Uno de los tres ejes de la próxima cumbre es –por fina ironía del país anfitrión– «un futuro alimentario sostenible» ya que, según el selecto club de los países más ricos del mundo, «la seguridad alimentaria es un eslabón importante para lograr estabilidad y paz, y en ningún otro caso la seguridad y el desarrollo están tan evidentemente interconectados y se refuerzan mutuamente como en los alimentos».
Sin embargo, más allá de estas pomposas declaraciones y definiciones, donde se juega en serio el futuro de la alimentación es en los otros dos ejes que abordará el G20 y que demuestran cuáles son las políticas que, realmente, pretende impulsar: libre comercio e infraestructura.
Nada más lejano a la seguridad alimentaria que las políticas de libre comercio impulsadas por la Organización Mundial de Comercio y los tratados de libre comercio –simples correas de transmisión de los intereses de los grandes capitales transnacionales–, que imponen el dominio de las corporaciones del agronegocio por sobre el derecho a la alimentación de nuestros pueblos, condenan a las grandes mayorías al hambre, la malnutrición en todas sus formas y las enfermedades crónicas no transmisibles y llevan hoy a la expulsión de millones de campesinas y campesinos del campo en todo el mundo.
Nada más lejano a la paz que la violencia que ejerce a diario, a sangre y fuego, el avance del modelo agroindustrial ecocida y genocida en los territorios de los campesinos y pueblos originarios. Y nada más lejano al «desarrollo de los pueblos» que una infraestructura de carreteras, megaproyectos, hidrovías y puertos que tienen como objetivo central sacar de nuestros territorios las mercancías que el modelo extractivista demanda y que tiene a la agricultura industrial –con la soja transgénica a la cabeza–, la megaminería a cielo abierto y la explotación hidrocarburífera como sus principales expresiones. Las venas abiertas de América Latina continúan sangrando.
La crisis climática y alimentaria, la destrucción de la biodiversidad y la apropiación de las semillas agrícolas son sólo algunos emergentes de un problema mucho más grave: un sistema social y político que ha perdido el rumbo y requiere de una reconstrucción urgente, y que sólo será posible con un cambio profundo de paradigmas.
Nuestros Pueblos, de la mano de la Soberanía Alimentaria, el Buen Vivir, el Feminismo Campesino y Popular y las Semillas como Patrimonio de los Pueblos al Servicio de la Humanidad estamos dando los primeros pasos en esa dirección, mal que le pese al conjunto de intereses nucleados en el G20. «
*Abogado especialista en derecho a la alimentación; Cátedra de Soberanía Alimentaria
**Acción por la Biodiversidad y GRAIN