Yo aborté

Testimonios en primera persona

Analía, 40 años, realizadora audiovisual. Yo aborté cuando tenía 25. Fue un procedimiento quirúrgico para el que conté con el asesoramiento de una amiga, hija de padre ginecólogo y obstetra, y de mi vieja que me ayudó con la plata. Fue una experiencia bastante traumática. Recién me había mudado sola, estaba en pareja hacía un mes y dudé mucho. Hoy me doy cuenta de que lo que me pesaba era la cuestión cultural, porque me había hecho una ecografía a las ocho semanas en la que me hicieron escuchar los latidos. Me superaba la situación. Tuve que poner el cuerpo para la operación y tardé en recuperarme. Soñaba mucho. Pensaba cuántos años tendría un hijo mío si no hubiera abortado. Lo viví con mucha culpa y eso fue la certeza de que no habíamos decidido tener un hijo. Diez años después elegí ser madre. Me saqué el DIU y hoy tengo a mi nena de 4 años.

Nadia Cajal, 30 años, de Tiempo Argentino. «Tenés suerte de tener una ginecóloga progre», me dijo la médica con la que me atendía por la prepaga. Nos dio dos opciones: una orden a nombre de mi pareja para que compre Oxaprost –el medicamento que se consigue en Argentina y contiene Misoprostol– o un papel, en el que escribió a mano www.womanOnWeb.com. Después de explicarnos las diferencias, estuvimos de acuerdo en que si podíamos afrontar el gasto, era mejor la versión combinada con Mifepristone. Fue una noche larga, triste, de mucho dolor físico y emocional pero transitando el proceso en casa, con mi compañero cuidándome y con una profesional disponible. Años después decidimos ser padres y también pagamos, pero por el privilegio de un parto respetado en una institución de la misma prepaga. Las ricas abortamos, las pobres mueren.

Yésica Meis, 27 años, productora de radio. Aborté a los 20 años. No fue mi decisión. Me dijeron que íbamos al médico y terminé en una casa en el barrio Devoto. Lo primero que vi cuando entré a la habitación fue una camilla con dos servilletas, el olor de la acaroína inundaba el lugar. «Sacate el pantalón y acostate», me dijo una señora de anteojos grandes y delantal. Otra mujer me agarraba el brazo para ponerme un calmante. Yo sólo lloraba. «Quedate quieta que si te pasa algo vas a tener problemas y yo voy presa», me repetían. Y sentí el dolor más profundo. Alcancé a ver una fuente de acero con sangre; «era grande», dijo cuando terminó. Después le pidieron a mi mamá, que esperaba afuera, que entre para ayudarme. Entró y me abrazó. El lugar se lo había recomendado una tía. Estoy a favor del aborto legal y gratuito porque garantiza que podamos elegir.

Maby Sosa, 40 años de Tiempo Argentino. «Será un embarazo hermoso», me dijo una ecógrafa y yo sentí ganas de vomitar. No quería. Mi ginécologa entonces anotó una dirección: «Esto es seguro. Andá directamente». Lloraba sin parar, no daba más de miedo, mientras me explicaba que era una cirugía menor, que eran unos minutos, que mucha gente se hace abortos en sanatorios carísimos y que para mí, que no tenía obra social, ese lugar era seguro. Recuerdo al médico diciéndole a mi pareja que vaya a buscar la plata; que a los diez minutos salí y él no había vuelto, y que mi pollera tenía manchas de sangre. No pude contarlo hasta charlar con mi mamá meses después. Ella hizo su confesión y me volví valiente. Todavía me cuesta hablar del tema. Viví demasiado de cerca el miedo de quedarme muerta en un quirófano que, en realidad, es un cuarto.

Mercedes, 26 años, fotógrafa. 

Quedé embarazada a los 18 años a los pocos meses de noviazgo con un compañero de izquierda. Ambos estábamos de acuerdo con interrumpirlo, sin embargo, lo viví muy sola. Se ocupó de conseguir el dinero, estar en algún que otro momento médico y nada más. Me informé mucho y conté con la grandísima ayuda de la línea para información sobre el aborto. El aborto no me resultó traumático –aunque sí por momentos dolorosos. Pienso que el procedimiento en sí –pastillas, tiempo, sangrado, ecografía- fue tedioso pero no tan terrible. Lo más angustiante fue la desesperación, del qué se hace, cómo, cuánto cuesta, tengo que ir a algún sucucho oscuro y todo el largo etcétera que atraviesa una cabeza desinformada y con miedo.Luego, el peso del sistema médico, cuando fui a la guardia después de abortar, para corroborar que no hayan quedado restos que puedan llegar a infectarse, me revisó primero una médica, que fue llamando a más gente. De pronto, eran varios los que al encontrarme restos de pastillas me preguntaban qué había hecho y por qué. Y el silencio, siempre el silencio. En mi trabajo, entre los amigos y hasta en el ámbito de la militancia, porque siempre tienen un juicio de valor. Creo que lo más doloroso y traumático fue verme sola, escondida, con miedos y fantasmas, culpándome.

Cecilia, 35 años, fotógrafa, madre y feminista.

Tenía 25 años. Era una piba que se morfaba el mundo. Estaba enamorada de vivir por primera vez sola y estudiando lo que había descubierto que me apasionaba, un día me enteré que estaba embarazada. Mi primer pensamiento fue “cómo me saco esto de encima”. Es lo que pensé y sentí. Un amigo me pasó el dato de una ginecóloga en Avellaneda y la cosa se puso en marcha. Mi pareja de ese momento se hizo cargo de la mitad y yo de la otra mitad.
La cita era un domingo a las 9 am, en un departamento de un edificio perdido en el medio del Conurbano. Tuve que entrar sola al lugar, un departamento de dos ambientes: sala de espera y consultorio. Cinco minutos más tarde estaba dormida y unos cuantos minutos después, despierta y con un aborto terminado. Una amiga holandesa me ayudó con el pago de mi 50%, ella se lo comentó a su padre que estaba en Holanda y él decidió junto con unos amigos donar esa mitad, indignado por la situación de clandestinidad e ilegalidad del aborto en Argentina (en Holanda se legalizó la década del 80). Hoy puedo luchar para que el aborto se legalice en Argentina. Luchar por las que no sobrevivieron.

Lorena, 39 años. 

A los 20 años aborté. Vendí cosas inútiles de mi casa sin que nadie se enterara y pedí prestada plata para pagarlo. El flaco se borró. Fue la primera vez que fui a un ginecólogo. Tuve que contarle lo que “me pasó”. Me contestó muy duramente, «no te pasó, lo buscaste». No se lo conté a casi nadie.

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