Un largo viaje que termina en diciembre

Por: Alejandro Wall

Pase lo que pase en Qatar 2022, que nadie olvide cómo fue la despedida en el país antes del Mundial, una celebración entre los jugadores y los hinchas que se hizo cotidiana.

Este abrazo empezó el 9 de septiembre del año pasado, contra Bolivia, también con algo de frío, en una noche de la que se esperaba la lluvia, un agua que al rato cayó. Esa noche, contra Bolivia, la selección volvió a jugar en Buenos Aires después de haber ganado la Copa América en Brasil y lo hizo, además, en el regreso de los hinchas a las canchas después de un año y medio con la vida en suspenso. Teníamos aforo limitado, permisos digitales y alcohol al 70% rociándonos las manos. Fue una noche en la que a cada movimiento de Lionel Messi le siguió una reverencia; en la que Ángel Di María disfrutó al fin de una ovación y en la que Lionel Scaloni confirmó que el concepto Scaloneta se había escapado del meme: era cantito, un grito de la popular.

De esa noche en el Monumental a la despedida en la Bombonera pasaron seis meses y medio, un lapso de tiempo menor al que todavía queda para llegar a Qatar. En cada partido se fueron recreando en mimeógrafos las escenas de amor. A las ofrendas de juego le correspondían los aplausos, la forma que tienen los hinchas de mostrarse agradecidos. Cada encuentro se transformó en una fiesta, incluso cuando no estuvo Messi; un acto de celebración entre la gente y el equipo que ganó el primer título de una selección mayor de fútbol en 28 años. Hacía demasiado que no pasaba.

Ahora la selección entra en modo larga distancia. El viaje que emprende es largo. Termina en diciembre. Fue por eso mismo una despedida extraña, distinta las demás, a las que se recuerdan. El 5-0 a Canadá antes de Sudáfrica 2010, el 3-0 a Trinidad y Tobago y el 2-0 a Eslovenia antes de Brasil 2014, el 4-0 a Haití, también en La Bombonera, antes de Rusia 2018. Previo embarque a Alemania 2006 hubo un partido entre la mayor y la Sub 20. Todas ocurrieron días antes de cada Mundial.

La selección de Corea-Japón 2002 se fue sin decir adiós. Pero en 1998 se organizaron tres partidos antes de viajar a Francia (5-0 a Bosnia en Córdoba, 1-0 a Chile en Mendoza y 2-0 a Sudáfrica en el Monumental) y en 1994, antes del Mundial de Estados Unidos, hubo un 3-1 a Marruecos en Salta. Como no hay fórmulas para las despedidas, los jugadores de 1986 todavía recuerdan la soledad del aeropuerto de Ezeiza al momento de partir hacia México. Ya se sabe cómo siguió a esa historia.

Esta despedida, que además no fue en un amistoso, fue por los puntos de eliminatorias sobre la mesa aunque con los asuntos importantes resueltos (Argentina en el Mundial, Venezuela con José Pekerman juntando los pedazos para el 2026), llevó bajo el brazo la posibilidad de ver a Messi en su trance de felicidad. Algo que no siempre fue habitual y que tampoco sabemos cuándo volverá a ocurrir. Si es que volverá a ocurrir, el giro incierto que impone dramatismo a la trama. La comprobación periódica en estos meses de que Messi es feliz con la selección es la reconciliación con un pasado relativamente cercano, el de las dudas, los recelos y las discusiones, a veces crueles. Es casi lo que deben sentir dos amigos recuperando el tiempo perdido. Ese es el contexto en el que Messi juega como lo hizo el viernes en La Boca, en plenitud, entregándose en cuerpo, alma y fútbol, desesperado por hacer un gol, por él, por los demás.

Por eso Messi -salvo en el inicio de año, un gesto con su club como para no se rompa todo- quiere estar siempre, lo necesita. Es su alimento vital para esta etapa como jugador, con la certeza de que está en sus últimos años. Por primera vez no celebrará su cumpleaños en un Mundial como le ocurre cada cuatro años desde 2006. Esta vez serán los 35, el ingreso a la adultez para un futbolista. Tiene a su alrededor un equipo que responde a las expectativas que genera. Los focos van de acá para allá. De las redes que lanza Leandro Paredes a ese fútbol 4×4 que activa Rodrigo De Paul, que mezcla esfuerzo con precisión artística como en el pase a Di María. Lionel Scaloni -y su staff de ex jugadores de selección devenidos en nerds del fútbol, estudiosos y atentos- siempre encuentra piezas que, cuando las encastra, funcionan. Pasó con Alexis MacAllister.

Pero lo que se lleva todo puesto son los Mundiales. Y los Mundiales, como lo sabe todo el mundo menos los alemanes, son muy difíciles. Muy difíciles de jugar y, sobre todo, muy difíciles de ganar. Aunque no parezca en medio de esta despedida, falta demasiado para Qatar, el lugar donde se verá, mucho más allá del resultado, qué significa todo esto que pasa con el equipo, ese vínculo que a esta hora parece indestructible. Pase lo que pase de acá en adelante, en esta relación de larga distancia, que nadie olvide lo que se vivió en este tiempo, con este abrazo, esta celebración que se hizo cotidiana.

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