Por segunda vez, Patricia Bullrich es ministra de Seguridad. No debió serlo antes. No debió serlo ahora. Pero, avatares del oportunismo, repite cargo para jugar a lo que más le gusta: consolidarse como una Pepita La Pistolera de la política
Por segunda vez, Patricia Bullrich es ministra de Seguridad. No debió serlo antes. No debió serlo ahora. Pero, avatares del oportunismo, repite cargo para jugar a lo que más le gusta: consolidarse como una Pepita La Pistolera de la política. Le sale bastante bien.
No importa que los policías a su mando gaseen a jubilados, mujeres, niños. Que ayude a legisladores oficialistas a visitar a represores condenados por delitos de lesa humanidad. Que mienta con descaro. Ahí sigue en su puesto, al amparo del presidente y de una protección mediática que, a veces, ilusoriamente, parece que se resquebraja.
Pasó hace poco, cuando fracasó la enésima manipulación informativa del Ministerio de Seguridad que quiso culpar a una manifestante de haber gaseado a una niña. Gracias a otros videos, todos pudimos ver, una vez más, el salvajismo de los policías que es incentivado y avalado por su jefa. Hasta algunos periodistas oficialistas criticaron a Bullrich. Pero fue solo un amago. No pasó a mayores. Sigue al mando, sin consecuencias, sin costos políticos ni penales.
Promotora de frases tan grandilocuentes como vacías, Bullrich es el ejemplo vivo de que es mentira eso de que el que las hace, las paga. Ella no ha pagado nada en tantos años de cinismo, abusos y absurdos.
Ya acusó de terroristas a un profesor sirio de ping pong, a un peluquero y a un falso espía. A dos artistas chilenos cuyo único «crimen» fue dejar una maleta en un hotel. A dos hermanos argentinos de ascendencia musulmana. Después de sus anuncios rimbombantes, todas las causas judiciales se cayeron porque no había pruebas. Se trataba de personas inocentes, víctimas de la incompetencia de la funcionaria.
Lo mismo pasó cuando exigió la expulsión de un ciudadano turco, dos venezolanos y uno paraguayo que fueron detenidos durante una de sus tantas represiones. Se les acusó de provocar disturbios en una marcha. Bullrich exigió su expulsión inmediata. Al final, se comprobó que estos ciudadanos ni siquiera habían participado en la manifestación.
En su primera gestión, la ministra aseguró que Holanda era un «narcoestado» (se tuvo que disculpar con el país de la argentina Reina Máxima). En su segunda gestión, dijo que había agentes terroristas iraníes en Bolivia y en Chile (se tuvo que disculpar con el gobierno de Gabriel Boric, al de Luis Arce decidió ignorarlo).
Ya justificó que policías mataran por la espalda a Rafael Nahuel (22 años), a Facundo Ferreira (12) o a cualquiera que sea considerado «sospechoso». Bien sabemos que esa categoría la establece el color de piel, la vestimenta, la clase social. Y cómo olvidar las infamias alrededor de la desaparición y muerte de Santiago Maldonado.
Ya anunció que iría «con buzos, con equipos radiológicos» para ver si Loan, el nene desaparecido en Corrientes, estaba en la panza de yaguaretés, pumas o víboras. Ya culpó a «veganos extremistas y anarquistas» de haber enviado una «carta-bomba» a La Rural. El único detenido, luego liberado, derrumbó su tesis: tenía una milanesa y un pollo congelado en la heladera.
Ya «amenazó» con visitar personalmente el Banco Central para saber cuántas reservas dejaría el último gobierno peronista. Un papelón más.
Ya denunció que en el sur del país hay mapuches terroristas, anarquistas y separatistas financiados por ingleses, las FARC, la guerrilla kurda, Irán y ETA, entrenados en Cuba y Venezuela para invadir y separar la Patagonia.
Ya hizo turismo en las cárceles de El Salvador y reconoció que quiere imitar el modelo violador de derechos humanos ejercido por un gobierno autoritario, de esos que tanto le gustan. Ya dijo que quiere que los niños de 13 años sean juzgados y condenados igual de los adultos.
Ya fue montonera, peronista, aliancista, macrista y mileísta.
Ejemplos de su inoperancia, sobran. Y sin embargo, ahí sigue, intocable. La impunidad que cobija a esa tragicomedia permanente llamada Patricia Bullrich debería terminar algún día. «
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