Un documental de la televisión holandesa la descubrió entre las más de mil personas sin techo que buscan un hogar bajo tierra en la Ciudad del Pecado. La suya se suma a las historias tristes de otras estrellas fugaces de la pornografía.
En las imágenes del documental se la ve sin maquillaje, vestida con una campera vieja y una actitud positiva que, dada su delicada situación actual, resulta llamativa. Su aspecto algo desmejorado hace que sea muy difícil imaginar que se trata de la misma persona que alimentó la fantasía de muchos (y muchas) durante esa vida anterior dentro del porno. Consultada por el periodista Saddora confiesa que tiene apenas 36 años, aunque su gesto avergonzado parece dar a entender que son demasiados. Y no es descabellado que se sienta así: para la industria que abandonó hace cuatro años una mujer que supera los 30 y acumula una carrera de más de una década ya es una veterana. Una versión concentrada y cruel de un mandato que la sociedad le impone a las mujeres en todas las áreas.
Saddora intenta parecer fuerte durante la charla. Dirá que vivir en esos túneles siendo mujer no es tan difícil como podría pensarse y que todo el mundo ha sido amable con ella. Insistirá con que ahí abajo tiene todo lo que necesita, mientras con sus brazos y manos abiertas muestra el improvisado hogar que se armó amontonando cosas en un rincón húmedo y oscuro. Cuesta imaginar una metáfora más potente para ilustrar lo peor de la cultura occidental: una estrella del porno convertida en indigente habita en el sótano inundado de la Ciudad del Pecado, pero insiste en que está todo bien. Como si vivir sepultada fuera una aspiración o un sueño cumplido.
Recién cuando el documentalista le pregunta a qué se dedicaba antes de llegar ahí, ella revela su pasado. “Solía trabajar en pornografía”, responde Saddora ante la sorpresa de su interlocutor. “¿Eras actriz porno?”, insiste el reportero como si quisiera asegurarse de haber escuchado bien. “Sí. Alguna vez estuve bastante buena”, confirma ella mostrando los restos de su orgullo, pero enseguida mira de reojo a la cámara y agacha la cabeza. Como si de golpe tomara consciencia de lo que ocurre y quisiera que la tierra se la tragara todavía más profundo. Los nervios la traicionan y se le escapa una sonrisa con los labios apretados porque no quiere mostrar los dientes manchados que, por desgracia, ya vio todo el mundo. Entonces se cierra la campera vieja contra el cuerpo, como si quisiera esconderse, cubrirse para que no la vean, pero ya es tarde. Stephanie está desnuda otra vez.
A pesar de llevar cuatro años retirada, Saddora todavía se encuentra entre las actrices más buscadas del porno en la actualidad, como lo confirma el ranking permanente que confecciona el sitio Pornhub.com, uno de los más frecuentados por los consumidores del género, donde Jenni Lee se mantenía cerca del puesto cien. Al menos así era hasta que la noticia de su triste presente tomó estado público. Siete días más tarde y con su nombre dando vueltas por los portales de noticias de todo el mundo, el interés por sus películas se incrementó de tal modo que su figura volvió a ubicarse al filo del top ten. El morbo goza de buena salud.
La pornografía es uno de los negocios más lucrativos del mundo virtual y sus contenidos ocupan un gran porcentaje de espacio en la web. Un informe del año 2012 indicaba que el negocio representaba por entonces más de un tercio de la torta digital. Sin embargo estos datos son cuestionados por un artículo más reciente, publicado por la BBC, en el que se indica que a partir del crecimiento de los dispositivos móviles y las mejoras de la conectividad, el 90% de los contenidos de la web fue creado en los últimos dos años, haciendo que aquel informe hoy carezca de todo valor. La misma nota sugiere que es probable que en la actualidad la porción del porno se haya desplomado por debajo del 5%. Una caída que no es gratuita para esa industria que ha visto reducidos sus ingresos de manera drástica, haciendo que la cadena del negocio se haya vuelto menos lucrativa para sus eslabones más débiles: los actores. Esos datos podrían ayudar a explicar el lamentable presente de Saddora.
Sin embargo las historias tristes, no son una novedad dentro del porno, sino que forman parte de él desde su nacimiento. Alcanzan apenas algunos ejemplos para probarlo. El más emblemático es el de Linda Lovelace, seudónimo artístico de Linda Susan Boreman, la actriz que protagonizó Garganta profunda (1972). Se trata de la película que le dio a la pornografía un aire “cool” y la convirtió en un negocio muy rentable a comienzos de los ’70. Una prueba de su tremendo impacto en la cultura popular es el rol que la película adquirió durante el escándalo Watergate que derivó en la renuncia del presidente estadounidense Richard Nixon en 1974. Por entonces los periodistas del diario Washington Post bautizaron con el nombre de Garganta profunda (Deep Throat) a la fuente anónima que los proveía con la información clasificada sobre la que se edificó su investigación.
Linda Lovelace
Según cifras extraoficiales, ya que las taquillas de las salas de cine para adultos no cuentan con registros estadísticos, se estima que Garganta profunda recaudó más de 600 millones de dólares. En su libro Las 50 películas que conquistaron el mundo, el crítico de cine Leonardo D’Espósito estima que esa cifra actualizada por inflación convertiría a la película en una de las más taquilleras de la historia del cine. Boreman apenas recibió 1.250 dólares como pago por su trabajo en ella. Uno de los muchos abusos que sufrió en los pocos años en que fue parte de la industria del porno.
En su autobiografía de 1980, titulada Sufrimiento (Ordeal), Boreman/Lovelace reveló que su ex esposo Charles “Chuck” Traynor, un director porno de tercera categoría, la había obligado pistola en mano no solo a filmar Garganta profunda sino también a prostituirse. “Cuando alguien mira Garganta profunda lo que está viendo es cómo me violan”, dijo alguna vez la primera gran estrella del porno, ya que “en todas las escenas tenía una pistola apuntando directamente a mi cabeza”. “Es un crimen que una película así se siga exhibiendo”, completaba. Tras alejarse del mundo del pornografía Boreman se dedicó a combatirla dando conferencias, charlas y talleres. Murió en 2002 a los 53 años en un accidente de tránsito en la ciudad de Denver. Su figura inspiró 36 libros, 18 canciones y su vida fue llevada a la pantalla en la película Lovelace (2013), en la que su rol es interpretado por Amanda Seyfried y Peter Sarsgaard personifica a Traynor.
Jon Dough se suicidó en 2006. Había sido uno de los actores más activos del porno americano durante los años ’90. Su mujer y también actriz Monique De Moan, con quien compartían una hija, lo encontró ahorcado dentro de uno de los roperos de la casa. Según ella Dough arrastraba severos problemas de adicción y creía que esa era la causa del suicidio. Sin embargo el periodista especializado en la industria del entretenimiento para adultos Louis Theroux se animó a buscar otra explicación en un artículo de 2012, también publicado por portal de noticias de la BBC. En él daba cuenta de la crisis en el mercado del porno provocada por la piratería y la forma en la que esta impactó en la economía de los trabajadores del rubro. En ese texto también expone la dura realidad de quienes encuentran en la pornografía un medio de subsistencia, dando cuenta de un panorama muy distinto de las fantasías que pueden tener quienes simplemente la consumen como pasatiempo.
Entre las fuentes consultadas por Theroux se encuentra el actor Tommy Gunn, de gran presencia en la industria durante la primera década del siglo, quien confirma que lejos de la lujuria relajada y del placer desbocado, la vida en el porno es difícil. Para él una de las cosas más complicadas a la que lo expone su oficio es la dificultad para entablar vínculos sentimentales profundos y duraderos. “No es normal dejar a alguien que amás para ir a tener sexo con alguien a quien no amás», dice Gunn, cuyas palabras dejan entrever tristeza y soledad.
El panorama se agrava con el estado crítico de una industria que reparte porciones cada vez más chicas. Eso, según Theroux, también formaba parte del coctel que habría llevado a Dough al suicidio. El periodista afirma que este “trabajaba en un mercado saturado por la difusión gratuita en el que es muy difícil hacerse un sueldo para vivir. Varias personas culparon de su muerte a la disminución en las ventas de DVD’s”. Aunque su viuda repite que el origen del suicidio de Dough está vinculado a sus problemas de adicción, Theroux insiste: “dice mucho de la industria que la gente relacionara de manera casi intuitiva el suicidio con la venta de DVD’s”.
El de las drogas suele ser un problema repetido en un ambiente en donde las exigencias físicas combinadas con un exacerbado espíritu hedonista muchas veces acaban empujando a sus protagonistas a buscar un paliativo para sobrellevar ese vació emocional del que habla Gunn. Como en otros ambientes adrenalínicos, las drogas formado parte del imaginario de la industria del porno, donde el exceso llama al exceso en la procura de placeres cada vez más intensos. Y además suelen ser la puerta de entrada a círculos mucho más peligrosos. Para confirmarlo solo hay que viajar hasta finales de los años ’60 y rescatar la memoria de quien tal vez sea el mito por excelencia del imaginario del porno: John Holmes.
John Holmes
Famoso por la portación de un pene descomunal que le permitió protagonizar más de 2.500 películas –la leyenda sugiere que superaba los 30 centímetros, aunque estudios más “serios” afirman que “apenas” si llegaba a los 28—, Holmes previsiblemente nació en un hogar en el que la pobreza convivía con la miseria. Abandonado por su padre a la edad de 3 años, el gran ícono del porno creció siendo víctima de los vicios y la violencia de las eventuales parejas de su madre, una mujer religiosa devota del culto bautista.
Holmes empezó joven en la pornografía gráfica, posando para distintas revistas. Pero fue recién cuando el éxito de películas como la mencionada Garganta profunda o El diablo en el cuerpo de la señorita Jones (1973) convirtió en masivo el consumo de la pornografía, que Holmes encontró el espacio ideal para pasear su atributo. Fueron esos 30 centímetros los que rápidamente lo transformaron en la primera gran estrella masculina de la etapa seminal del género. El actor llegó a ganar 3.000 dólares por día de rodaje y según sus propios cálculos mantuvo relaciones sexuales con unas diez mil mujeres a lo largo de su vida. Sin embargo antes de llegar la década de 1980 Holmes debió abandonar el negocio debido a que su adicción a la cocaína y los psicofármacos le impedía mantener erecciones convincentes para afrontar las exigencias de un rodaje. En la calle y habiéndose gastado todo lo ganado, Holmes se inició en el delito.
Comenzó robando autos, más tarde saqueando casas y hasta llegó a trabajar como mula para pequeños traficantes a los que les debía dinero. Llegó al fondo cuando quedó implicado en la tortura y asesinato de cuatro personas en un episodio vinculado al tráfico de drogas. El caso, conocido como Los Asesinatos de Wonderland, nunca fue resuelto y fue adaptado al cine en la película Excesos (2003), en la que Val Kilmer encarna el papel de Holmes. Aunque fue absuelto de los asesinatos, el actor estuvo preso hasta 1982 por haber sido encontrado culpable de robo. Al salir de la cárcel volvió a trabajar, pero el negocio ya no era el mismo: la aparición del VHS lo había vuelto menos lucrativo y la verdad es que él tampoco era la estrella de antaño.
En 1985 le diagnosticaron VIH, pero prefirió ocultarlo incluso a sus compañeras para no perder definitivamente el trabajo que lo había convertido en mito. Un año más tarde su deterioro físico se volvió evidente y ya no lo volvieron a contratar. John Holmes falleció en 1988 a causa de complicaciones vinculadas a la enfermedad. Su historia fue rescatada para el cine por el director Paul Thomas Anderson, quien cuenta una versión muy libre de la vida de Holmes en Noches de placer (1997), uno de sus mejores trabajos, en el que un joven Mark Wahlberg interpreta al famoso actor.
No caben dudas que el VIH es la piedra en el zapato del porno, una tragedia recurrente. Incluso en la actualidad, donde algunos sectores de la industria buscan establecer algunos protocolos de seguridad que incluyen exámenes médicos regulares y el uso obligatorio de preservativos. Claro que no todos cumplen con estas normas, a veces escudándose en argumentos que rayan con el absurdo, como que quienes consumen pornografía prefieren aquellas escenas en las que los actores prescinden el pequeño salvavidas de látex. Esa falta de compromiso es la que llevó a que desde finales de los años ’90 aparezcan de forma regular casos de contagios masivos dentro de la escena.
El primero en causar alarma fue el del estadounidense Marc Wallis, quien trabajó en aproximadamente 1.700 películas hasta que en 1998 le diagnosticaron la enfermedad. Igual que en el caso de Holmes, Wallis también ocultó su condición durante dos años, en los que contagió al menos a cuatro compañeras de trabajo, entre ellas las actrices Brooke Ashley, Tricia Devereaux y Kimberly Jade, provocando un simbronazo durante la última etapa de una época de oro tardía del porno, motorizada por el auge del DVD.
Algo parecido ocurrió en 2004 cuando el actor Darren James contrajo la enfermedad durante un rodaje en Brasil junto a la actriz sudamericana Bianca Biaggi, infectando a partir de ahí de manera involuntaria a sus colegas Miss Arroyo, la checa Jessica Dee, fallecida en 2012, y la canadiense Lara Roxx, quien había ingresado al mundo del porno apenas dos meses antes. El caso provocó otro rapto de histeria dentro de la industria, llegando a tener a más de 50 personas en cuarentena con riesgos de haber sido contagiadas.
El caso de los actores Cameron Bay y Rob Daily, pareja en la vida real, volvió a encender el pánico en 2013 y entregó una peligrosa muestra de lo que es capaz una industria cuando la rentabilidad es más importante que las personas. Por entonces el Congreso norteamericano evaluaba una ley para reglamentar el uso obligatorio de preservativo en los rodajes, pero los abogados de la empresa Vivid Entertainment, una de las más importantes de California, la Meca del género, presentaron una demanda contra el estado para que la misma no se reglamente. Adujeron que la industria del porno «ya se regula a sí misma lo suficiente« con el fin de proteger a los actores contra el VIH y otras enfermedades venéreas.
Nacho Vidal
La respuesta de Bay y Daily no se hizo esperar: «Es tan grande la industria que lo único que les importa es el dinero, pero si realmente es eso lo que les interesa deberían dejar que los actores usen preservativos”. El último caso resonante tuvo lugar a principios de 2019, cuando el español Nacho Vidal fue señalado como posible portador del virus, paralizando al sector europeo de la industria. Seis meses después el popular actor permanece recluido y no hubo comunicación oficial que corroborara o desmintiera su supuesto contagio.
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