Propuestas como The Americans, Stranger Things, Dark, Manhunt Unabomber y Wild Wild Country, entre muchas otras, hacen visible una tendencia estética y narrativa que convoca a fans de todo el mundo. ¿Qué imaginarios se relacionan con aquella década? El poder del marketing y la memoria emotiva.
La ficción es una de las actividades creativas donde depositamos la tarea de representar cada sociedad, sus momentos históricos y producir cultura. También es un instrumento de invasión cultural. Desde allí se cuentan historias disciplinadoras, conmovedoras y fantásticas, al tiempo que se constituye como un escenario donde los valores culturales de una sociedad se refuerzan y difunden. Aristóteles hablaba de la catarsis como sentimiento de terror y compasión para con el héroe trágico donde la ficción oficia como espejo para reír, llorar, temer y enamorarse.
Las historias «de época» en general se remontan a tiempos pretéritos donde los contemporáneos no vivieron, reforzando de este modo su función instructiva. Cuando las series actuales nos proponen volver a la historia reciente podemos advertir que guardan otros intereses. Para el marketing de lo retro, la identificación es crucial. De ahí que nos inviten a revivir una época ligada a lo mejor de nuestra juventud. De Netflix a HBO, de AMC a FX, gigantes de la industria cultural, mediante realizadores de entre 35 y 45 años interpelan audiencias de la misma generación que vivieron sus infancias y adolescencias en los ochenta. Las audiencias vistas como nichos de mercado sumado a los datos obtenidos por algoritmos de visualizaciones brinda como resultado la producción de relatos que apelan a sensibilizar la memoria personal.
En ese escenario algunas de las series que referimos proponen a niños como protagonistas (Stranger Things, Dark, como también lo hicieron las películas Súper 8, de J. J. Abrams y la reversión de It, el clásico de Stephen King por parte de Andy Muschietti). Constituir como lectores ideales a quienes vivieron esos esquemas de percepción garantiza la catarsis.
Por encima de todo, los ochenta, a diferencia de los noventa, se postulan como «la última década de felicidad». El neoliberalismo de Magaret Tatcher y del recién asumido Ronald Reagan, sumado a la fase final de la Guerra Fría con la perestroika y el glasnot implementados por Mijaíl Gorbachov, pueden verse como escenario en The Americans. Estos contextos políticos y sociales ofician de marco donde advertir también el afianzamiento de corrientes new age, como muestra la serie documental Wild Wild Country y el resurgimiento de expresiones culturales como la ciencia ficción, que rescatan Stranger Things y Dark. La caída del Muro de Berlín representaría luego el triunfo de uno de los dos mundos y la celebración del consumo como vía aspiracional.
Los ochenta también son los años de una renovación en la industria cultural: el pop de Madonna y Michael Jackson, el cine fantástico al estilo Volver al futuro y E.T., el de terror con las sagas Martes 13, Halloween y la saga de Freddy Krueger en cine y TV, como también el furor de los locales de fichines, Mario Bross y las consolas de videojuegos en casa.
Es por esto ineludible para reconstruir una ambientación compartida buscar complicidad apelando no solamente a una juventud protagonista sino fuertemente a símbolos como canciones de la época: Bon Jovi, Queen, George Michael, Phil Collins y numerosas melodías de intérpretes desconocidos. Además de los peinados, vestimentas y accesorios, estas historias se visten con objetos identitarios como walkie talkies, walkmans y bicicletas, que significaron formas de comunicación con amigos, y modos de apropiación de la música y del espacio público. Inclusive en la exitosa 13 Reasons Why, que sucede en la contemporaneidad, la protagonista deja notas de voz grabadas en casetes de cinta para ser reproducidas en un radiograbador característico de los ochenta.
La fórmula apela a una memoria emotiva que sintetice los más diversos recuerdos: imágenes, sonidos, formas del lenguaje. Desde casos policiales, como los que recuperan Manhunt Unabomber, Narcos y Snowfall; la estética pop de Glow y Hap and Leonard; acontecimientos políticos como en The Americans; la irrupción de nuevas tecnologías como en Halt and Catch Fire; y hasta los más diversos objetos del pasado cargados de aura y nostalgia vuelven convertidos en fetiche de un pedazo de nuestra propia historia, tan personal como colectiva. «
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