Vivir a la vera de un volcán: las tierras de Don Muñoz y los Correa, entre el cerro Wayle y el Tromen

Por: Ricardo Kleine Samson

Hasta el año 2019 el paraje Los Charcos y la laguna del Tromen estaban llenas de barro y agua. Anidaban cientos y cientos de variopintas aves. Era una maravilla ver volar y chillar a los flamencos rosados llenando de color a toda esa región. En el 2019 se terminaron de secar y las aves huyeron. Algunas se radicaron en la laguna del Palao y otras… Quién sabe dónde.

Por esas tierras hay unos crianceros. Don Muñoz tiene su rancho a un costado del pantano los Charcos, y los Correa viven al pie del volcán. Hay más, no muchos. Existe otro puñado de familias que dependen de los pastos para alimentar a sus rebaños. La falta de agua y nieve los perjudica. Pero sobre todo los entristece.

Don Muñoz.
Foto: Ricardo Kleine

El temporal de la semana pasada volvió a llenar los pantanos y charcas y, de a poco, están regresando las aves. En la laguna del Tromen se vieron esta semana un par de esperanzadores flamencos. Lo mismo en Los Charcos, junto a patos, gansos silvestres, teros y demás. Los pastos volverán a crecer, y junto con las aves, la nieve y el agua, también regresará la alegría. Como antaño, volverá la diversidad de la vida.

Toda esta área no es un lugar para dejar pasar. Es el norte neuquino. De Chos Malal los separan apenas 38 kilómetros, 10 de asfalto y 28 de tierra que, pese a la falta de mantenimiento y el temporal, están de maravillas. Se puede ir en el 3CV o en el Fiat 600, lo primero que se encuentre… pero no hay que dejar de conocer esta maravilla.

El volcán Tromen

Según describe el Servicio Geológico Minero Argentino (SEGEMAR) a través de su Observatorio Argentino de Vigilancia Volcánica (OAVV), el volcán Tromen es un estratovolcán de edad Holocena. Tiene 4114 metros de altura, y está ubicado dentro del Parque Provincial El Tromen.

Su cumbre se encuentra cortada por dos calderas superpuestas de 3,5 kilómetros de diámetro. «El Volcán Negro del Tromen (pleistoceno), con una caldera de 5 km de ancho, está inmediatamente al norte del Tromen, y flujos de lava desde este han cubierto parcialmente el borde norte de la caldera. La boca post- caldera del Tromen fue construida entre ambas calderas. Bocas de edad holocenas fueron localizadas en el área del Cerro Michico sobre el flanco NE», cuenta el Observatorio. 

Se reconocen productos efusivos (domos y coladas de lava) y explosivos (ignimbritas), «con un rango composicional que incluye términos máficos a silíceos. Al pie del volcán fueron también descritos depósitos volcaniclásticos de bajada». 

Sobre la base de crónicas y documentos escritos se le conocen 5 erupciones históricas (1820, 1822, 1823, 1827, 1828 d.C.), aunque ninguna fue confirmada por estudios radiométricos/geológicos. Pasó casi un siglo. El SEGEMAR define a 38 volcanes activos en la Argentina. En el Ranking de Riesgo Relativo del país figura en el puesto 12.

Los hijos de los Correa.
Foto: Ricardo Kleine

Una tradición ancestral

Pocas semanas atrás las familias comenzaron a emprender su viaje. Estos lugares son sus veranadas, allí están desde noviembre a mediados de abril, para luego ir a sus invernadas. En el caso de los Correa, van hacia Balsa Huintrin, un pequeño paraje de la estepa patagónica, donde van todos a pasar el invierno. Los chicos no quieren ir a la escuela. La deserción es altísima.

Como todos los piñeros, Correa es hijo de una vieja tradición cultural de trashumantes del norte neuquino que en muy pocos lugares del mundo aún se mantiene. Como en Pakistán que, curiosamente, tiene una caprichosa geografía parecida a la nuestra.

En los ’90 su abuelo abandonó su veranada y perdió el piño. En el ’98, después de algunos frustrados intentos laborales («trabajar de trabajador», lo llama), decidió retomar su herencia familiar. A duras penas, consiguió la veranada que tiene al pie del Tromen y la laguna homónima que abandonara otro viejo piñero. Desde entonces, Correa y familia van con su trashumancia entre el Tromen y Paso Huitrín. Hoy su piño es de 800 animales. 

Don Correa.
Foto: Ricardo Kleine

Se trata de un pastoreo. Más que un modo de producción lo definen como una forma de vida que es parte del patrimonio inmaterial de Neuquén, una de las tres zonas del mundo donde se lleva a cabo (hay que sumarle el norte de España). Son familias enteras que van del pueblo hasta lo alto de la montaña en busca de los mejores pastos para sus animales.

El sistema sigue los ciclos naturales del clima. En la veranada los grupos de «crianceros» van arriba de la montaña por vegetación tierna en las faldas de la cordillera. En invierno nacen las crías. Transitan el letargo, previo al enorme y largo viaje que se vendrá en unos meses.

Están cansados. Como todos los que practican la trashumancia, que implica largos kilómetros de recorrida paciente por la montaña. Pero hacen una salvedad: no es por sacrificio. Eso lo asocian a quien trabaja de algo que no le gusta. Este cansancio «es por el esfuerzo» de esta cultura que implica rutinas y un tránsito continuo. Están acostumbrados y lo viven como algo íntimo.

Correa tiene 37 años. Está juntado, a su manera, con Silvia y sus dos hijos, más el suyo. Su casa parece haber brotado, como el Tromen, de las entrañas de la tierra. De piedra y paja, con vista a un universo tan vasto como su alma que porta un registro compartido con sus pares de una historia que resiste, como pueda, el embate de la trituradora del sistema que se empeña en hacinar almas en el cemento de la insaciable urbe irradiante de indiferencia. 

«Intenté trabajar en la construcción –comenta–. Pero no es vida…”. La experiencia de sus viejos que porta en la sangre y la memoria parecen ser la guía en su presente y ahí se siente bien Correa. Pisa tierra firme.

“Es difícil volver a la invernada, a los chicos no les gusta regresar. En la veraneada juegan con el Tromen y su laguna, con los flamencos rosados, las garzas, los chivos y las nubes que a veces bajan a visitar a la yeguita que nació unos meses atrás  y, a quien, tuvimos que improvisarle un cencerro de lata para que el ruido ahuyente a los pumas… Hasta ahora he tenido suerte con esta improvisada alarma». La yegüita crece día a día, como la inmensidad de las almas, junto al Tromen.

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