“Ya no hay conteo en la primera cama”: Una crónica desde la angustia

Por: Juan Pablo Sosa

El periodista tucumano Juan Pablo Sosa está internado en el Centro de Salud de San Miguel de Tucumán con Covid-19. Desde allí, mientras transita la enfermedad cuenta cómo se viven adentro los momentos más crudos de la pandemia. Angustia, miedo y espera por las camas.

-1.30 minutos desde el inicio de reanimación.

Había logrado cabecear un poquito cuando la voz de una mujer me despertó. Ella controlaba el tiempo de ejercicios de reanimación a una persona que se encontraba en la primera cama del shock room del Centro de Salud.

Junto a ella había un grupo grande de médicos y enfermeros, todos rodeando la cama y deseosos de reanimar a la persona que no logro divisar porque un biombo me cruza la vista.

-2.30 desde el inicio de reanimación y contando.

A los lejos sí pude escuchar cómo trabajaban en el pecho de esta persona. Alguien con sus manos intentaba que su corazón no se apague.

En el shock room están casi todos inconscientes, conectados a respiradores. Los únicos sonidos que hay son del oxígeno que los ayuda a mantenerse con vida y los monitores que muestran los signos vitales.

Yo estoy en una cama improvisada que me armaron aquí para estar monitoreado y medicado hasta tanto me consigan una cama en el sector no crítico.

A decir verdad, si bien estoy acostado y con oxígeno, el ambiente no es bueno. Hubiera preferido seguir sentado en la pequeña sala de paredes grises. Hasta ya había entablado charla con Carlos, el hombre de unos 70, que vestía campera de hilo, camisa a rayas negras y blancas, pantalón oscuro y zapatillas que hacen juego.

Cuando me fueron a buscar nos deseamos con Carlos una buena recuperación y muy buena suerte para lo que venga.

-3.30 desde el inicio de maniobras de reanimación.

A mi derecha hay un tipo que satura perfecto, está en 100. Se lo ve joven, pero perdido. Balbucea cosas sin sentido y se queja cada tanto. Las enfermeras le preguntan cosas, pero él no sabe ni decir cómo llegó hasta el Centro de Salud, dónde vive, si toma medicamentos. Únicamente dio a entender que tiene la obra social de Camioneros.

A mi izquierda está un hombre que es el único que está consciente y muy preocupado. Su esposa, con quien llegó al lugar, está sentada con los mismos problemas respiratorios que él, pero sin cama. “Amor, me siento tan mal de que me hayan internado a mí y no a vos. Aguantá que ya va a aparecer una cama”, le dice con la voz medio partida.

-4.30 desde el inicio de la reanimación.

La voz de la mujer anuncia el tiempo de los ejercicios RCP y nada. Todos rodean la cama, nadie se ha movido de allí. Algo le colocaron a la persona, pero no alcancé a escuchar qué.

Mientras tanto, el hombre no para de mandar audios. Está muy preocupado por su mujer. Quiere que alguien resuelva lo que le pasa. Hace catarsis con mucha gente. Se agita, pero habla mucho.

Ya no hay conteo en la primera cama. No hubo caso, la persona no lo logró y pasó a engrosar las frías y siniestras estadísticas mortales del Covid-19. De a poco todos se alejan de la cama.

Una enfermera se acercó muy amablemente para preguntarme cómo estaba. Notó que vi todo y quiso saber qué sentía. Le dije que me impresioné un poco, pero que ya me iba a pasar. Le mentí, sentí un cagazo tremendo.

Ha pasado una hora y no hay señales de que pueda llegar a dormir. La vista la tengo cansada, pero el sueño no llega. La cabeza juega fuerte y hace su parte.

Entre tanta tristeza hay una buena en el shock room. La mujer acaba de llamar a su marido, el hombre al lado mío, y le dijo que consiguió cama. “Cuánta alegría me das, amor. No sabés lo que estaba pidiendo, re preocupado. Ahora te van a atender bien. Te amo», le dice por teléfono.

El sonido de la pistola para tomar la temperatura me despertó. Al final me venció el sueño, pero no fue más de una hora y media. Eso sí, fue suficiente para que muriera otra persona y mi me trasladan ahora a su cama. Es genial para mi cabeza.

Logré relajarme un poco con el desayuno. Tengo yogurt, galletas dulces y caramelos. Las enfermeras me gastan. “Así vale la pena estar internado, con quiosco y todo”, suelta una y el resto se ríe.

Como estoy incomunicado no sé ni la hora. Eso sí, cerca del mediodía llegan las buenas nuevas: al hombre y a mí nos van a trasladar. “Primero va Sosa, después Delgado”, dice el médico a cargo detrás de una oficina.

Llega mi almuerzo y al toque los camilleros. “Nos vamos de aquí, amigo. Prepare sus cosas”, me piden.

Una de las enfermeras amablemente me ayudó a guardar todo en una bolsa que ha puesto entre mis piernas mientras voy acostado en la camilla. No veo gente en el trayecto, solo las luces en el techo.

Llegamos al ascensor, subimos tres pisos. Los camilleros comentan algo del trabajo. Yo estoy sin oxígeno. Son órdenes del médico. Dice que mi condición no es crítica.

Para cuando llego a la sala la realidad es otra. Lo primero que veo son los peces pintados en el techo. Esto tiene más vida.

Acá hay tres hombres más, dos que ya están bien cancheros y caminan sin dificultad y sin oxígeno. Están en la cuenta regresiva para el alta. 

El otro hombre duerme mucho y no se para ni por un solo momento.

Como aquí todo es más descomprimido, escuchamos por radio los triunfos de Racing y de Colón sobre Boca e Independiente, respectivamente. Más tarde pillé los goles por YouTube. La enfermera me pide que más tarde me anime, me saque el oxígeno y haga unos pasos. Que intente ir solo al baño. Y lo intento, pero no puedo. Los pies no me responden. Solo quiero estar acostado.

Si bien no pude dormir mucho, metí unas cuatro horas de corrido hasta que me despertó la tos. Es lo primero que duermo en dos días. Algo es algo, vamos de a poco: sueño, alimentación y pasos.

Ahora mi cabeza está más tranquila. La atención es muy amable. El oxígeno hace bien, saturo 96 con dos litros, no tengo fiebre y la presión es estable.

El próximo objetivo será intentar dar esos pasos hasta el baño y por un momento alejar la mirada de estos amigables peces que hacen bien a la vista.

*Este artículo fue publicado originalmente en el portal El Tucumanoy cedido para su publicación en Tiempo Argentino. 

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