Russian President Vladimir Putin (R) shakes hands with Venezuelan President Nicolas Maduro during their meeting at the Kremlin in Moscow on September 25, 2019. (Photo by Sergei CHIRIKOV / POOL / AFP)
La economía ha dado buenas señales: la inflación ha bajado a dos dígitos y el abastecimiento se ha normalizado. Las góndolas muestran productos turcos y rusos. Los tecnológicos son chinos. Parece que se puede vivir sin depender de la mercadería de las corporaciones transnacionales.
La mirada sobre el mundo actual que tiene Caracas es acertada. El mundo ya no es aquel unipolar que surgiera tras la caída del muro de Berlín. Hay otros polos, otros centros de poder global. Y Venezuela ha sabido relacionarse exitosamente con ellos.
Esto se ha reflejado en la política. La mayoría de la oposición se volcó a las reglas constitucionales y participó de los últimos comicios que ganó el oficialismo, recuperando la Asamblea Nacional, que a su vez tiene una interesante pluralidad. También las gobernaciones fueron ganadas por el chavismo, exceptuando a cuatro de ellas que quedaron en manos opositoras.
Y, ahora, la política de Washington hacia Rusia por el conflicto ucraniano fuerza a la Casa Blanca a buscar acuerdos con Nicolás Maduro para conseguir el petróleo que le vendía Moscú. Ante la desesperación del autoproclamado Juan Guaidó, parece que el Presidente Constitucional socialista ya no es un dictador, sino una buena contraparte comercial.
¿Qué pasará ahora con la apropiación de las estaciones de servicio de la venezolana Citgo en Estados Unidos?
¿O con los dólares venezolanos embargados en los bancos?
¿O con los lingotes de oro bolivarianos retenidos en la banca londinense?
¿Será liberado el diplomático Alex Saab?
¿Dependerá de que todo eso se resuelva para que el petróleo sudamericano llegue a los EE UU?
¿Y en tal caso, a qué precio estará el barril de crudo?
Son todas preguntas que nos hacemos mientras por la ventana, aquí en Caracas, vemos un mundo de gente y de vehículos en movimiento que mantienen en marcha un país que fue bloqueado, intervenido, que hasta se pretendió invadir, pero que ahora asoma la cabeza desde la trinchera, ve que puede salir de ella y ya de pie, levanta con orgullo la bandera tricolor con ocho estrellas blancas, junto a un retrato de su Comandante Eterno. «
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