Omar Ibáñez fue ejecutado por sicarios con máscaras de payaso. Se resistía a que una nueva banda que contaría con protección de la Bonaerense domine las calles del Barrio Loyola.
La última novedad fue el asesinato de Omar Ibáñez, de 40 años, cinco hijos y conocido en distintos barrios de San Martin por su militancia política. El jueves pasado, lo atacaron dos sicarios con mascaras de payasos cuando iba con su Honda Tornado por Güemes y Habana, en Villa Martelli. Ahora, está enterrado en el cementerio municipal y sus amigos trinan de impotencia.
Omar no quería que caminen con fusiles por el barrio Loyola. Se les paraba de mano y tuvo problemas antes de que lo maten. Nosotros somos de otra escuela y los transas están copando territorios con ayuda de la policía, señaló Nelson, detenido en la Unidad 46 de San Martin por robo.
Dicen que los sicarios fueron peruanos. Los que dominan Loyola son ´El Pica´, que llevó a la gente de la 18 y trabaja con ´El Chori´ Gastón. Son una banda cubierta por la Policía. Todo el barrio está cagado con ese Pica, añadió un amigo de la víctima.
CUANDO LOS PROBLEMAS NO TERMINAN EN LA CALLE. Adrian Ibáñez es hermano de Omar y está detenido en la cárcel federal de Ezeiza por robo. Fuentes penitenciarias lo describieron como un muchacho tranquilo. Bajo perfil, nunca un problema. Se extremaron medidas de seguridad para que el problema no se agrave.
¿Por qué podría agravarse el problema? Resulta que Adrian no es un ladrón común. El muchacho formaba parte de La Banda de la Maza, grupo que robó varios bancos y que se caracterizaba por su alto poder de fuego. El Flauti, como lo conocen en la calle, fue detenido el 13 de julio de 2015 en el marco de la causa 34532 que tramita el Juzgado en lo Criminal de Instrucción N 37 de Capital Federal.
Cuando la capturaron en su casa, el diario La Nación reseñó: La organización criminal está acusada de haber protagonizado un asalto a la sucursal del Banco Santander Río de Alberdi 1617. Al presunto líder o coordinador de la banda, identificado sólo por su nombre de pila, Adrián, lo detuvieron en una casa de Florida, en Vicente López. Lo sorprendieron cuando dormía. Le secuestraron un FAL, municiones, una carabina, precintos plásticos, una revista de armas, un par de zapatillas y una camioneta Renault Symbol negra. En el robo cometió un error que terminó siendo clave para los investigadores: fue el único de los cuatro delincuentes que en un momento se bajó el pasamontañas y dejó su cara al descubierto.
Además, los investigadores sospechaban que había participado en otros robos a bancos del conurbano bonaerense, entre ellos el asalto a la sucursal del Banco Galicia de Caseros, de donde se llevaron un botín de 400 mil pesos.
Actualmente, Flauti duerme el pabellón D del modulo 2 del penal de Ezeiza. A sólo 50 metros suyo, en el pabellón F, está alojado Miguel Mameluco Villalba, célebre personaje del bajo mundo de San Martín, quien carga con varias causas por narcotráfico en sus espaldas. Apenas se filtró la noticia de la muerte de Omar, Mame fue señalado como el líder de los sicarios que actuaron con máscaras de payasos.
La inteligencia penitenciaria tomó nota del posible conflicto. Una muestra clara ocurrió el domingo pasado, cuando Flauti recibió la visita de su padre y fue escoltado hasta el salón de vistas por oficiales del Servicio Penitenciario Federal.
Es verdad que pensó en Mame como el que mandó a matar a su hermano. Todos lo pensamos. El padre fue a decirle que por favor no haga nada porque el crimen no habría sido ordenado por Mame. Pero la gente que está atrás de esto viene de la 18, señaló un compañero de encierro a Tiempo. La 18, vale decir, es la villa 18 de septiembre, histórico territorio de Villalba.
De ser cierta la presunción, no sería el primer crimen habilitado por Mameluco desde prisión. El 2 de noviembre de 2013 sus soldados mataron a Matías Salomón, de 30 años. La madre de la víctima, Norma, identificó a dos personajes por sus apodos «Moco» y «Cumbia». Se trataba de dos hombres de Mameluco. Moco es Marcelo Molina y Cumbia es Pablo Mena. Días más tarde, fueron detenidos Héctor «Coty» Mena, y Marcos El Mudo Colombres. Junto a ellos estaba Cumbia, que logró escapar.
En aquella ocasión, Mameluco levantó temperatura porque los medios comenzaron a nombrarlo. Sus compañeros de encierro fueron testigos del desprecio que sentía el capo hacia los especialistas en policiales de los canales de televisión. Rápido de reflejos, contactó a Norma, la madre de Salomón, quien le dijo que se quedara tranquilo, que no lo iba a nombrar pero a cambio pidió que los asesinos de su hijo se entregasen a la Justicia. El dialogo entre las partes quedo registrado en las escuchas de la causa que investigaba el juez federal de Lomas de Zamora, Carlos Ferreiro Pella.
Sin embargo, en esta ocasión, la historia sería algo más compleja. Porque antes del crimen de Omar Ibañez se encendieron alertas sobre la disputa por el trafico de drogas en el territorio. La primera señal ocurrió el 23 de diciembre pasado. Dylan, hijo extramatrimonial de Mameluco, fue baleado por dos presuntos sicarios, que escaparon.
El joven se salvó de milagro y fue internado. Días más tarde, el 31 del mismo mes, Ricardo La Garza Nazarotti fue asesinado a tiros desde un auto en Billinghurst. Las fuentes policiales señalaron que el homicidio estuvo relacionado al control del negocio de la droga y también denunciaron la presencia de sicarios. Vecinos del barrio señalaron que que la guerra por el control del negocio está caliente por la participación activa de la Policía en la entrega de armas a los jóvenes.
A Omar lo matan porque no quería que hagan base en el Loyola. Los otros ataques fueron por el negocio. Pica era gato de La Garza. Mameluco se desvincula de los asesinatos porque estos se le habrían dado vuelta a él, detalló un vecino de la 18.
En San Martín hay dos problemas bien definidos. El primero es que no se pone en palabras lo complejo que es conflicto y los actores que participan. El municipio tiene sus intereses; la policía gestiona los suyos mientras que los vecinos asumen los propios. No hay un trabajo articulado para dar respuesta a la problemática, señaló Mario, miembro del bachillerato popular La Esperanza.
El segundo problema es la Policía. El regulador de conflictos, quien libera zonas y maneja las armas que le dan a los pibes, es la Bonaerense. Entonces tenés a ´Los Renacuajos´ en la Rana, a ´Los Encapuchados´ en Carcova. Pibes que tienen a sus padres detenidos y se crían solos. Hacen cualquier cosa en el barrio, atacan a sus vecinos y nadie interviene. No hay control civil y esto repercute y explota constantemente en los espacios barriales. Porque no alcanzan las manos para intervenir en esta conflictividad, añadió el maestro.
NADA NUEVO BAJO EL SOL. El problema, está dicho, no es nuevo. Basta releer los antecedentes de San Martin para dar cuenta del conflicto. En la actualidad, en los tribunales de Morón se juzga a los presuntos responsables de la muerte de Candela Sol Rodríguez. Ese crimen, que conmocionó a la opinión pública y se transmitió en cadena nacional, puso en relieve el entramado narcopolicial que se tejió en San Martin y los alrededores en los últimos 20 años.
Candelaria Schamun escribió Cordero de Dios, libro que narra el trasfondo del asesinato de la niña de 11 años, secuestrada en la esquina de su casa en Hurlingham y que apareció muerta sobre la colectora del Acceso Oeste.
La policía maneja el territorio. No es algo exclusivo de San Martin. Hay connivencia por barrios y por comisarías que tienen recaudadores de calle. Se cobra el juego clandestino, a los piratas del asfalto, también los abortos. Cada negocio ilegal tiene una tarifa que la pone el comisario. Los policías actúan como reguladores del delito y las comisarías tienen precio respecto a la recaudación ilegal. También en muchas bandas delictivas, hay participación policial, señaló la escritora.
Luego del caso Candela, siguieron las noticias sobre los vínculos narcopoliciales. En 2015, el fiscal federal Jorge Sica, estableció que personal policial de la provincia de Buenos Aires de diferentes reparticiones con funciones en la localidad de José León Suárez y sus alrededores habría brindado protección a las organizaciones que comercializaban allí estupefacientes, exigiéndoles dinero a cambio y facilitándoles, a su vez, drogas obtenidas a través de procedimientos en los que se las incautaba, ya sea con o sin intervención de la autoridad judicial competente. El principal acusado fue el comisario mayor José Luis Santiso, quien había sido jefe de la Departamental de San Martín. No fue el único policía involucrado en la novela narco que diezma las barriadas bonaerenses. Tampoco el último.
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