Desde el otro lado de la orilla rioplatense, se escucha:
El odio a las personas pobres tiene nombre, se llama aporofobia. Es una palabra nueva recién parida, pero por una herida antigua que pareciera que no va a cerrarse nunca más.
Es la murga Agarrate Catalina.
Aporofobia, rechazo al pobre, libro de Adela Cortina (2017), filósofa española, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, creadora de este neologismo a partir de los términos del griego áporos (sin recursos) y fobos (temor, pánico) que explica la necesidad de ponerle nombre a un atentado diario, casi invisible, contra la dignidad y el bienestar de las personas concretas a las cuales está dirigido.
En un mundo con una lógica basada en el dar y recibir, se rechaza y se excluye a aquel que carece de algo para devolver como retorno.
La persona o grupo de personas que son victimizadas no lo son por su identidad personal sino por pertenecer a un colectivo, ya sea por raza, etnia, religión, sexo o tendencia sexual, discapacidad o disidencia política, al que se les adjudican características que fundamentan los crímenes perpetrados contra ellos.
Se evidencia la necesidad de deshumanizar al sujeto para convertirlo en objeto.
Película repetida de una trama fantasmal, la aporofobia aparece como una versión moderna de los totalitarismos del siglo XX, con la debida prudencia, comparación hecha desde el plano filosófico. Mientras que entonces se exterminaba a determinada población por considerarla indeseable, en las democracias modernas la aporofobia invisibiliza a cierta población sin la necesidad de eliminar el cuerpo físico porque lo que elimina es el cuerpo identitario.
Invita a preguntamos si vivimos en un Estado de derecho, en el que el Estado reconoce a sus habitantes como sujetos jurídicos. La respuesta es que sí, en tanto que los Derechos Humanos existen enmarcados en el derecho positivo, somos reconocidos en calidad de ciudadanos. La paradoja es que los Derechos Humanos están pensados para los ciudadanos, no para los humanos. El término compuesto se apoya más en los derechos que en lo humano.
«Una pareja (…) es estafada en una pensión de mala muerte por un buitre de buena vida (…) el buitre la estafa porque odia que son pobres y hace más pobres a los pobres que odia porque odia lo que son y no sabe que se está odiando a sí mismo».
El vector que inocula aporofobia en la sociedad son los discursos de odio. Datan de antaño, pero están actualizados. Deberíamos reflexionar si no plantean un escollo para la vida democrática.
Sara Ahmed, filosofa y escritora inglesa, estudia la interrelación entre lenguaje, discurso, emociones y cuerpo observando cómo el lenguaje construye discursos de odio y cómo las emociones de odio producen alienación que llevan al enfrentamiento de sujetos contra otros.
La política no queda exenta. En Argentina este fenómeno se plasma en las propuestas de campaña para las elecciones 2023: Javier Milei irrumpió en el escenario político con un discurso caracterizado por la exaltación y la violencia más que por el contenido, obteniendo la atención de jóvenes y descontentos del statu quo político y económico del país.
Brilló hasta la aparición de un video, en modo deep fake, en el que se veía a Patricia Bullrich acelerando un auto deportivo y atropellando a «Tibios, kukas y narcos«. Logró opacar a Milei porque supo incorporar a su campaña el estilo y el sentido de las propuestas, al que se sumaron el resto de candidatos opositores, provocando una escalada por quién se convertía en el candidato más aporofóbico, el que más excluía, quitaba más derechos o más subsidios, privatizaba empresas y sectores públicos como la educación, con arancelamiento universitario a extranjeros, mayor flexibilización laboral o dinamitar ministerios.
En el cenit, un spot de Bullrich que sintetiza: «Si estuviéramos en un PAÍS NORMAL alcanzaría con un buen administrador y culmina con un es TODO o es NADA, en el intermezzo, no se soluciona con diálogo ni consenso, mucho menos negociando sino recuperando el ORDEN».
Parte del supuesto que, para gobernar, no se necesita de la política: sólo administración y orden mejor. Sería competir por la presidencia de un cementerio.
La política como herramienta de transformación social, es tensión, es conflicto y también capacidad de diálogo, consenso y negociación.
Para finalizar la zaga, nuestra heroína propuso un blindaje, como en el 2001, que paradójicamente fue el año en el que el grupo Agarrate Catalina se conformó.
Desde el otro lado de la orilla rioplatense se escucha:
El mundo que está partido, partido por la mitad, no puede sanar su herida, su herida de humanidad.
De este lado se escucha el rechinar de las cortinas metálicas de los bancos, bajando, y los cajeros automáticos que son cerrados con llave impidiendo la entrada de personas que viven en la calle para dormir.
Adentro, el sistema financiero está blindado. Afuera los excluidos se arrullan al compás de una película repetida, de una trama fantasmal. «
Laura Carrera
6 August 2023 - 11:10
Me gustó la nota .Estoy totalmente de acuerdo.