Walter Benjamin: apasionado elogio de lo incompleto

Por: Mónica López Ocón

Con introducción de Beatriz Sarlo y traducción de María G. Tellechea y Martina Fernández Polcuch, Godot acaba de editar “El coleccionismo”, cuatro breves y reveladores ensayos del pensador alemán cuyas ideas siguen iluminando nuestro presente.

En la introducción de El coleccionismo, publicado recientemente por Godot Ediciones, Beatriz Sarlo señala que  “Benjamin fue el escritor de magníficas obras incompletas, ensayos muy pequeños, o libros que no llegaron a terminarse, como el famoso Libro de los pasajes. Benjamin nunca terminó ese libro y su vida como ensayista fue por definición la persistencia en lo incompleto.”

Podría decirse legítimamente que también su vida persistió en lo incompleto. Todos sus grandes planes se vieron frustrados. Nacido en Berlin en 1892, estudió filosofía en Berlín, Friburgo en Berna y 1920 se estableció en Berlín como crítico literario y traductor. En 1928, la universidad de Frankfurt rechazó su trabajosa tesis doctoral El origen de la tragedia alemana.

Refugiado en Francia debido a la llegada de los nazis al poder, su ambicioso emprendimiento sobre Baudelaire también se vio frustrado, dado que no llegó a terminarlo. Finalmente, huyendo del peligro nazi, encontró prematuramente la muerte. Quiso huir a Estados Unidos, para lo que debía atravesar la frontera con España. Detenido en la frontera franco-española, tomó la decisión de suicidarse. Fue el 27 de septiembre de 1940 y tenía apenas 48 años.

Resulta paradójico o, tal vez, absolutamente coherente, que un hombre en cuya vida todo se vio interrumpido, se interesara con interés filosófico por un tema como el coleccionismo. ¿Qué es coleccionar –y esta no es una de las ideas de Benjamin que no relacionaba el hecho de coleccionar con el de completar- que aspirar a la absoluta completitud? Pero, paradoja de paradojas, si esa completitud se produjera, la colección moriría, perdería interés, porque lo que la anima es, justamente, aspirar a lo que falta. Por esta razón, él reniega de la idea de completitud: “¿Qué vendría a ser esa completitud?” se pregunta a si mismo con aire de crítica al concepto.

Por otra parte, según Benjamin, el acto de coleccionar no puede producirse si no es a partir de que el objeto coleccionado renuncie a la función que cumpliría antes de ser un objeto de colección, es decir, para serlo, debe renunciar a su funcionalidad. Según parece, el deseo de completar es, por definición, conflictivo y conlleva en si algo de imposible.

“Por definición, -acota Sarlo en la Introducción (que es su intervención en el Seminario Walter Benjamin, Museo de Arte de Río de Janeiro, 6 de julio de 2016)- se podría decir que una colección muere cuando se termina, porque se agota su vitalidad y el deseo con el que el coleccionista la ha abordado. Los coleccionistas son por definición aquellos que siempre tienen un deseo incumplido, como uno podría decir que los chismosos somos aquellos que siempre estamos esperando el próximo objeto de nuestro chisme. No escribimos La búsqueda del tiempo perdido, pero somos como Proust, inagotables.”

Los textos sobre coleccionismo y coleccionistas de Benjamin comienzan con “Eduard Fuchs, coleccionista e historiador”, de 1937.

Le siguen  “Desembalo mi biblioteca. Un discurso sobre el coleccionismo” de 1931, “El coleccionista”, de 1931 y “Para coleccionistas pobres”, del mismo año.

Cada uno a su manera es una reflexión aguda sobre el arte de coleccionar.

“Hay muchos tipos de coleccionistas; -afirma Benjamin- y, además, en cada uno de ellos actúa una multiplicidad de impulsos. Fuchs, en tanto coleccionista, es ante todo un pionero: el fundador del único archivo existente de la historia de la caricatura, del arte erótico y del cuadro de costumbres. Pero más importante es otra circunstancia, de índole complementaria: Fuchs se hizo coleccionista por ser pionero, a saber, pionero de la consideración materialista del arte. Pero lo que convirtió a este materialista en coleccionista fue la capacidad de percibir con cierta claridad un contexto histórico en el que se veía inserto. Era el contexto del propio materialismo histórico.”

Según lo señala Sarlo, la figura de Fuchs demuestra que el coleccionista requiere un saber sobre su colección semejante al que requiere el filatelista. Quien colecciona souvenires de viaje, en cambio, solo colecciona sus propios recuerdos y los objetos de ese recuerdo no tienen valor por sí, valen porque evocan.

En “Desembalo mi biblioteca”, clásico de clásicos, Benjamin muestra que la colección de libros es independiente de su  contenido. La riqueza de un libro de colección no reside precisamente en este, sino en su historia, su rareza, su vejez, su carácter de único, su encuadernación… es decir cuestiones que nada tienen que ver con lo que contienen sus páginas.  

Sin embargo, en todo amantes de los libros –y esta no es una afirmación de  Bejamin- subyace un coleccionista escondido. ¿Acaso alguien se deshace sin problemas de un libro que ha leído y que sabe a ciencia cierta que no va a volver a leer o a consular? Solo Stan Laurel, en su personaje de “El gordo y el flaco” era capaz de tirar las páginas de un libro a medida que las iba leyendo. “Sería interesante –apunta Benjamin- estudiar al coleccionista de libros como el único que no necesariamente ha despojado sus tesoros de su contexto personal.”

En “El coleccionista” Benjamin sigue desgranando su teoría sobre el extraño personaje del que colecciona y sobe su actividad singular. “Y para el verdadero coleccionista, dice, en este sistema, cada mínima cosas se convierte en una enciclopedia de toda la ciencia de la época, del paisaje, de la industria, de propietario del que proviene.”

Por otra parte en “Para coleccionistas pobres” habla de todos esos objetos de bajo precio, libros fundamentalmente,  que se pueden encontrar en “carritos de libros, en los estantes de saldos de los grandes almacenes, donde hay libros apilados a 45 o 95 peniques, en las papelerías de las ciudades del interior y, quien sabe, si se mira con un poco de atención, quizá en la propia biblioteca.”

Un libro de los que no pueden faltar en una biblioteca, no por afán de coleccionismo, sino por todo lo contrario. En este caso, el contenido es esencial y es una demostración de que todos los costados de la realidad son pensables y que, al pensarlos sin darlos por sentado como algo que simplemente existe, se enriquecen, se complejizan y abren nuevos caminos al pensamiento.

Si algo deja en claro Benjamin es que el coleccionismo es una pasión que “cualquier pasión linda con el caos, pero la de coleccionar lo hace con el caos de los recuerdos. “

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