Estaría por reabrirse la Exhibición Internacional de la Amistad en Pyongyang, donde entre reliquias soviéticas y curiosidades kitsch, hay rastros de la llegada de Isabelita, enviada por Juan Perón.
Y también, el único regalo que la Argentina le hizo a la Corea roja.
Primero. La EIA es un mausoleo al arte del obsequio diplomático, un santuario donde el poder se mide en objetos y las memorias quedan encapsuladas tras vitrinas. Ubicado en el corazón de Mt. Myohyang, su fachada de inspiración coreana pretende un gesto de sobriedad, pero no es más que una máscara: el verdadero museo se hunde en las entrañas de la montaña, en un laberinto subterráneo donde la historia se acumula en 140 salas y “más de 116.000 regalos”, según cifras oficiales, jamás auditadas. Total, ¿para qué pinchar el globo del ilusionismo comunista?
Los pasillos de mármol reluciente se extienden como arterias de un cuerpo inerte, reflejando el resplandor de lámparas de cristal y la opulencia de jarrones de jade. Entre vitrinas, trenes en miniatura enviados desde latitudes lejanas comparten espacio con una locomotora que alguna vez despachó Josif Stalin. Un cocodrilo disecado reposa con la boca entreabierta, como si todavía esperara un último bocado.
Cerca, un cigarro de oro brilla con su propia historia: obsequio del Mariscal Tito, aquel que, según cuentan, vivió en La Plata dos años y gritó goles en los tablones de la cancha de Estudiantes, en 1 y 57. Y como si la historia tuviera sus propios caprichos, entre tanto símbolo de grandeza, un humilde VHS de Space Jam se erige como un testimonio insólito del poder blando estadounidense, el regalo menos esperado de los archienemigos de la nación.
Acompañados por guías de verbo afilado y formación impecable, los visitantes llegan al final del recorrido, donde los esperan tres figuras inamovibles de los Kim: Il Sung, Jong Il y Jong Un (ver aparte). No hablan, no se mueven, pero ahí están. Observan, impasibles. Y aunque su gesto es rígido, parece esbozar una sonrisa, como la Gioconda en el Louvre, con esa ambigüedad que incomoda y fascina a la vez.
Fue el primero de los Kim quien, en los ’60 y parte de los ’70, gobernó una Corea comunista más próspera que su hermana del sur, entonces empobrecida bajo una dictadura que, con el tiempo, se convertiría en un tigre asiático. En ese contexto, Pyongyang recibió a una delegación argentina con una figura inesperada: la futura presidenta Isabel Martínez de Perón.
Segundo. Los archivos diplomáticos de la RPDC permanecen cerrados a los foráneos, pero un minucioso trabajo de investigación de Aguirre Torrini (Mundo Asia Pacífico, 2024) analiza los vaivenes de la Argentina según la mirada del periódico oficial del partido de los trabajadores, el Rodong Sinmun. Durante la Guerra Fría, en Corea del Norte “es posible determinar que la imagen de Argentina y del gobierno peronista era favorable, sobre todo por las decisiones de política exterior que propiciaron la apertura hacia el bloque socialista”, señala el trabajo.
La RPDC buscaba aliados y se abrazó al Movimiento de los No Alineados, vistiéndolo de gesta para sumar votos en Naciones Unidas y proyectar su imagen internacional. En paralelo, Juan Domingo Perón seguía en su exilio en Puerta de Hierro y tejía alianzas a su manera, con el pragmatismo de quien nunca dejó de hacer política, estuviera donde estuviera.
En 1964, ocurrió un episodio curioso: una primera visita a Pyongyang del Movimiento Revolucionario Peronista (MRP), una de las tantas organizaciones clandestinas del ala izquierda del partido, que llegó a Corea del Norte con o sin la venia del Pocho. Los visitantes participaron de las jornadas de “Relaciones Culturales con los Países Extranjeros”, aunque no quedaron registros claros de qué materias rindieron los supuestos estudiantes del curso. Quizás, más que aprender, fueron a observar. O a ser observados.
Tercero. A comienzos de los ‘70, el mítico Mao Tse-tung invita a Perón a China. Pero el león herbívoro, siempre tacticista, decide no ir en persona y delega la misión en una línea de cuatro tan insólita como reveladora, un equipo que sale de derecha a izquierda con olor a kitsch: el “Brujo” José López Rega, su esposa Norma López Rega de Lastiri, Isabel Perón y Gloria Mercedes Bidegain, militante de la gloriosa JP.
Esa extravagante Embajada Justicialista partió en un chárter desde Beijing con destino a Pyongyang, donde aterrizaron el 15 de mayo de 1973 rodeados de trapos rojos y aplausos coreografiados. En los pocos registros fotográficos que se conservan, se ve una bandera gigantesca que reza: «¡VIVAN LA AMISTAD Y SOLIDARIDAD ENTRE LOS PUEBLOS COREANO Y ARGENTINO!». Así, todo en mayúsculas, como si los locales hubieran captado algo de la Sinfonía de un sentimiento, de Leonardo Favio. O al menos, como si hubieran querido aparentarlo.
Dice la leyenda, digna de un cuento de Fontanarrosa contado en voz baja, que en honor a los visitantes, el Mariscal Kim hizo flamear la bandera celeste y blanca en su residencia oficial, donde hoy se erige la EIA, durante las 48 horas de la visita. Vaya usted a comprobarlo, diría alguno sentado en el fondo del Bar El Cairo de Rosario.
Lo cierto es que, entre los pasillos de la hoy hermética colección, se conservaría aquella insignia patria que, como dice la canción, “Belgrano nos legó” a nosotros… y a los norcoreanos. No se sabe si con o sin el Sol de Mayo en el centro. Detalle no menor, porque en aquel entonces coexistían dos versiones de la celeste y blanca.
Sea como fuere, cuando se anuncie la reanudación de los tours, será casi una obligación patriótica interrogar a algún guía sobre su paradero. Una causa nacional apta para libertarios, radicales y peronistas por igual.
Tras la visita de Isabel, Corea del Norte inauguró una embajada en el barrio de Belgrano, Buenos Aires. En 1975, una delegación de más de 70 niños norcoreanos visitó la Quinta de Olivos y entregó a la presidenta un cuadro enviado “por el propio Kim”. El acto culminó con un “conmovedor” baile de los pioneros ante la mandataria, que poco después sería derrocada en el golpe de Estado del Proceso de Reorganización Nacional.
Kim Il Sung (1948-1994). Lideró la Guerra de Corea (1950-1953) y gobernó hasta su muerte con la doctrina Juche.
Kim Jong Il (1994-2011). Heredó el poder, fortaleció el régimen e impulsó el programa nuclear. Su gobierno sufrió graves crisis económicas tras la caída de la URSS.
Kim Jong Un (2011-presente). Modernizó el ejército, reforzó el control interno y protagonizó cumbres históricas con líderes como Donald Trump.
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