Una mirada arquitectónica sobre los vínculos

Por: Belauza

El diseñador Moroco Colman debuta con una película que se ocupa de cómo reestablecer las relaciones. Un film que genera más preguntas que respuestas.

Moroco Colman es diseñador gráfico, arquitecto y desde el estreno de Fin de Semana, realizador cinematográfico. Cierto que su film tiene un antecedente del mismo nombre, pero como él mismo dice, lo había hecho “en base a una locación y un espacio” diferente que éste, su primer largo. 

“Quería ver cosas del emplazamiento de la locación con un lago, una montaña”, dice. En cambio el que lo inicia del todo en una nueva profesión está más relacionado con la muerte de su padre: “Tuve que reconstruir un vínculo, y justo tenía la película. Así que Fin de semana quiere indagar sobre cómo se reconstruye un vínculo; ésa es el alma de las película”.

El film que desde el jueves 4 se puede ver en 13 salas de todo el país, y que fue rodado en Córdoba en una locación vecina del lago San Roque y de Villa Carlos Paz, fue «súper craneado” por Colman. “Mi idea era trabajar vínculos ambiguos -comienza a explicar una de las tantas cosas que pensó antes de comenzar la producción-. Y creo que lo conseguí, porque mucha gente me dice que (las dos protagonistas) son hermanas, y defienden su postura a muerte, con lujo de detalle, diciendo que si fueran madre e hija no sería creíble. Y otra gente dice todo lo contrario, y también justifica muy bien. Cada uno construye su película y eso está bueno; yo quería eso. No dejo cerrado y el espectador sabe lo mismo que yo: que tienen un pasado en común que no conocemos muy bien, y que tienen que recomponer un vínculo.”

El cráneo de Colman estuvo no sólo lo que había que filmar, sino cómo hacerlo. “Trabajé mucho en producción para tener las locaciones que pretendía”, algo que incluye no sólo la atmósfera que se puede crear a partir de un determinado lugar, sino también “la distancia que puede tener la cámara al filmar, los planos, la composición”. 

Por eso la película está pensada en tres partes, cada una de las cuales tiene un director de fotografía diferentes que trabajó con instrucciones de búsquedas diferentes, tanto en cuanto a las tonalidades buscadas, como en el ratio de captura (tamaño y forma de la pantalla: 1.33:1, 2.35:1 y 1.85:1) y que a su vez esas partes no parecieran pertenecer a películas diferentes, razón por la cual las tres partes están filmadas con iguales lentes. “La dividí de esa manera porque son tres momentos emocionales distintos de los personajes. Y no sólo hay cambios en la fotografía, sino también en montaje, sonido. Por eso busqué tres directores de fotografía distintos, porque si lo hacía con uno solo iba a tener el mismo estilo por más que cambiara de instrucciones. Era igual de importante tener tres estilos diferentes y que cada uno trabajara con autonomía a partir de lo que le pedía. Quería que cada uno de ellos trabajara con su toque personal, por eso cada uno trabajaba con sus luces, sus técnicas, pero no decide la puesta, eso ya lo tenía decidido de antemano.”

Y el cambio de ratio, además, tenía el “desafío de que estaban en una historia lineal, no iban a ser usados para marcar flashbacks o para mostrar situaciones de otro tipo”. Así, la película es una cantidad de decisiones acerca de las posiciones de cámara y los planos y lentes para mantener su coherencia narrativa, cuyo resultado se nota mejor en las escenas de sexo explícito, definidas de esa manera porque la convención cinematográfica del mundo ha conseguido y establecer que una escena de sexo no está obligada a tener el realismo o la verosimilitud que se le pide a un montón de otras situaciones cinematográficas.

“La película tiene una carga sexual muy fuerte desde la escritura y por eso busque que las protagonistas fueran físicamente muy potentes (María Ucedo y Sofía Lanaro), que transmitieran sensualidad, tuvieran esa carga sexual. Y me costó mucho el casting para encontrarlas, porque tenían que hacer escenas de sexo, no solo actual bien”, subraya Colman. A eso había que agregarle el equilibrio en las “tonadas de los personajes, para que respetaran esa características de Carlos Paz, que tiene tantos cordobeses como porteños”, y que esa carga sexual, ya propia “en su mismo andar”, fuera mantenida con “coherencia en las escenas de sexo”.

“Cuando en el cine argentino se filma sexo la cámara se evade o se aleja de la escena, no se le anima, muestra un pete de espaldas -refuerza conceptualmente el director-. Me pasó con el casting, fue como una lucha: que dirá mi novio, que dirá la gente; una cosa muy puritana, muy argentina de ver el sexo. (Los personajes de) Diego y Martina tienen un punto de encuentro desde lo sexual, a nivel de juego que se permiten esa cosa violenta y de hacerlo en cualquier lugar, como en la escena del bote: pinta y se hace, punto. Y la cámara en esos momentos sigue respetando la distancia de registro que tiene con los personajes en otras situaciones, por eso aparece como ‘explícito’: es la distancia de toda la película. Si no sería alejarse, y eso me habría complicado la película desde lo narrativo, perdía credibilidad”. }

Si el resto del cine argentino prefiere la distancia, Colman cree que es debido a que “muchas películas se terminan formateando para festivales, para una concepción más europea; por eso en el lenguaje hay una cadencia más lenta, forzada, y yo quería respetar los modos de los personajes”. Y cree que esa búsqueda de los directores, en buena medida, se debe a que “mucha crítica encasilla, y es la misma que después elige o premia películas en festivales; entonces los directores terminan de alguna manera reproduciendo eso que se premia”. “Yo quería hacer una película más latina, como nosotros -define-: acá se habla en otro ritmo, entonces cuando no hay que hablar los personajes no hablan, y cuando tienen que gritar, gritan.”

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