De todos modos, las manifestaciones dejaron 21 muertos, cientos de heridos y más de 500 detenidos y desnudaron la situación del presidente Rohani, que parecía monolítica.
¿Torpeza o mala intención? El balance lo define: el presidente iraní Hasán Rohaní perdió poder, mientras que el líder espiritual de la República, el ayatolá Seyed Alí Jamenei, y la Guardia Revolucionaria resultaron vencedores. Ambos rechazan el acuerdo nuclear de 2015 con el Grupo 5+1 (EE UU, Gran Bretaña, Francia, Rusia, China + Alemania), lo mismo que el presidente estadounidense. ¡Qué casualidad!
El jueves 4, Rusia rechazó el pedido de EE UU para que el Consejo de Seguridad se reuniera y tratara la crisis en Irán. El vicecanciller ruso denunció en la ocasión que Washington se aprovecha de la crisis iraní para incumplir el acuerdo nuclear de 2015.
Entre el 28 de diciembre y el 2 de enero varias ciudades de Irán fueron escenario de protestas contra la situación económica del país que rápidamente degeneraron en acciones violentas contra instalaciones oficiales y puestos policiales, con un saldo final de 21 muertos, numerosos heridos y 500 detenidos.
La primera reacción del presidente iraní Hasán Rohaní, el 1º de enero, fue tibia. Reconoció el derecho de la población a protestar contra la política económica, pero advirtió que no se debía trasgredir los límites constitucionales.
En cambio, al día siguiente, Jamenei, acusó a potencias extranjeras de crear disturbios en la República Islámica. No especificó a quién se refería, pero el vocero de los Guardianes de la Revolución, el general de brigada Ramezan Sharif, denunció el «apoyo de EEUU, del régimen sionista (por Israel) y de los sauditas» a los manifestantes.
Respondiendo a la convocatoria de su conducción, centenares de miles de iraníes de todas las tendencias se manifestaron el miércoles en Teherán y otras nueve ciudades del país, para respaldar la República Islámica y rechazar la intromisión extranjera. No hubo diferencias: «reformistas» y «conservadores» marcharon codo a codo. Como corolario de la gigantesca movilización, el comandante de la Guardia Revolucionaria, el general Mohammad Alí Yafari, pudo anunciar esa noche el fin de la sedición.
Debilitado
En mayo pasado, Hasán Rohaní fue reelecto como presidente de Irán con el claro mandato popular de reducir la pobreza, crear trabajo (la tasa de desempleo asciende al 13%, pero entre los jóvenes llega al 30%), bajar la inflación (10%), conseguir inversiones productivas (para superar la extrema dependencia de los hidrocarburos) y combatir la corrupción. El pueblo iraní había depositado enormes esperanzas en los frutos económicos del acuerdo nuclear de 2015 que se frustraron por el bajo precio del petróleo, el boicot del gobierno de Trump al pacto y los enormes gastos que depara el apoyo persa a los aliados en la región. Cuando en diciembre pasado, entonces, el presidente presentó un proyecto de presupuesto para el año fiscal que comienza en marzo próximo previendo aumentos en los precios de los combustibles y en algunos impuestos, rebalsó el cubo. Miles de personas salieron a las calles en el interior del país, en parte como se comprobó azuzadas por mensajes originados en Arabia Saudita.
Como conclusión de la semana de agitación, el presidente Rohaní quedó muy debilitado, mientras que, al fortalecerse Jamenei y la Guardia Revolucionaria, se retrasarán tanto el cumplimiento del pacto nuclear como la apertura de la economía a inversiones occidentales.
El modo en que se resolvió la crisis político-social de fin de año perpetúa el empate estratégico entre los tecnócratas y «bazaaris» (los comerciantes de los tradicionales mercados del país, interesados en traficar con los países occidentales), por un lado, y la jerarquía chiíta, el ejército y la Guardia Revolucionaria, por el otro, que temen perder soberanía. Este impasse afecta no sólo el crecimiento de la economía, sino también el acuerdo nuclear, lo que daña, a su vez, los intereses de Rusia, Turquía y Alemania.
Vladimir Putin necesita que el pacto de 2015 tenga éxito para que se distienda la situación en Oriente Medio con Rusia como árbitro. Alemania y Turquía, por su parte, esperan que el acuerdo aliente las inversiones y el comercio con el país persa. Saudiarabia e Israel, por el contrario, boicotean el acuerdo nuclear, para mantener a Irán como enemigo e impedir una paz que los obligaría a reformas internas. Donald Trump, finalmente, quiere mantener el pacto en el limbo, para fijar las condiciones de las negociaciones sobre el futuro de la región.
El mantenimiento del statu quo garantiza la repetición de las crisis en Irán y de los enfrentamientos en todo Oriente Medio, por lo menos hasta que uno de los bloques se canse o ambos alcancen un acuerdo llevadero. «
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