El entrenador campeón del mundo en 1978 fue un amante del tango y de los cantantes populares argentinos y latinoamericanos. Sus amistades atravesaron un diverso arco artístico y cultural. Mezcló esos mundos con el de la pelota como ningún otro. Fue la máxima expresión de una bohemia futbolera.
—Esa grabación tiene que estar guardada en algún lugar. Me acuerdo que cantó Pobre Gallo Bataraz— dice Blanco cuatro décadas después.
Menotti fue un entrenador de fútbol melómano, un amante del tango y la música popular argentina y latinoamericana. Sus amistades atravesaron un diverso arco artístico y cultural. Mezcló esos mundos con el de la pelota como ningún otro. Fue la máxima expresión de una bohemia futbolera. Algunos vínculos podían estar cruzados por la política, por su militancia en el Partido Comunista, al que lo había acercado Chacho Rena, su amigo de Fisherton, el barrio rosarino donde creció. “La personalidad entre bohemia e intelectual que lo acompañó siempre estaba construida por un gran amor a la música popular, una sensibilidad estética hacia todo y un fuerte compromiso con la política de izquierdas”, escribió Jorge Valdano en el diario El País.
Cuando todavía vivía en su ciudad, viajaba los sábados a Buenos Aires para ver boxeo en el Luna Park y pasar la noche en los bares del centro o escuchando a alguna de sus orquestas favoritas, algo que se haría más habitual una vez que se instalara en su domicilio porteño. Al poeta y folclorista mendocino Armando Tejada Gómez lo conoció a principios de los setenta. No hablaban de fútbol, sus temas eran el boxeo y la política.
—A mi papá no le interesaba el fútbol, pero le gustaban las charlas con hombres inteligentes— cuenta Gloriana, hija de Tejada Gómez.
Los dos tenían una mirada del mundo, de las injusticias, del poder, de cómo el capitalismo sometía a la clase trabajadora. Menotti, que lo iba a escuchar cada vez que podía, lo solía citar con su poema más emblemático: “A esta hora, exactamente, hay un pibe en la calle”. Y aunque a Tejada Gómez no le gustaba el fútbol, lo cautivaría el Huracán del 73 de su amigo. Iba a verlo al Palacio Ducó con toda su familia.
—Nos hizo socios y empezó a decir que él era de Huracán -recuerda Gloriana-. Yo incluso hoy sigo diciendo que soy de Huracán.
Eran años en los que el Flaco terminaba las noches en el restaurante Hamburgo de Carlos Pellegrini y Tucumán, o se iba a Caño 14 para ver a Pichuco Troilo y Roberto Goyeneche. Caño 14, que en ese momento estaba en Talcahuano 975, había sido fundado por el ex jugador de San Lorenzo, Rinaldo Martino, y era el lugar de encuentro tanguero. En Troilo, una teoría del todo, de los periodistas Miguel Ángel Taboada y Mariano Suárez, se hace alusión a ese paisaje desde el inicio: “Este libro nació tal vez en las noches del restaurante Hamburgo cuando, entre 1971 y 1974, entre el regreso de (Juan Domingo) Perón y la rebelión del Huracán de César Luis Menotti, se desplegó una bohemia en la que Troilo y el tango ocuparon un lugar central”.
Menotti inició en ese tiempo una amistad con Pichuco, que además se hizo extensiva a Goyeneche. Con el Polaco también cultivó las noches de Buenos Aires en charlas que se alargaban hasta la madrugada. Roberto Emilio, hijo del cantor, recuerda que el entrenador los visitaba en la casa de Saavedra y compartía almuerzos como si fuera uno más de la familia.
-El Flaco sabía mucho, era un libro abierto. Por eso hablaban de todo. Algunas veces venía a buscarnos para irnos a la cancha a ver a Platense- cuenta el hijo de Roberto Goyeneche, hincha calamar como su padre.
Pero el preferido de Menotti era Osvaldo Pugliese, con quien además compartía un vínculo político: el Partido Comunista. También era un habitué de su orquesta, a la que iba a ver a distintos lugares, a clubes o al viejo Michelangelo. El entrenador Ángel Cappa, amigo de Menotti, a quien acompañó en algunos de sus cuerpos técnicos, recuerda una ocasión en la que Pugliese invitó al Flaco a uno de sus ensayos. Pero al escuchar a sus músicos desde el piano, un rato después de comenzar, el director suspendió todo y se fue. “Hoy no están bien -dijo- mañana seguimos”. Menotti se quedaría para siempre con ese episodio. “¿Ven? Es igual a un entrenamiento”, le diría a sus amigos.
—Siempre sacaba algo de la música para llevarla al fútbol- recuerda Cappa desde Madrid.
Y es tan así que Menotti repetiría con frecuencia la idea que un equipo es igual a una orquesta de grandes músicos. Las dos formaciones necesitan horas de ensayo. “Lo primero de lo que debés ocuparte como entrenador es de los músicos -dijo otra vez-, dejarle claro lo que querés del violinista, para que luego tenga todo lo que necesita para que pueda tocar con el resto”. “En el fútbol todo debe tener un sentido, como la música de Serrat”, fue otra de sus grandes frases. “Yo -contaría Menotti- soy muy enfermito de algunas cosas, como de la música. La música me puede, soy un buceador de los lugares más difíciles para encontrar a los grandes músicos que no tienen espacio en la actualidad”.
En una oportunidad, Menotti charlaba con Goyeneche antes de que el cantor de tangos saliera a escena cuando los interrumpió el dueño del local. “Vamos a tener que levantar, hay nada más que doscientas personas”, les dijo. Era una fecha que no se había difundido demasiado. “¿Vos sos loco? -respondió el Polaco- Esos son míos, son los que averiguan para verme. Para ellos voy a cantar hasta las tres de la mañana”. Años después, Menotti le contaría al historiador Felipe Pigna en el programa Vida y Vuelta de la TV Pública que esa enseñanza se las había trasladado a sus jugadores: “Yo les decía que los que están afuera eran de ellos, sin importar cuántos son. Ustedes les pertenecen y ellos a ustedes”.
—Cada vez que iba a Buenos Aires -cuenta Cappa-, el Flaco decía: “Vamos a tal boliche que hay un guitarrista buenísimo”. O te llevaba, como me ha llevado, a un concierto de Teresa Parodi o uno de Lito Vitale. Era siempre así: “Vamos a tal boliche porque toca Mengano”. Y nos íbamos a ver a Néstor Marconi, Horacio Salgán, y cuando te subías al auto con el Flaco siempre te hacía escuchar algo.
En la semana previa al debut con la selección en el Mundial 78, la revista El Gráfico organizó un festival en la concentración del plantel en José C. Paz. Menotti tuvo que ver en la elección de algunos músicos. Los jugadores y el cuerpo técnico escucharon a Raúl Lavié con el bandoneón de Rubén Juárez y la guitarra de Roberto Grela. También pasaron Daniel Binelli, bandoneonista de Pugliese, el Cuarteto Zupay, Susana Rinaldi, Anacrusa y Luis Alberto Spinetta. Tiempo después, como respuesta a su rol como entrenador de la selección en dictadura militar, Menotti reivindicaría haber convocado a esos artistas. “Llevar a Spinetta a la concentración era casi una provocación, Susana Rinaldi tenía voz política, Pugliese… eran unos grupos musicales contestatarios, eh, y ahí en primera fila estábamos sentados con (Alfredo) Cantilo”, le contaría al periodista Diego Borinsky. El Cuarteto Zupay también fue prohibido en dictadura. “Había que verlo ahí a Cantilo, Jockey Club, Opus Dei, en primera fila escuchando Anacrusa”, le diría a Ezequiel Fernández Moores sobre el entonces dirigente de la AFA, un hombre de la aristocracia argentina.
Menotti también defendería su posición en esos años de torturas y desapariciones con otra historia musical, la vez que fue a una radio en Mar del Plata y pidió que le pusieran una canción de Mercedes Sosa, perseguida y exiliada durante la dictadura. “Está prohibida”, le dijeron. “Ah, no sabía”, contestó Menotti. “A los pocos días -le contaría a Borinsky- me citó un militar para que diera explicaciones. En su mesa había una lista negra, y ahí vi mi nombre y arriba el de Ana María Picchio”. Con el retorno de la democracia, se haría amigo de la Negra Sosa, la voz que más lo emocionaba junto a la de Serrat. Ese costado también sería parte de sus diferencias con Carlos Bilardo. “Yo soy admirador de Joan Manuel Serrat y Mercedes Sosa y a él le gustan Los Wawancó”, diría Menotti.
En la cartografía musical de Menotti están Chico Novarro y el Chango Farías Gómez, Rubén Juárez y Víctor Heredia, Atahualpa Yupanqui y Alfredo Zitarrosa, Violeta Parra y Víctor Jara, Irene Tapia y Alfredo Ábalos, Astor Piazzolla, Alberto Cortéz y Jaime Torres. Silvia Majul, comunicadora y realizadora audiovisual, conserva una foto de Menotti junto a Novarro, Farías Gómez y Juárez en Mar del Plata. Y Elba Boffo, viuda de Jaime Torres, guarda una joya: Menotti, en Michelangelo, junto al folclorista y la cantante peruana Chabuca Granda. La autora de La Flor de la Canela también estaba en la playlist permanente de Menotti.
Jaime Torres, hincha de Boca, tenía muchas redes en el fútbol, con jugadores y entrenadores. Iba seguido a las prácticas de Independiente o Vélez. Y así también se cruzó en la vida con Menotti.
—Sé que se quisieron mucho y se respetaron más— dice Elba sobre la relación entre Jaime, el gran charango argentino, y el entrenador campeón del mundo.
Fernando Signorini, que conoció a Menotti cuando era entrenador de Barcelona y mantuvo desde entonces una amistad estrecha además de haberlo acompañado en algunos equipos, resalta el vínculo con Chacho Echenique, miembro del Dúo Salteño.
—Para César eso fue irrepetible. Igual que Alfredo Ábalos, que le encantaba- cuenta el preparador físico que también trabajó junto a Diego Maradona.
Signorini relata también una historia con Irene Tapia de cuando Menotti era técnico de Independiente, a mediados de los 90, y fueron a jugar un amistoso con Racing en Mendoza. La folclorista salteña estaba en la provincia para un show y terminó dándole un recital a los dos planteles.
—Fue hermoso porque los jugadores de los dos equipos terminaron escuchándola, todos juntos— recuerda Signorini.
Por fuera del folclore, Menotti podía escuchar blues o quedarse prendido a la guitarra de Paco de Lucía. El emblema del flamenco fue también su amigo. Cappa rememora una ocasión en la que el español lo visitó en la Argentina. Menotti era técnico de River a finales de la década del 80. Durante una cena en un restaurante porteño, Paco de Lucía le mostraba sus dedos lastimados por las cuerdas de la guitarra. Hablaron de música y fútbol.
—Le dijo al Flaco que le gustaría participar de un entrenamiento con el plantel de River y lo terminó invitando. Paco bromeaba con que si hubiera estudiado música tendría los dedos así— relata Cappa, que participó de esas cenas.
Menotti tenía a mano en distintas ocasiones al guitarrista de flamenco. “¿Si tengo ganas de ser entrenador? Preguntale a Paco de Lucía si tiene ganas de tocar la guitarra”, respondió una vez. “Yo voy a ver a Paco de Lucía y es previsible, pero existe innovación dentro de lo previsible”, respondió en otro momento.
Pero quizá la amistad más duradera de Menotti haya sido con Serrat. Con el catalán mantuvo siempre una comunicación. En el libro Serrat en la Argentina, cincuenta años de amor y aventuras, Tamara Smerling cuenta que el Flaco fue el puente entre el autor de Mediterráneo y Roberto Fontanarrosa. Los presentó durante el España 82, después del partido con Bélgica, una derrota por 1-0 de la Argentina en el debut del Mundial. Cenaron en Corrientes 348 y a los tres se les sumó el dibujante Cristobal Reinoso, más conocido como Crist. La periodista, además, cita a Serrat respecto al nacimiento de su amistad con Menotti, que ya era el técnico campeón del mundo con la Argentina en 1978. “Nuestra relación se afianzó cuando viajó a Barcelona con la selección para el Mundial 82. Siempre me había interesado su manera de trabajar y, sobre todo, su forma de hablar de fútbol como un hecho creativo, lúdico, divertido”, cuenta el músico en el libro.
Hincha del Barcelona, Serrat escribió el prólogo del libro Fútbol sin trampas, las conversaciones entre Menotti y Cappa que se publicaron en 1986 y que serían un manual de conducción para el menottismo.
—Él me lo propuso. Yo estaba haciendo el curso de entrenador y le decía: “Si yo no ni empecé a entrenar, ¿cómo mierda querés hacer un libro conmigo? Grabábamos una hora por día en Mar del Plata después de que venía de la playa. Yo le proponía temas y él, sin preparar nada, me devolvía todas las paredes– recuerda Cappa.
“Esos chicos, zancarrón… sus hijos, señoras y caballeros, están proyectados para jugar —escribe Serrat en el prólogo al libro-. Para jugar por jugar. Para divertirse jugando. No les anticipen el muermo. No los conviertan en aburridos prematuros, que de eso, con el tiempo, ya se ocupa la empresa. De eso se encargan los malos dirigentes, con sus cortes de mangantes y con los técnicos acomodaticios y serviles que en el mundo han sido, son y, mucho me temo, serán”. El libro también tiene un epígrafe musical. Es de Pablo Milanés: “…la vida no vale nada si no es para perecer, porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama”.
Todas estas historias están ambientadas con el humo del cigarrillo, en sobremesas regadas de vino o whisky donde se discutía de fútbol, música, política y literatura. Menotti fue el entrenador que se fundió con una bohemia intelectual, la habitó como uno más. Fue el que se reunió con Jorge Luis Borges, junto a quien además firmó la solicitada por los desaparecidos en dictadura. El que charló de boxeo con Julio Cortazar. O el que participaba de las tertulias en la casa del dibujante Caloi en las que podían estar Quino, Fontanarrosa, Alejandro Dolina, Ricardo Mollo o Jorge Dorio.
Si Menotti ya no fumaba desde 2011, en eso tuvo que ver su amigo Serrat. “A ver si ahora te ocupas un poco de la vida y no del cigarrillo”, le dijo el catalán en un mensaje. Los médicos ya se lo habían advertido. El Flaco dejó lo que fue una de sus señas durante décadas. Lo ayudó, diría él, que ya no se pudiera fumar dentro de los restaurantes y los cafés. Lo que mantuvo fueron las conversaciones largas y el amor por la música. Días atrás, Signorini fue a ver al Chango Spasiuk en Niceto Club. Después del show, Taco y Suela, el preparador físico fue a saludar al acordeonista. Se abrazaron y se tomaron fotos. Signorini tuvo una idea: por qué no iban uno de esos días a la casa de Menotti para tocarle unos chamamés, para regalarle un poco de música en medio de sus problemas de salud. Al Chango le encantó la idea. Pero el plan quedó trunco. Menotti, el hombre que musicalizó el fútbol, murió en la mañana del domingo 5 de mayo de 2024 a los 85 años.
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Qué grande sos Ale! Notaza... me conmovió. Gracias