Dominar Rosario implicó, en última instancia, dominar Santa Fe. El Socialismo, en alianza con la UCR santafesina, logró «saltar» desde el gobierno municipal de Rosario a la gobernación. Hermes Binner y Miguel Lifschitz fueron gobernadores después de la intendencia. Inclusive, en algún momento los socialistas intentaron dar otro paso adelante y mudar su experiencia al país. En 2011, el Socialismo fundó junto a otros partidos de centroizquierda –el GEN, el Partido Nuevo de Córdoba, Libres de Sur y otros– el Frente Amplio Progresista, que postuló la candidatura presidencial de Hermes Binner. El FAP quedó segundo, detrás de Cristina Kirchner, superando al resto de las fuerzas políticas opositoras al kirchnerismo (peronismo federal, radicalismo, Coalición Cívica, izquierda). Con el 17% quedó a gran distancia del 54% que obtuvo la candidata del Frente para la Victoria. Pero el mérito de haber quedado segundo no fue desdeñable.
Ese salto desde Rosario a la gobernación (y luego, el sueño del trampolín nacional) tuvo que ver con la proyección de la ciudad. La Rosario socialista se convirtió en un modelo de finanzas equilibradas, buenos servicios estatales -cuenta con el mejor sistema de salud pública municipal del país– y un «embellecimiento» de la zona céntrica e histórica. Los gestores socialistas se ganaron cierto prestigio. Pero llegó 2019 y se les acaba la nafta. Los socialistas a nivel provincial sufrieron la ruptura con los radicales que abandonaron el Frente Progresista y migraron a las filas de Cambiemos. También sufrieron fugas por izquierda con la aparición de Ciudad Futura, un partido progresista local que tiene sus votos. Además, aparecieron nuevos problemas como la inseguridad o el empobrecimiento, que se amontonan junto al «efecto cansancio» que producen las ocho gestiones consecutivas de un mismo partido. Los rosarinos siguen reconociendo algunas virtudes al gobierno municipal, pero sienten que es hora de una renovación. Y los aspirantes de Cambiemos sufren el contexto. En Rosario pega fuerte la crisis económica; de hecho, el Gran Rosario hoy tiene una de las tasas de desocupación más altas del país. Aquella ciudad que pocos años atrás casi le da la gobernación de Miguel del Sel hoy le da la espalda a Macri y su coalición amarilla. Todos los planetas se están alineando para el precandidato peronista, Roberto Sukerman.
Sukerman, actual concejal municipal, se hizo conocido cuando estaba a cargo de la oficina local de la Anses. Y a diferencia de lo que ocurre con las otras dos coaliciones importantes de la ciudad –Frente Progresista y Cambiemos–, que tienen sus internas, el peronismo rosarino está unificado. Tanto el ala más kirchnerista referenciada en Agustín Rossi como los federales hoy liderados por Omar Perotti apoyan su candidatura. En esta ciudad que desde hace rato tiene a su electorado repartido entre tres fuerzas se gana por un voto, y Sukerman se está despegando del resto. Y a medida que descienden las probabilidades de Cambiemos, las suyas crecen.
Una Rosario peronista sería toda una novedad. En principio, para los rosarinos y para los santafesinos. Pero también lo sería para el peronismo como partido. Hace rato que el justicialismo no gobierna en las ciudades grandes de la Argentina. Y gobernar una ciudad grande, y tener resultados para mostrar, es una plataforma política de enorme eficacia. El PRO llegó a la Casa Rosada proyectándose desde la Ciudad de Buenos Aires. Haciendo antes una escala técnica clave, que fue el triunfo de Vidal –otro producto porteño– en la provincia que la enamoró. Los socialistas, como veíamos, habían intentado exactamente lo mismo cuatro años antes. Y en América Latina también hay otros casos de gobiernos municipales que se proyectan al espacio nacional, como el del Frente Amplio uruguayo.
Es claro que la gestión de una ciudad como Rosario puede ser la punta de lanza de un proyecto político más ambicioso. Pero también, para el peronismo podría ser la oportunidad de ofrecer otras imágenes y proyectos a la sociedad argentina. Desde hace tiempo, a los herederos de Perón les ha tocado gobernar los territorios más espinosos del país, y en ello se ha jugado buena parte de su identidad. El peronismo es el partido que manda en los municipios más pobres del Conurbano y en las provincias más dependientes del tesoro nacional. Un justicialista al frente de una ciudad rica y observada como Rosario podría convertirse en un espectáculo nacional. «
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