Últimas imágenes del laberinto opositor.
El «no hay nada», en realidad, refiere a lo contrario: la fragmentación opositora alienta expectativas a una decena de posibles candidatos que se muestran con voluntad de merecer. En ese tren hay de todo. Desde opositores viscerales, como el kirchnerismo y la izquierda, a opo-oficialistas, como ciertos gobernadores y parlamentarios del PJ.
Pero la abundancia, en este caso, no es virtud: la multiplicación de opciones resta fuerzas militantes, divide votos, suma rencillas y retrasa la constitución de una propuesta alternativa a la restauración conservadora. La estrategia oficialista es llegar a octubre de 2019 con la oposición balcanizada como en la elección de medio término. Pero el calendario marca más de un año para esa fecha. Y la perspectiva se redujo a la advertencia de Álvaro Alsogaray: «Hay que pasar el invierno».
Aturdido y desorientado, el presidente se propone surcar la «turbulencia» aferrado a gobernadores, propios y ajenos. La unión transitoria de gobernabilidad, que se exhibió esta semana con forma de apoyo al cumplimiento del Pacto Fiscal, surgió más del espanto que de la afinidad: los mandatarios provinciales necesitan sostener el flujo de fondos, por más magro que sea, para ahuyentar el riesgo de estallido social como el que vive Chubut, donde el gobierno provincial reprimió a docentes y estatales luego de 70 días de reclamos. Por esa represión, los maestros realizarán el próximo martes un paro nacional.
El caso de Chubut repite un circuito conocido de la política nacional: los conflictos sociales escalan de mostrador en mostrador. De intendente a gobernador, y de provincia a nación. La reacción en cadena del conflicto chubutense fraguó el pacto Nación-Provincias y reflotó la «oposición racional» en el Parlamento. Una consecuencia de esa fumata se pudo ver por la cadena paraoficial de radio y tevé: luego de varias semanas de articular acciones y proyectos –como la ley que congelaba tarifas y la media sanción a la legalización del aborto–, peronistas federales y renovadores dejaron sólo al kirchnerismo en una sesión especial para tratar el acuerdo con el FMI.
La imagen del kirchnerismo en solitario fue celebrada en la Rosada más que el gol de Marcos Rojo. Se entiende: el macrismo cree que sus chances electorales se reducen a polarizar con «el pasado». Para que la estrategia sea exitosa debe lograr que el peronismo diluya sus chances electorales en varias candidaturas. Y, lo que hoy parece más difícil, convencer al electorado de que «lo peor ya pasó». El tiempo dirá.
En el mientras tanto, el oficialismo gozará un tiempo más del «vacío» que ofrece una oposición, cuyo liderazgo aún no decanta. Hay razones para esa demora: una encuesta de la consultora Taquion indica que apenas el 30% de los argentinos cree que el gobierno quiere lo mejor para el país. Pero a la oposición le fue aún peor: sólo el 21% considera que se interesa por el bien general, mientras que el resto cree que sólo lo motiva llegar –o recuperar– el poder.
Con ese panorama, parece prudente no sobreactuar dureza frente a los sucesivos traspiés del gobierno. Eso justifica el silencio de Sergio Massa y Cristina Fernández, por ejemplo, dos dirigentes enfrentados, cuyas bases van y vienen entre la mancha venenosa y los amagues de unidad.
También explica los gestos amables de mandatarios como Juan Schiaretti y Juan Urtubey, o legisladores como Miguel Pichetto, empeñados en tomar distancia del kirchnerismo con la esperanza de convencer a los desencantados macristas que son parecidos al «cambio» que votaron, pero con distinto olor.
En algo coinciden todos: ninguno quiere aparecer empujando a un gobierno que derrapa. Eso demora la decantación de liderazgos. Y el gobierno aprovecha el vacío para avanzar con su plan de negocios y ajuste a todo vapor.
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