En los más de seis millones de km2 de litoral marítimo, el país contiene unas 2000 embarcaciones que naufragaron. Hay corbetas británicas, galones españoles y hasta el "Titanic argentino".
Parte importante de esas historias se tejen en forma de naufragios. Según datos del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL), unas 2000 embarcaciones naufragaron en estas aguas en los últimos cinco siglos. Sólo 35 fueron localizadas.
“A menudo los naufragios suelen llamar nuestra atención como relato de aventuras, o bien se destaca su importancia asociada a eventos bélicos, grandes viajes de exploración, próceres. Pero si reflexionamos siquiera en todas las esferas sociales, económicas, tecnológicas, ideológicas y tradiciones que estuvieron involucradas en la construcción o adquisición, uso y naufragio o abandono de las embarcaciones, vemos el gran potencial que tiene el estudio de naufragios”, relata Mónica Grosso, arqueóloga marina e investigadora del INAPL.
“En esto también debemos considerar la conformación de las tripulaciones, las rutas de navegación utilizadas, la elección y uso de determinados lugares como fondeaderos, la construcción de puertos, entre otros aspectos de la navegación histórica sobre los cuales aún tenemos mucho por conocer y reflexionar”, apunta.
Grosso integra la campaña Mar de Historias, lanzada el año pasado para “sensibilizar y dar a conocer las riquezas culturales y las historias de sus costas y sectores sumergidos”. Fue promovida por las provincias de Buenos Aires, Chubut, Río Negro, Santa Cruz, Tierra del Fuego Antártida e Islas del Atlántico Sur, el INAPL y Parques Nacionales. Además de difundir, la iniciativa busca que las comunidades locales conozcan, valoren y preserven las historias que atesoran bajo sus aguas.
La corbeta británica Swift naufragó en 1770 en Puerto Deseado, Santa Cruz. Su historia reflotó más de dos siglos después. Fue a partir del interés que despertó un docente del Colegio Salesiano local, Ricardo Locardelli, al contar esa historia en el aula. Allí estaba Marcelo Rosas, quien con un grupo de amigos lograría, en 1982, hallar los restos de ese pasado. “Fue como haber entrado a la tumba de Tutankamón”, relataría más de cuatro décadas después, al recordar su hazaña.
Por las condiciones ambientales de la ría Deseado, “a poco de naufragar se cubrió rápidamente de sedimentos muy finos, por lo que cerca de un 60% del barco se preservó con todo su contenido. No solo los objetos (armamento, equipamiento del barco, alimentos, medicinas, objetos personales y mobiliario de oficiales y subalternos), sino que éstos se encontraban en su contexto, lo cual es muy clave en una investigación arqueológica”.
Grosso agrega que en este sitio tuvo lugar el nacimiento de la arqueología subacuática de nuestro país, «en un proyecto de investigación dirigido y conformado por arqueólogos-buzos, junto con otros especialistas».
El naufragio de la fragata mercante española Purísima Concepción, en 1765 en la costa oriental de Tierra del Fuego, es otro de los casos emblemáticos destacados por la arqueóloga y buza: “ocurrió en Península Mitre, un lugar que aún hoy es remoto y de duras condiciones climáticas. Tripulantes y pasajeros sobrevivieron. Eran cerca de 200 personas. Y establecieron un campamento en un sector cercano de la costa. Allí vivieron alrededor de tres meses, durante los cuales interactuaron con poblaciones indígenas”.
Los restos de la embarcación mutaron. Los náufragos los usaron para construir otra nave y regresar al Río de la Plata. Y los pobladores originarios de aquellos pagos aprovecharon materiales provenientes del siniestro -como el vidrio- para la confección de herramientas. Cuenta Grosso que “la reutilización de materiales provenientes de naufragios por parte de poblaciones costeras ha sido una práctica recurrente a lo largo de la historia”.
Los casos se multiplican. Está el Villarino. Un transporte de la Armada Argentina que se hundió en 1899 al encallar en las Islas Blancas, Chubut. En su primer viaje repatrió desde Francia los restos del General San Martín. Durante casi 20 años prestó un valioso servicio a las primeras poblaciones patagónicas.
También hay descubrimientos porteños. En diciembre de 2008 operarios que trabajaban en la construcción de un complejo de cuatro torres en Puerto Madero, excavaron 7 metros y se toparon con un increíble hallazgo: restos de un galeón español del siglo XVIII.
También está el buque Monte Cervantes, conocido como el Titanic argentino. Se hundió en 1930 frente a la costa de la ciudad de Ushuaia, en el Canal Beagle. Un buque de origen alemán que llevaba 1117 pasajeros. La única víctima fatal de su naufragio fue el capitán, que decidió no abandonar el barco.
El ingeniero Carlos Pane ya encabezó tres intentos por dar con esos restos y documentarlos. El último fue en julio del año pasado: una tormenta impidió seguir cuando faltaban pocos metros para llegar al casco hundido.
“El barco está partido en dos. Si bien no llegamos por la tormenta, nos faltaron apenas 20 minutos de navegación. Pudimos verlo con los sonares de superficie, y lo que vemos en la parte de las cabinas está deteriorado. Pero el casco, de 12 mil toneladas de acero naval, está entero. En el sonar de barrido lateral se lo ve perfectamente. Para tratar de tener imágenes concretas queremos bajar al casco y documentar las hélices. Las dos están puestas”, se entusiasma Pane desde Ushuaia, en diálogo con Tiempo.
“El patrimonio sumergido es una parte de nuestra historia, que arranca con los galeones de guerra que entraron por el Paraná. Hay gente documentando eso. Y la provincia de Tierra del Fuego está rodeada por más de 900 naufragios. Algunos más conocidos y otros menos. Toda la costa de Tierra del Fuego está minada de naufragios”, cuenta.
Pane dirige la empresa Deepwater, de inspecciones subacuáticas con minisubmarinos ROV (Remote Operated Vehicle según su sigla en inglés). Esa misma tecnología la aplica a su pasión por documentar y difundir historias de naufragios. La del Titanic argentino está próxima a concretarse. La siguiente aventura que planea tiene que ver con lo que, hasta ahora, considera un “mito urbano”. Pero está en busca de las evidencias que aporten certezas: se trata del hundimiento de dos submarinos alemanes de la Segunda Guerra Mundial en la costa de Tierra del Fuego. Hasta el momento, el mar guarda el secreto.
Hace 12.500 años, el nivel del mar estaba unos 60 metros por debajo del actual, y la costa atlántica se encontraba muchos kilómetros al este. “En esas grandes extensiones de tierra que estaban expuestas y hoy se encuentran sumergidas podría encontrase evidencia de ocupaciones humanas que serían claves para entender cómo y cuándo se produjo el poblamiento del extremo sur americano”, resalta Mónica Grosso.
Hasta ahora, sólo hay registros en sectores de la actual línea de costa: los sitios arqueológicos Monte Hermoso y La Olla, en la costa de la provincia de Buenos Aires. Datan de unos 7.000 años, cuando esta zona era un ambiente de lagunas y dunas cercano al mar.
La Reserva Arqueológica y Paleontológica Pehuen Có–Monte Hermoso conserva congeladas en el tiempo cientos de pisadas humanas de hace unos 7000 años, así como de fauna extinta. Se preservan huellas de megaterios y gliptodontes, junto con especies actuales, en lo que hace más de 10.000 años era un ambiente estuarial con una gran laguna. La Olla es el único sitio arqueológico prehispánico conocido que está la mayor parte del tiempo sumergido en el litoral del Atlántico Sur.
De los cerca de 2000 naufragios ocurridos entre el Río de la Plata y el litoral atlántico (según fuentes y documentos históricos) sólo fueron relevados por investigadores y arqueólogos unos 35. El primero del que se tenga registro fue el del buque Santiago, la más pequeña de las naves de la expedición de Fernando de Magallanes, que no pudo continuar cuando se encontraba en la costa patagónica en 1520.
Según la Fundación Histarmar, el Santiago zarpó de España el 20 de septiembre de 1519 con la intención de encontrar un paso al océano Pacífico. Seis meses después, un temporal la arrojó a la costa al sur de la desembocadura del río Santa Cruz. De sus 37 tripulantes, 36 salieron con vida y regresaron por tierra a San Julián.
En 2012, investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) –organismo público español– confirmaron que los restos de madera hallados un año antes en la Patagonia argentina pertenecían a ese histórico buque. Los fragmentos fueron encontrados exactamente donde las crónicas de época ubicaban el naufragio.
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