Un rey que sólo debe sonreir ante la decadencia del Reino

Por: Ricardo Gotta

El karma de Carlos III: fue coronado a los 73 años, ocho meses tras la muerte de Isabel II. La comparación con ella lo hace trizas. Augurios de un reinado fugaz que inicia con baja popularidad. Además, convivirá con una crisis inédita en la Gran Bretaña. Le asignan escasa o nula injerencia en las cuestiones políticas.

El próximo 2 de junio se cumplirán 70 años. En las escalinatas de la Abadía de Westminster, el príncipe de Gales, con sus 3 añitos, lucía un rictus de temor que contrastaba con las sonrisas altivas de Isabel II y de Felipe de Edimburgo. Ella, a sus 25 años, se convertía en monarca del Reino Unido y de la Mancomunidad de Naciones. Fue la primera coronación en la historia en televisarse: así como la despilfarraba, al príncipe consorte le encantaba facturar. También  fue la más estridente de la historia, con 8000 invitados.

Carlos III, ese pibe, es ahora el Rey. El reinado de su madre será recordado por la pericia que adquirió al lado de personalidades como la de Winston Churchill, su muñeca para atravesar la crisis de Suez, un hito en el proceso de desmantelamiento del imperio británico. Vio como su nación se unía a europa y luego se bajaba con el Brexit.  Fue una mujer de carácter y decisión en tiempos difíciles. Ahora, su heredero convive con la crisis más grave del conservadurismo británico: en un breve lapso ya vio cómo la primera ministra Liz Truss duraba mes y medio apenas en el 10 del Downing Street. Y el actual, Rishi Sunak, que de ningún modo tiene ribetes de estadista.

El Reino Unido está sumergido en una seria crisis económica y social. Pero el establishment dejó traslucir que espera que Carlos III se dedique a sus cosas, que contenga los escándalos domésticos y administre la monarquía sin barahúnda, sin husmear en cuestiones políticas trascendentes. La guerra más cercana es la del Este: él tiene difusa experiencia en la Royal Navy, pero no debería fisgonear en la OTAN, en la que su nación, aún poderosa pero en decadencia, es manejada por los hilos de otro imperio en retroceso, el estadounidense.

Foto: Leon Neal / AFP

No sólo su imagen está en entredicho sino la propia monarquía enfrenta el peor descrédito en décadas, vislumbrado en diversos episodios opositores ocurridos, por caso en estadios de fútbol, como en otras manifestaciones populares. Para la ceremonia de estas horas se movilizaron 6000 agentes de las FF AA, previendo la aparición de grupos antimonárquicos, que los hubo (ver recuadro). De hecho, sólo un tercio de los británicos espera que sea un buen rey, y en una encuesta de The Guardian un alto porcentaje lo observa “alejado de la realidad» económica y social de la nación.

El descredito se acentúa fuera de Londres. Un dato a no desdeñar es que Irlanda es República y que parte de su territorio está virtualmente ocupado por Inglaterra. Allí no es nueva la reprobación a la monarquía.

El tapón real

Él mismo rey confirmó que desciende de Vlad Tsepesh el Empalador, conde de Transilvania (Drácula). Este señor de 74 años que ayer se convirtió en el 40° coronado en Westminster, donde fue ungido Guillermo el Conquistador, desde 1066. Llegó y se fue en un carruaje jalado por ocho caballos, en compañía de Camila, la reina consorte. Antes se bañó en una tina con el “tapón real” apuntando con precisión hacia la puerta; verificó que los cordones de sus botas estuvieran planchados y, en el desayuno, optó por una de las siete clases de miel, siempre disponibles. Apenas algunas de las obsesiones de un tipo al que califican de “irritable, veleidoso y antojadizo, maniático y excéntrico”. Fanático de la filosofía y la poesía. Preocupado por el cambio climático y la agricultura orgánica, por lo que lo admiran sus hijos, William y Harry. Conversa con sus plantas. Instaló una huerta en Highgrove: provee a su empresa Prince’s Trust (la fundó con su indemnización por despido de la Royal Navy), que comercializa 200 artículos sustentables. Pero maneja barcos y helicópteros, por lo que recibe las más ácidas críticas de sectores ambientalistas. Heredó u$s 500 millones en tierras, fincas, joyas, cuadros y otros bienes. Además, opera los u$s 42 mil millones del reino: inversiones, palacios, joyas y obras de arte. Tiene techo donde guarecerse: los Palacios de Buckingham y de Holyrood, los castillos de Baldmoral y de Windsor, el Clarence House y el Sandringham House. Otro delirio de ricachón: fundó Poundbury, una ciudad sin señales de tráfico ni antenas, con edificios victorianos, georgianos y neoclásicos donde viven 1.500 ingleses: llega en auto y allí se sube a una bici.

Además de haber estado una vida bajo el halo de su madre, con la eficiencia que no tuvo en otros menesteres, alimentó la lista de escándalos en una familia que no dejó uno por cometer. Impusieron su enlace con Diana Frances Spencer (Lady Di), la madre de sus hijos, pero jamás olvidó a Camila Rosemary Shand. Jamás. Ni mientras convivió con la princesa, que tras el divorcio real, murió en un accidente en un túnel de París. Dicen que su hijo William sí será un rey a la usanza tradicional y que para ello fue formado. En cambio Harry, duque de Sussex, se casó con una mestiza, Meghan Markle: no sólo ella develó actitudes xenófobas del flamante rey coronado.

Una máxima adentrada en la realeza es que ser monarca reemplaza al individuo. Nunca fue Charles Philip Arthur George Mountbatten-Windsor, su nombre secular, sino durante 70 años el príncipe heredero. Demasiado. También se dice que los monarcas no envejecen, sino que se derriten. Se auguran los lapsos más diversos sobre la duración de su reinado. Incluso hay una predicción sobre el día de su muerte: 28 de marzo de 2026. Otra broma que circuló con asiduidad desliza que empezó a trabajar a los 73 años: “No soy tan estúpido. Me doy cuenta de que ser soberano es una función diferente”, le dijo Carlos a la BBC en 2018. A confesión de parte…  

Jamás se apagan los escándalos

Un día gris, como el nuevo rey, dice una ácida crónica que llega de Londres. También que dos millones de ingleses estuvieron en las calles. Muchos con las banderas británicas. Algunos de ellos llevaban el cartel «Not my king».

La coronación de Isabel II fue musicalizada por compositores clásicos y tuvo desbordantes comilonas. La de Carlos III, símbolo de los tiempos, es considerada casi vegana, contó con un coro de gospel y música creada por compositores populares.

Al flamante rey lo proclamó el Arzobispo de Canterbury, Justin Welby. No sólo se llevó de la Abadía de Westminster, el Orbe del Soberano, el Anillo de Coronación, el Cetro del Soberano con Cruz y el Cetro del Soberano con Paloma. También la corona de San Eduardo, creada en 1661, luego que fundieran la que usó Carlos I, quien fuera decapitado…

La diadema tiene 2,07 kilos de oro puro con incrustaciones de rubíes, amatistas y zafiros, adornada con un casquete de terciopelo púrpura ribeteado con una banda de armiño. Camila se llevó lo suyo: la corona de la reina María de Teck, modificada: le quitaron el diamante Koh-I-Noor para añadirle diamantes Cullinan III, IV y V, de la colección personal de Isabel II. Una chuchería…

En la coronación no hubo representantes oficiales de Ladi Di. Pero Kate Middleton, la esposa de William, princesa heredera, se vistió de novia con guiño a Diana en su estilismo. Usó incluso un collar de perlas de su suegra muerta en un accidente. Cuando Carlos III recibía la corona, la portada del influyente The Times la mostraba a ella en la portada.

Nunca se apagan los escándalos en la familia real.

Como que Harry, sin el aura de William, entró a Westminster junto con sus primos y se sentó en la tercera fila. Sin Meghan ni sus hijos, fue relegado a un papel secundario. Se fue de la Abadía en un auto particular de marca alemana….

Tampoco estuvo en la foto en el balcón de Buckingham cuando Camila zamarreó a uno de los «principitos nietos» porque se le acercaba unos centímetros. También perderá buena parte de las celebraciones  que durarán hasta el martes, incluyendo banquetes con personalidades llegadas de todo el mundo.

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