Más allá del término, el Grupo de Lima nunca fue un espacio “formal”. Nació de una reunión en agosto de 2017 en la capital peruana, entonces de 14 Estados en su mayoría latinoamericanos junto a Canadá; al amparo de las políticas de Donald Trump dirigidas contra Maduro, y aprovechando la gravitación e influencia que detentaba su virtual delegado en la OEA, su secretario General Luis Almagro.
El GL fue el signo de aquellos años, acompañando la ola de gobiernos conservadores en la región y alineados sin reparos con la política exterior del Norte. Algunos surgidos de elecciones legítimas, como el de Mauricio Macri, en la Argentina; posteriormente Sebastián Piñera en Chile; y otros de golpes institucionales como en Brasil y Paraguay.
No se puede desconocer la jugada previa de Argentina, Brasil y Paraguay para impedir el Ejercicio de la presidencia de Venezuela en el MERCOSUR, primero, y suspenderla como socio después, inhabilitando además a Bolivia como participante del debate. El GL vino funcionando como uno de los arietes del Departamento de Estado de EEUU. Sus países han sido satélite e instrumento de varias acciones contra el gobierno chavista, algunos de manera descarada como Colombia, bajo la gestión de su actual presidente, Iván Duque.
Entre estas acciones, la mayoría sin resultados salvo la implementación de durísimas sanciones económicas que sufre más el pueblo venezolano que el gobierno, cuentan el recurrente asedio del Comando Sur y la también fracasada entronización del exdiputado Juan Guaidó como auto nominado “presidente encargado”.
A diferencia del Mercosur, de la disuelta Unasur (también por los mismos intereses conservadores), de la Celac y otros organismos multilaterales, el Grupo de Lima persiste sólo por la oposición al chavismo que cohesiona a sus miembros. Independientemente de la suerte de Venezuela, sea necesaria o no una apertura del gobierno o un cambio en algunas políticas, la promoción de las medidas más drásticas contra Venezuela empezaron a pasar factura.
La salida de Argentina es una decisión esperada. Cómo también lo es la dura y crítica velada de naciones dominantes, hastiadas quizá por los anuncios de medidas grandilocuentes que no produjeron nada. El GL no sólo no sirvió para ayudar a la oposición al chavismo a ganar una elección, sino que bombardeó el diálogo posible con el gobierno. Hoy, sin acciones concretas, devaluado en su propósito y cada vez con menos integrantes, parece ir camino a su disolución, al menos por mera inactividad.
La vuelta de gobiernos de corte popular a la región y la reconstitución de otros organismos cuyo fundamento es la integración y el bien común más allá de la diversidad, podría terminar por sepultarla.
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