, el Poder Legislativo, el mundo entero. Reivindicar el terrorismo de Estado va contra las leyes en la Argentina, que quien le preste escenario a ese acto sea una institución democrática como la Legislatura de la Ciudad es una pésima señal. «