En la segunda semana de mayo Volodymyr Zelenkiy, líder del gobierno heredero de los golpistas neonazis del 2014 en Ucrania, que durante 7 años pretendieron exterminar a la población ruso parlante del Donbas, se reunió con la Georgia Meloni, la primera Ministra de Italia y líder del Partido Fratelli d Italia, que se considera estatutariamente seguidor del fascismo que encabezó Benito Musolinni.
La reunión la celebraron para renovar la alianza neonazi fascista que, como serpiente ya salida del huevo, se arrastra por Europa con el apoyo de la OTAN que lidera el Jens Stoltenbeg, reducido a altoparlante de lo que diga el presidente Joe Biden o alguno de sus voceros .
En esta ocasión, como la historia suele repetirse como comedia, el eje Kiev-Roma tiene sus ganchos averiados. Porque el Donbas ruso-parlante ya ha sido liberado por el Ejército Ruso, el mismo que hace 78 años llegó en Berlín hasta el refugio de Hitler. Y luego izó allí la bandera soviética. Hoy el Donbas y sus provincias han sido anexadas al Estado al que siempre pertenecieron geográfica, histórica , lingüista y demográficamente. El eje neonazi-fascista en Europa es, hoy por hoy, una amenaza terrorista más que un peligro estratégico-militar.
La historia también puede reeditarse como tragedia y el escenario de esa tragedia se encuentra en Chile, país latinoamericano con antiguas tradiciones en liderazgos democráticos, progresistas y patrióticos, capaces de llegar a convertirse en mártires, como José Manuel Balmaceda y Salvador Allende. Y de poetas sin parangón como Gabriela Mistral y Pablo Neruda.
José Antonio Kast, el líder pinochetista y neonazi chileno, ha ganado cómodamente y será el factótum para dictar una nueva Constitución que, seguramente, será ultra liberal. El mercado libre autoregulado y el estado famélico son la receta ecosocial del neonazismo en el siglo XXI.
Un exministro socialista de uno de los gobiernos de la Concertación ha señalado acertadamente que el gobierno de Gabriel Boric ha tenido, a su parecer, tres problemas centrales: una mala gestión, la convivencia de dos coaliciones al interior de su gobierno, y la coexistencia fallida con intereses partidarios disímiles, cuyas aspiraciones no siempre convergen en el diario accionar gubernamental
En su inteligente comparecencia, Osvaldo Andrade ha dicho que comparte la declaración de Boric de llamar a dialogar a Kast y el triunfante Partido Republicano.
Tal pareciera que la izquierda chilena y su presidente en funciones apostarían por “un neo nazismo a la chilena”, tal como durante décadas apostaron a un modelo chileno generado por el régimen de Augusto Pinochet, que lo que más acumuló fue desigualdad social.
Contra ese espejismo de modelo exitoso emergió la generación de Boric y Camila Vallejo, que tantas esperanzas sembraron en la izquierda y la centroizquierda de América Latina.
Ahora un fracasado gobierno de Boric está ante el dilema de elegir bien quienes son sus adversarios irreconciliables. O son los gobiernos no plenamente democráticos “de izquierda” de América Latina, a los que Boric critica reiterativamente. O es José Antonio Kast y la derecha sometida a él, que apuntan a ganar La Moneda en las próximas elecciones presidenciales.
Gabriel Boric tiene un desafío político y existencial: ser el Salvador Allende que denunció a su oposición como fascista y así la combatió o es una mezcla de Frederic Ebert, Paul von Hinderburg, que presidieron la república de Weimar en Alemania, y Neville Chamberlain, en Inglaterra. Los primeros, con su democratismo ingenuo y, el segundo, con el apaciguamiento, fracasaron y le pavimentaron el camino al poder a Adolfo Hitler.
Boric aún puede optar. Si su gobierno da un golpe de timón como el que Salvador Allende pretendía en el septiembre luctuoso de 1973, llamando a referéndum sobre las áreas de propiedad en la economía chilena, convocatoria frustrada por el golpe de Augusto Pinochet.
Una opción rectificadora de Boric supone un giro de 180 grados en su acción de gobierno y le puede permitir ganar para si la cantera del 20% de votos nulos y blancos recientes, seguramente receptora de los desilusionados de su gobierno. Porque en las elecciones que el ganó fue ínfima la cantidad de chilenos que optó por el voto nulo o blanco
También puede preferir continuar en la senda gatopardista de “cambiar para que nada cambie” y abrir el camino tenebroso a un Chile que, más temprano que tarde, verá la intolerancia contra los opositores de un futuro gobierno hegemonizado por la extrema derecha de esa hermosa geografía. Desde la eternidad el genial Pablo Neruda con inmensa tristeza volverá a “morir de fascismo”