La ministra Bullrich presentó el hallazgo como un logro propio, pero el operativo que permitió incautar casi 400 kilos de cocaína fue denunciado y conducido por autoridades rusas. El rol del exótico policía argentino que entró a la Metropolitana cuando ya era investigado por su vínculo con la banda.
Una señal imperceptible de esta trama ocurrió el 5 de diciembre pasado, cuando Mauricio Macri recibió en su despacho al ex espía de la KGB y actual titular del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, Nikolai Patrushev. En la ocasión se firmaron ciertos convenios, incluido uno de asistencia policial. Pero la visita de este hombre al país también tenía una finalidad secreta. Y tal cuestión, por cierto, involucraba a Blizniouk.
El tipo era toda una rareza en las filas de la mazorca porteña. De origen moscovita y nacionalizado argentino, prestó servicios en la Prefectura y en la Metropolitana, antes de sumarse a la Policía de la Ciudad. Habla con fluidez cinco idiomas (ruso, inglés, portugués, húngaro y, desde luego, español) y eso incidió en que fuera el enlace entre su fuerza y las de México, Canadá y Rusia. Además solía desempeñarse informalmente como personal de seguridad en la Embajada de Rusia en Buenos Aires.
Lo curioso es que al momento de ingresar a la Policía de la Ciudad el 2 de enero de 2017 él ya estaba en la mira de esta investigación.
Casi tres semanas antes, durante la tarde del 13 de diciembre de 2016, el embajador ruso en Argentina, Viktor Koronelli, acudió suma con premura al búnker de Bullrich en la calle Gelly y Obes. Lo escoltaba un sujeto enorme con mirada torva. Y por saludo, dijo: «Tenemos una sorpresa». Se refería al hallazgo de 32 valijas con cocaína un total de 382 kilos en un depósito de la delegación ubicado en la calle Posadas 1656.
En un abrir y cerrar de ojos la ministra convocó al juez federal Julián Ercolini, al fiscal Eduardo Taiano y a su colega a cargo de la Procunar, Diego Iglesias. Y les dio la bienvenida con una ansiedad casi canina. Lo sucedido era para ella un regalo caído del cielo. Ya trazaba estrategias en voz alta. Pero el sujeto torvo la frenó. «Vamos a hacer las cosas a nuestra manera», soltó con acento eslavo. Entonces descerrajó una instrucción: reemplazar la droga por harina en las valijas, y dejar todo como si nadie las hubiese tocado.
El gran aporte de Gendarmería fue comprar en tiempo récord 382 kilos de harina en el Mercado Central.
Así se inició la operación de entrega controlada. Y el segundo paso fue monitorear a los sospechosos.
Uno de ellos el policía Blizniouk iba tres veces por semana a trabajar al caserón de la embajada, en Rodríguez Peña 1741, antes y después de sus horas de servicio. Koronelli lo trataba con forzada amabilidad.
Pero ya no estaba allí el antiguo agregado administrativo, Ali Abyanov, quien había regresado a Rusia en julio del año anterior a la espera de un nuevo destino. Fue en vísperas del viaje cuando ingresó las 32 valijas en el inmueble de la calle Posadas. Se supone que contenían pertenencias suyas.
Su partida fue un contratiempo para el Señor K, pero también una gran oportunidad ya que esas valijas eran «diplomáticas».
El Señor K es Andrei Kovalchuk, un supuesto empresario dedicado a la importación-exportación de habanos y licores; su base: la ciudad alemana de Hamburgo. Todo indica que en sociedad con Abyanov ya había enviado otros cargamentos a Rusia. Y que el regreso de este último propició el reclutamiento del oficial políglota. Su red porteña se completaba con Alexander Chikalo, un mecánico ruso nacionalizado argentino. Él se encargaba de acondicionar los cargamentos en las valijas.
Durante casi un año cavilaron el modo y el momento de llevar a la vieja Rusia lo que en verdad era harina. A tal efecto, Blizniouk gestionó un viaje de capacitación para 20 oficiales argentinos, cosa que sus jefes por indicación de los pesquisantes eslavos finalmente suspendieron. También se pensó en un jet privado pero sus escalas de reabastecimiento eran un riesgo innecesario.
Al final se les presentó la posibilidad de aprovechar el aerobús del gobierno ruso que traería al secretario Patrushev.
En el medio hubo una fluida comunicación entre los conjurados, viajes organizativos y muchas reuniones. Al respecto, la señora Bullrich repartió a los medios una linda colección de escuchas y fotos: el Señor K y Blizniouk en un bar de Esmeralda y Santa Fe; el Señor K y Chikalo en otro bar de Florida y Córdoba; el Señor K con ambos en un restaurante de la calle Suipacha. Corría octubre y los acontecimientos se precipitaban.
Lo cierto es que no tuvieron ningún inconveniente en embarcar aquellas valijas en el imponente Túpolev Tu-154 del gobierno ruso. La visita oficial de Patrushev era en rigor una tapadera para facilitar la operación. Y en eso había una razón de peso: más que la «guerra santa» contra el narcotráfico a los rusos les inquietaba que su servicio diplomático haya sido infiltrado por una banda de criminales aficionados. Y había que desarticularla.
El avión con las valijas llegó a Moscú el 10 de diciembre. Tres días más tarde dos cómplices del grupo Ishtimir Khubzhamov y Vladimir Kalmykov cayeron al buscar el cargamento de harina a un depósito suburbano. Abyanov era arrestado en simultáneo.
No se sabe por qué Blizniouk fue detenido recién el miércoles pasado en Ezeiza, al regresar con su novia de un viaje a Italia. Chikalo corrió idéntica suerte el mismo día en su taller del barrio de Saavedra.
Pero el paradero del Señor K es un misterio. Y también lo es el modo en que 382 kilos de cocaína adquirida por él casi 400 kilos ingresó alegremente al país.
Aun así la señora Bullrich luce un brillo triunfal en sus ojillos.
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