No tienen un proyecto de país. Son un grupo de timberos que saben hacer guita estafando a otras personas. Nada más.
La propia carrera política de Milei tiene estas características. No es un fenómeno populista como otros. En este caso el término “populista” no se utiliza para definir una visión sobre el rol de Estado en la economía sino para describir un proceso político que se forja por fuera del sistema de partidos que luego irrumpe. Puede ser de derecha o de izquierda.
Evo Morales fue el mejor presidente de la historia de Bolivia, más allá de la caótica situación en la que está sumergido ahora su movimiento político. Y fue sin duda un fenómeno populista. Evo se esforzó, se fajó durante años para llegar a la presidencia. Fue referente sindical en la década de 1980, luego líder de los cocaleros. Organizó y puso el cuerpo centenares de veces en las protestas populares y las luchas campesinas. Construyó un movimiento político de masas, con todas las contradicciones que inexorablemente eso implica, y después fue presidente. Su llegada al Palacio del Quemado fue producto del mérito, de un enorme esfuerzo durante 25 años de vida pública.
Los hermanos Milei, en cambio, son producto de un golpe de suerte. Es como una repentina subida del mercado impulsada por una burbuja especulativa que en algún momento se pincha y deja tierra arrasada. Es decir: la forma en que Milei llega al poder es coherente con las características timberas de la cultura política de La Libertad Avanza. Es lo que los mileístas llaman libertad, la timba.
Por eso no deja de ser irónico cuando se hacen los guapos en Twitter, entre ellos el asesor estrella del presidente, Santiago Caputo, que no tiene siquiera la valentía de tener una cuenta con su propio nombre. Tuvo que crear un alter ego, el famoso John, para esconderse y utilizarlo como se hace en la literatura.
Los mileístas hablan de “dar la vida”. Juntaron 5000 personas en el Parque Lezama gracias a los micros que movieron. El único político de peso que se jugó la vida en las últimas dos décadas en la Argentina fue Cristina Fernández, a quien le gatillaron una pistola a pocos centímetros de su cara. Y no es un hecho que la expresidenta haya utilizado para crear una épica, al contrario. La democracia se trata justamente de que eso no ocurra. La lucha política puede implicar dedicar la vida a un proyecto, pero no la muerte física.
Que los libertarios les pregunten a los sobrevivientes de los campos de concentración de la dictadura a ver si alguna vez hablan con personas que realmente se jugaron la vida por una causa. Y aprenden algo del sufrimiento que atravesaron.
La estafa del presidente desnudó la verdadera naturaleza del gobierno. No son un grupo de valientes que viene a jugarse la vida por la restauración conservadora. Eso es una pantomima. No tienen un proyecto de país. Son un grupo de timberos que saben hacer guita estafando a otras personas. Nada más. El gran problema es que gobiernan el destino de 50 millones de argentinos.
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