Tras casi 15 años en continuado como DT, el exmediocampista encontró su sitio en Honduras. Dice que “dirigir es su psicología” y que el “fútbol es un bálsamo en los momentos malos”, pero reniega de la “lógica sanguinaria” y del “verso” de los que dominan la pelota.
-¿Por qué dijiste que “hay vida y hasta mejor fuera del fútbol argentino”?
-El torneo argentino es de lo mejor en el mundo, pero dirigir en Argentina a un equipo de mitad de tabla y salir dos veces subcampeón no tiene la validez que debería tener. En el reconocimiento, a veces conviene dirigir a un equipo grande del exterior. Encontré en Olimpia a un club bárbaro y no me arrepiento. Lo que pasa en Argentina es que hay tres o cuatro técnicos que circulan: salen de un equipo y entran en otro, y así. Se cierra el abanico y hay que abrirlo. Esperé y no aparecí en ninguna lista. Dije: “Hay que salir, pero quiero ir a un grande”.
-Por eso gritaste en pleno Gimnasia-Defensa y Justicia en 2019: “¿Qué pasa con Bragarnik?”.
-Cuando jugás contra River, capaz a un árbitro le gritás: “¿Qué pasa con D’Onofrio?”. Cuando hablaba de Defensa, más que Lemme, se me venía Bragarnik. Si después Gimnasia tomó una decisión por eso, es otro tema. Está bárbaro lo que hace Bragarnik, en el sentido de que los clubes están tan necesitados que van a buscar a estos empresarios que dan una mano. Después, tienen que tratar de devolverle el favor. No es que van y le dicen: “Bragarnik, dame una mano, traeme jugadores gratis”. No es un problema de los representantes, sino de mal manejo de los clubes, que necesitan siempre una ayuda extra.
-¿Si no dirigís te morís?
-Es muy difícil no hacer en el día a día lo que me gusta. No me gustan los que dicen: “Me tomo un año sabático”. Yo quiero estar dirigiendo todos los días. Ya voy a tener tiempo para no dirigir, cuando no tenga la cabeza en su lugar. Llevo 16 años sin parar. Puedo estar pasando un momento muy malo en lo personal, y en las tres horas que entreno, no me acuerdo de lo que pasa afuera. Cuando termino y me subo al auto, sí, empiezo otra vez a maquinarme. En los momentos malos, el bálsamo siempre ha sido el fútbol. En el año 2001 fue el Corralito. Entre 2001 y 2006 tuve un desfasaje económico terrible. Me cagaron y perdí un montón de dinero, propiedades. Todos los días me explotaba la cabeza. Juicios, quilombos. Y cuando iba a jugar o a entrenar, me olvidaba de lo que me pasaba. Ahora, después, la cabeza me explotaba.
-“Para recibirte de entrenador te tiene que chupar todo un huevo”, dijiste. ¿Por qué?
-En la televisión argentina hay asesinatos a los entrenadores. “Los últimos 90 minutos de Russo”. Si te comés todo eso, no vivís. Si te chupa todo un huevo, tenés la tranquilidad para manejarte y para que después las cosas sucedan para bien. Al principio me volvía loco. En las redes sociales escriben cada boludés… Lo veo hoy con Gimnasia. Si gana: “Qué grande la dupla Messera-Martini”. Si pierde: “Qué desastre”. ¡Y es la misma persona! Llega un momento en el que no te importa más nada. Hoy me río de las críticas. Me caliento, sí, pero no me afectan ni las combato. No hablo de las críticas futbolísticas, que son normales. Lo que no podés es sacar sangre y sangre, olvidarte de lo que dijiste y decir todo lo contrario. Las faltas de respeto. “Aún no presentó la renuncia”. ¿Por qué decidís cuándo alguien tiene que perder su laburo? De fútbol, todos opinan. Y nosotros no opinamos de los otros.
-¿Cómo es el trabajo de un entrenador?
-Nunca tenés la posibilidad de armar un proyecto. Sólo aguantan cuando ganás. Podés formar jugadores jóvenes, pero las victorias permiten quedarte. Nadie te da tres años si perdiste, y quizás a la larga armás un buen proyecto. Eso se da en los deportes más “suaves”, como el hockey, el vóley o el básquet. En los Juegos Olímpicos, Las Leonas salieron segundas y el vóley, tercero. “Gracias por intentarlo”, les dicen. En cambio, los futbolistas, como son profesionales, son todos “muertos”. El trabajo para conseguir logros no se da de un día a otro, sino con pequeños pasos.
-Elaboraste una teoría del “ganar como sea”.
-Si hoy en el fútbol decís “ganar como sea”, no te contratan. Hay que decir que salís jugando desde el vestuario, no desde el arco. Ser “lírico”. Claro que nadie gana como sea. No voy a entrenar y digo: “Muchachos, el domingo vamos a ganar como sea, no hagamos nada”. Trabajás todos los días un estilo futbolístico, una táctica, una estrategia. Ahora, hay veces en que el otro equipo se levantó mejor, juega mejor, sus individualidades están mejor, y le pegan en el palo y la pelota se va a la puta que lo parió. Pero ganás 1-0. Eso es “ganar como sea”: hiciste todo mal, pero ganaste. Si el día que sale todo mal igual gano, me voy feliz, porque entiendo que en el fútbol, por más que te prepares, no siempre sale bien. “Ganar como sea” es ganar más allá de haber tenido un mal partido, de que no te haya salido lo que propusiste. Ese “ganar como sea” te da tiempo. Si intento y pierdo, y pierdo, y pierdo, me van a echar. Prefiero ganar, aunque todo me haya salido mal, para poder seguir trabajando la idea.
-¿Por qué “hay mucho verso” en el fútbol?
-Los que manejan el fútbol nunca jugaron ni dirigieron. Quieren escuchar la sinfonía de Beethoven. En el fútbol hay una realidad: si juego un gran partido, quedo frente al arquero y pateo y pega en el palo y se va afuera, y en la jugada siguiente hay una pelota parada y me hacen un gol de cabeza, pierdo. El fútbol se reduce a situaciones de juego. A veces ganás 1-0 con un solo tiro al arco y el otro equipo te caga a pelotazos, y los que opinan dicen: “Fue pragmático, preciso, lo poco que generó lo concretó”. Y te cagaron a pelotazos. “Fue efectivo”. ¡Hijo de puta, pateaste un solo tiro al arco, no podés decir “efectivo”! Y el otro pateó diez veces y se lleva la crítica. Entonces, hay que “ganar como sea”.
-¿Hay un nuevo lenguaje?
-A los dirigentes les gusta escuchar el diccionario de la Real Academia Española. Creen que podés imponer el método Guardiola del Barcelona en cualquier lado. ¿Te pensás que podés poner a tres jugadores con los pies redondos adentro del área y que el arquero se la va a dar y van a salir jugando? No, no son Piqué. Te la van a robar y te meten una contra. Sigo hablando el mismo idioma, pero no soy tan estúpido. A veces tengo que decir alguna cosa rara para que no me tilden de “antiguo”. “Los extremos”. “Las transiciones”. Me indigna que si hablás raro o tenés un dron, sos un gran técnico. ¿Aprendí de gente que no sabía nada? Los técnicos tenían una libretita de supermercado y ahí escribían y dibujaban y me mostraban todo. No siempre el presente es mejor. El pasado también es bueno, si no nuestros maestros fueron una mierda, y no es así.
-¿Cómo eran tus maestros?
-Martín Pando, mi entrenador en las inferiores y el que me hizo debutar en River en el 83, me agarraba con una tiza y el pizarrón. Toda su cabeza blanca, y me explicaba. Era un chiquito. Eso tan visual y genuino hace bien. Lo mismo Griguol. Me llevaba a la tribuna, me sentaba y me preguntaba: “¿Qué ve?”. Lo mismo Bilardo, con el que hace 35 años ya mirábamos videos y lo tildaban de “loco”. Y hoy si no tenés un videoanalista en tu cuerpo técnico sos un “antiguo”. Hay muchas cosas buenas que aparecieron, avances desde lo estratégico y físico, pero lo anterior también fue bueno, no sólo lo de ahora.
-¿Por qué un futbolista no es ejemplo?
-No podés meterle a un jugador en la cabeza que tiene que ser ejemplo. Discuto en una cancha y me dicen: “¿Usted no tendría que dar el ejemplo?”. ¿Por qué? Soy una persona normal, calentona. El futbolista no se prepara para dar el ejemplo. El ejemplo lo tiene que dar alguien que está muy limpio, que nunca falló en su vida. Y el que no tiene algún muertito en el placar, le pasa raspando. Hay falsos moralistas en el fútbol. Tendría que dar el ejemplo y tratar de no armar quilombo y calmarme porque salgo en televisión y te ven los chicos y los jóvenes que te admiran, y capaz los desilusionás. Eso es otra cosa. Ahora, caerte porque no diste el ejemplo, no. Soy un entrenador de fútbol, no un ejemplo de vida. Cualquiera va a jugar con amigos al fútbol y uno le pega una patada a otro y terminan a las piñas. O se van sin hablar. A nivel profesional, manejamos pasiones.
-“Soy de la calle y un loco de mierda”, dijiste. ¿En qué te sirvió para el fútbol?
-Ser de la calle me dio la necesidad de progresar y de ver un lugar en el que poder recomponer la vida. El día que le dije a mi papá que no trabajara más, fue el más feliz de mi vida. Cuando me di cuenta que tenía condiciones, que tenía cinco años y jugaba mejor que los de ocho, empecé a potenciarme. Y ser un loco de mierda me sirvió para aguantar en este ambiente tan jodido del fútbol. Si sos medio livianito, te pasan por arriba. El ambiente del fútbol es muy sanguinario, desde la crítica despiadada, desde el que no te quiere por tu trabajo, desde el que paga en una red social para que los trolls hablen mal de vos. Hay que estar medio loco para bancarte la que pueda venir y reaccionar.
-¿Cómo cambió el juego de los mediocampistas?
-Antes no existía tanta dinámica, velocidad y presión, pero los jugadores que éramos dinámicos sacábamos desde ahí una diferencia. Y los que eran técnicos jugaban con más libertades y por eso se veían partidos con muchos goles. Hoy, el cuidado del jugador y la parte física provocó la reducción de los espacios, y hay que tratar de acertar precisión en velocidad. Parás la pelota, levantás la cabeza y se te vienen tres o cuatro encima. El fútbol se hizo más duro y complejo. Hay partidos en los que casi no hay llegadas porque tras la pérdida de la pelota hay una recuperación inmediata. Y si no, hay una transición a un bloque de tanta gente que complica el juego más fluido. Nacho Fernandez no fue a River sólo porque jugaba bien, sino porque trabajaba. Cuando Nacho arrancó era un vago. “Este conmigo no va a jugar nunca”, decía. Terminó cambiando para bien y es el monstruo que es hoy. Los jugadores entendieron que hay un trabajo a la hora de tenerla y otro al de no tenerla, que ese es el camino.
-¿Este cambio no dejó de lado a los tiempistas, a los gambeteadores?
-No. Aprendieron a cuidarse, a meterle a su cuerpo más trabajo físico, y siguen haciendo la diferencia. Messi sigue haciendo la diferencia y lo cagan a patadas. Vayamos a Argentina: Matías Suárez, cuando jugaba en Belgrano, era una cosa y hoy en River está más cambiado, encara, presiona tras pérdida, y sigue jugando bien. Están los otros, que jugaban caminando, que no querían correr, que son vagos, que jugaban bien un partido cada cinco, lo que no le sirve al técnico, y se van quedando en el camino. “Me como tres hamburguesas y juego”. No hay que decirlo, aunque te las comas. Pero también lo podés decir y que te chupe un huevo. Digo lo que dicen todos: si no lo decís, mejor. Salvo que seas el Pulguita Rodríguez, que dijo que se comió un lechón antes de ir a jugar, y la rompe todos los partidos.
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