Una militancia territorial nacida en «La Escuelita» de Las Tunas

Por: Federico Trofelli

El diputado nacional Leonardo Grosso y el concejal de Vicente López, Joaquín Noya hicieron los primeros piquetes pidiendo comida en frente de la municipalidad de Tigre para los vecinos del barrio en el que daban clases de apoyo escolar. "Éramos menos de 100, pero era una movilización grande para esa época y en ese lugar", recuerda el hoy diputado sobre aquella crisis a la que considera "un antes y un después".

La Escuelita, como cariñosamente los vecinos del barrio llamaban al Centro Educativo Las Tunas, ocupó el espacio que el Estado había dejado ausente en uno de los sitios más vulnerables de la localidad de General Pacheco, en el partido de Tigre. Como tantos otros, en los ´90 estos lugares funcionaron como apoyo escolar y provisión de alimentos para cientos de miles de familias, pero sobre todo fueron clave para contener y mantener las redes sociales ante un neoliberalismo indómito que expulsaba del sistema a buena parte de la población.

Tiempo dialogó sobre esta experiencia con el diputado nacional Leonardo Grosso y con el concejal de Vicente López, Joaquín Noya, quienes en las postrimerías de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 empezaron allí su militancia territorial. Hoy, ambos pertenecen al Movimiento Evita, enrolados dentro del Frente de Todos, pero en aquellos años, por caso, ni siquiera existía tal espacio político.

El Centro Educativo Las Tunas fue creado en 1996 por estudiantes universitarios en uno de los vértices del norte del conurbano que reflejarían más fielmente la desigualdad: apenas una calle de tierra dividía un incipiente Nordelta, el mega barrio de barrios opulentos, del asentamiento al que le faltaba de todo.

“Éramos todos pibes y pibas, la mayoría autonomistas”, comentó Grosso en referencia a la influencia de “construcción colectiva horizontal” de dirigentes como Toni Negri o John Holloway. “Era la lectura del momento. Primero construimos un centro educativo y eso nos llevó a armar la organización de los vecinos, como una especie de movimiento prepiquetero”, añadió el legislador nacional, quien se incorporó a La Escuelita en el 2000.

Apenas egresado del secundario, Grosso se sumó a esta iniciativa como maestro jardinero, dando clases de apoyo a los nenes del barrio, donde también confluían otros educadores del nivel primario y secundario. Todo era informal, a pulmón, puro voluntarismo. Desde allí, se llegó a coordinar una huerta, un espacio de trueque, el comedor, merendero, una cancha de fútbol, una biblioteca popular, talleres de oficio, un verdadero centro comunitario.

“El espacio estaba conformado por unos 20 o 30 jóvenes de sectores medios que no éramos de ahí y otros tantos vecinos que participaban activamente. En 2004, se convirtió en la primera sede de un Bachillerato Popular abierto por una organización social que matriculaba chicos, algo que se reprodujo en el resto del conurbano”, recordó Joaquín Noya, quien conoció a los militantes del barrio a partir del desarrollo de un taller a través de la Cátedra de Filosofía y Letras de la UBA, vinculado a “recuperar los saberes de los pobladores de estos sitios”.

“En plena crisis, la Argentina estaba detonada. Hicimos los primeros piquetes pidiendo comida en frente de la municipalidad de Tigre. Éramos menos de 100, pero era una movilización grande para esa época y en ese lugar, nos acompañaban por ejemplo compañeros del Suteba”, señaló Grosso, quien mencionó que a partir de las jornadas de diciembre de 2001 “hubo un antes y un después. Todo fue bastante traumático”.

El diputado sostuvo que el sábado siguiente de esas sangrientas noches volvió a Las Tunas “a sostener la clase de apoyo y para incorporar lo que había pasado, les hice dibujar a los chicos algo referido a este suceso: todos dibujaron gente con fuego y algunos con armas”. Claro, por esas horas, aún humeaban las hogueras de gomas y maderas que los vecinos habían hecho en las esquinas para evitar los presuntos saqueos de los habitantes de barrios aledaños, según la versión que la propia Bonaerense se había encargado de esparcir «para desalentar la movilización», opinó Grosso.

Noya, quien hoy preside el bloque de concejales del Frente de Todos en el distrito gobernado por el macrismo, puntualizó que “la única presencia estatal era, circunstancialmente, la de la policía que iba a hostigar a los pibes. La militancia que desarrollamos nosotros, hasta que vino Néstor, tenía una lógica muy antiestatal porque creíamos que el camino no era por ahí”. Luego, con el correr de los meses y los años, se formalizaron los planes sociales en programas productivos en donde “el Estado reconoció las tareas que los compañeros hacían en las panaderías, de mantenimiento, en los talleres, de carpintería, o el trabajo comunitario en el merendero o el comedor”.

“Después de 2001, la participación fue mayor, la movilizaciones fueron más seguidas. Había una efervescencia que tenía que ver con el clima de época. Todo creció y nos fuimos a armar la misma dinámica en otros lugares y a otra escala. Terminamos organizando toda zona norte”, indicó Grosso. Pocos años más tarde, los militantes que sostenían el espacio se dieron una fuerte discusión interna y hubo quienes comenzaron a formar parte del Movimiento Patriótico 20 de Diciembre (luego Movimiento Evita) y otros que conformaron la Organización Popular Fogoneros.

Para el legislador nacional diciembre de 2001 fue “un aprendizaje de la dirigencia, que confeccionó herramientas de contención social ya que vivimos crisis como la de ahora o la de 2018 y no estalló todo por el aire; también hubo un aprendizaje democrático como pueblo a organizarse, participar, construir poder popular; y aprendimos que las rupturas institucionales son más dolorosas para los que menos tienen, porque los que más ganaron son los que más tenían”.

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