Columna de opinión.
Los tres traspiés parlamentarios de los oficialismos desataron crisis políticas y signaron los pasos futuros de gobiernos que hasta ese momento disfrutaban de las mieles de triunfos electorales.
Tras haber ganado la elección en octubre de 1983 con la denuncia del «pacto sindical-militar» como bandera, el presidente Raúl Alfonsín envió al Congreso en diciembre un proyecto de ley que establecía la participación de las minorías en las conducciones sindicales, la fiscalización del Estado en las elecciones gremiales y el control de los fondos de las obras sociales.
El proyecto fue una declaración de guerra a la «burocracia sindical». Pero el ataque amalgamó al peronismo que, en desbandada tras la derrota de Italo Luder, unificó fuerzas para resistir. La llamada «Ley Mucci» (por el apellido del entonces ministro de Trabajo) naufragó en el Senado con el voto decisivo del neuquino Elías Sapag, quien reivindicó sus viejos lazos con el peronismo. Alfonsín retrocedió luego de ese fracaso parlamentario e incorporó a su gobierno a connotados «burócratas sindicales». Hasta horas antes de la sesión, el oficialismo creía que sancionaría la ley. El error de cálculo estuvo seguramente signado por el triunfalismo desatado tras el resonante triunfo electoral de Alfonsín producido tres meses atrás.
Algo parecido le pasó a Cristina Fernández de Kirchner cuando creyó que podría mandar al Congreso un proyecto para convertir en ley a la resolución 125, que establecía un sistema móvil de retenciones a las exportaciones de soja. El gobierno podría haber aplicado aquella medida sin necesidad de una ley, pero a siete meses de su triunfo electoral la presidenta buscó el aval del Congreso, segura de que lo obtendría. El inesperado voto «no positivo» de Julio Cobos desató una crisis política en la fuerza gobernante que perdió legisladores y aliados. Aquel traspié de madrugada se transformó una dura derrota política. Aunque Cristina lograría luego recuperarse con una espectacular victoria con el 54% de los votos, no pocos ubican a la batalla contra los sojeros como el comienzo de las dificultades de sus gobiernos.
El sonoro traspié que experimentó el miércoles pasado el macrismo en la Cámara Baja parece un punto de inflexión. El presidente Macri pudo hacer más o menos lo que quiso desde que asumió dos años atrás. Cuando los números no le daban en el Congreso ejercitó el viejo plumazo. Pero ahora debió frenar su instinto autoritario ante la posibilidad de que Elisa Carrió fracturara la alianza. Lilita permitió atropellos a la institucionalidad cuando los plumazos favorecieron a Clarín. Pero tras su arrasadora elección porteña aspira a la sucesión.
La dificultad para poner 129 culos en las bancas de la Cámara Baja comienza a indicar cierta limitación política en tanto la ferocidad de la represión del jueves revela la imperiosa necesidad del modelo de echar mano a recursos de los de los jubilados.
La aritmética parlamentaria es complicada: los arreglos deben cerrar con 129 sentados al unísono para empezar a sesionar y al macrismo le faltó uno. El presidente arregló con los gobernadores peronistas, pero cuando los legisladores tienen algún margen político, suelen ponerse díscolos. Y tampoco faltarán los que no quieran cohonestar el atraco a los viejos. La batalla continuará esta semana y no es imposible que el macrismo logre finalmente su cometido. Pero puede terminar en una victoria pírrica. «
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