Todos a Aldo Bonzi, en busca del Santo Grial

Por: Federico Trofelli

Cruzados, vikingos y centenares de fans del recreacionismo histórico se dan cita este fin de semana para el torneo nacional "Edad Media", donde combaten 22 equipos de todo el país, junto a una feria que rescata la vida cotidiana, la cultura y las artes bélicas de un pasado de hierro.

Espadas y yelmos, escudos y cotas de malla, el paisaje de La Matanza se ha trastocado. Durante cuatro días, la Ciudad Deportiva Don Bosco, a la vera de la Autopista Ricchieri, se transformó en un burgo medieval. Cientos de amantes de ese tramo de la historia europea se dieron cita en la localidad de Aldo Bonzi para recrear las diferentes culturas que dieron origen a gran parte de la civilización occidental: desde cómo eran sus viviendas, su estilo de vida, la comida, el uso de las herramientas, la vestimenta, las armas, las artes del combate y hasta las diversas formas de morir en la Edad Media.

Las ferias y batallas medievales dejaron de ser algo extraño en la Argentina. El fenómeno suma cada vez más adeptos y hay encuentros todos los fines de semana. Pero este es particular porque participan 22 equipos profesionales de todo el país, que desde el viernes y hasta mañana disputarán el Torneo Nacional “Edad Media”.

“Esta competencia le da un importante impulso al desarrollo de este deporte a nivel nacional. El público puede apreciar cientos de peleas por día y pasear por la feria, con más de 80 recreacionistas vestidos y ataviados de diferentes épocas. Los visitantes pueden preguntar, tocar y compartir conocimientos sobre todas estas culturas. Y además no faltan las bebidas alcohólicas típicas de cada época y región, las cervezas y las basadas en hidromiel”, explica a Tiempo Marcos Villani, uno de los iniciadores de estas ferias y de los combates medievales en el país.

Foto: Diego Diaz

Marcos cuenta que estas reuniones “se empiezan a desarrollar acá con fuerza a partir de 2006, cuando distintos grupos pequeños de recreación histórica, que hacían actividades fantásticas, como las juntadas por El Señor de los Anillos, notaron que había mucha gente a la que le importaba mucho más lo real, la representación de cómo se vivía hace cinco, seis, diez siglos. Ahí la movida empieza a crecer, y se suman artesanos que trabajaban la temática, materiales e instrumentos de la época: joyería, cuchillería, artesanías en cuero o en madera”.

Marcos, que también es luchador (ver aparte), señala que llegaron a construir fortificaciones y armas de asedio de madera a gran escala con sus propios medios, aunque aclara que, más allá del costado bélico que parecería tener el asunto, “se trata de una actividad muy familiar, pintoresca y también educativa”. En rigor, es ese cariz cultural el que se aprecia en la recorrida por la feria que acompaña al torneo.

“Soy vikingo de nacimiento, provengo de Kristian, Noruega, lugar que le da origen a mi nombre. Lo que pasa es que me trajeron de bebé y acá no dejaron que me anotaran con K”, justifica Cristian, 52 años, físico imponente, ojos claros, barba larga y blanca, y una soberbia hacha sobre su hombro. Hace diez años, se dispuso a conocer sus raíces, y desde hace cinco participa de las ferias, donde expone y vende “cuernos cerveceros de vaca y cebú, traídos de la India. Están todos curados con vodka durante 15 o 20 días. Es que para usarlos hay que emborracharlos, así tienen sabor a alcohol y no a cuerno”, explica.

Foto: Diego Diaz

Vikingos y valquirias

“Gracias a Odín me está yendo bien”, dice Germán al lado de su “pequeño cepo” de madera, con una peluda cabeza de jabalí. Se trata de un artilugio que aprisionaba las muñecas y los cuellos de quienes se desviaban del camino impartido por los reyes. “La primera vez te dejaban ahí una semana; la segunda, lo mismo pero te daban latigazos y te tiraban algunas verduras y frutas podridas; a la tercera perdías la cabeza. Por eso todo el mundo acá me conoce como el cortador de cabezas. No soy un verdugo, porque este lleva una túnica y yo no tengo nada que esconder”, argumenta, y se lamenta de no participar en las luchas medievales por un problema de larga data en su columna.

A Kaisa Gualkiria, poco antes de entrar en combate, un par de compañeros la ayudan a ponerse la armadura. A sus 90 kilos, le agregará 25 más de hierro y bronce. “Pertenezco al equipo Valherjes, uno de los más grandes del país, con sedes en Capital, el Conurbano, algunas provincias y hasta en Europa”, dice orgullosa, y detalla: “Es una armadura medieval, compuesta por una costilla de lobo, brigantina, piernas y brazos flotantes. Hace varios años que peleo. Hoy volví a tener armadura propia, porque tenía una pero la tuve que vender. Hablando en plata, tengo un auto puesto encima”, resume esta joven de 25 años que protagoniza duelos con espada y participa de peleas grupales de cinco contra cinco.

“Cansados de tanto vikingo”, Mario Cárdenas y Miriam Cañamás crearon, junto a otras familias, el grupo Hildolfr (Lobo de Batalla). “Recreamos las tribus germánicas en la época de las grandes migraciones, entre el siglo IV y finales del VII, principios del Medioevo. Se trata de los grupos que salen de Suecia y recorren toda Europa, dan la vuelta por Panonia y se van metiendo por Italia, África y España. Tomamos los pueblos que terminan siendo los grandes reinos europeos de alemanis, burgundios, francos, sajones, anglos, turingios, vándalos, godos, visigodos”, enumera Miriam. “Todos ellos están unidos por un lenguaje común, que da origen a las lenguas anglosajonas”.

Foto: Diego Diaz

Esta pareja de Villa Ballester cuenta con varias réplicas de escudos de madera, cascos de hierro que se usaban tanto en batallas como en ceremonias, espadas, cuchillos y hachas. Estos elementos previkingos están basados en los hallazgos de la denominada Era Vendel. “Empezamos en 2013 con un puesto de miniaturas, y de a poco conocimos este ambiente. El stand financió todo esto, que es un hobby caro. Lo nuestro es la madera y los huesos, pero ahora estamos trabajando de a poco la herrería. Esta espada, digna de un rey, me llevó dos años”, señala Mario.

La presencia de Adrián Molina no pasa desapercibida. Él prefiere que tanto en la feria como fuera de ella lo llamen Yokan, también el nombre de su emprendimiento de herrería y madera: Yokan Kunts Og Stal. Tranquilamente, podría ser el doble de Ragnar, el mítico personaje de la serie Vikings, de Netflix.

“Estoy siempre igual. Mi personaje se fue dando naturalmente. Laburaba en un taller. El tema de la herrería lo empecé como hobby. Después me fui enterando de las ferias, nunca había ido a una, hasta que fui la primera vez y me dio vuelta la cabeza 360 grados. Conocí este mundo mágico que literalmente es un viaje en el tiempo: la música, la vestimenta, la comida o la bebida”, sostiene, y cuenta que “el 5 de agosto de 2020 fue mi último día en el laburo. Ahora me dedico de lleno a esto. Soy un artesano medieval. Mi título me lo puse yo y me va muy bien. Recibo muchos elogios, gracias a los dioses, y acá estoy, trabajando, disfrutando, un poco de todo. Esta es mi vida ahora”.  «

Foto: Diego Diaz

Templarios, monjes y herejes

Rubén Benatti es miembro de la Orden de los Caballeros de la Cruz, un grupo que recrea la época de las Cruzadas. “Por eso tenemos la parte religiosa y la militar”, dice. “Lo que yo tengo no es un disfraz ni esto es una escenografía, sino una reconstrucción histórica, lo más fiel posible, de lo que fue la Edad Media. Ese es el objetivo, es didáctico. Por eso investigamos a través de fuentes históricas, en bibliotecas, monasterios y cementerios, en esculturas y pinturas”.

Rubén se presenta en Aldo Bonzi como un monje cisterciense, en el interior de su abadía confeccionada con las tablas de un viejo armario que construyó gracias a sus dotes como arquitecto, pero también suele aparecer como un caballero templario luchando en Tierra Santa.

Los prejuicios engañan. “No soy ultrarreligioso y ni me acuerdo de la última vez que fui a misa. Solo me gusta la historia y la recreo, pero no la reivindico. Los monjes tomaban para sí el trabajo que hacían los esclavos y los campesinos, las abadías eran un faro cultural en la época. Eso es lo que me atrae”, explica poco antes de dar una charla sobre los distintos tipos de herejía.

Foto: Diego Diaz

Alto contacto, sin filo ni punta

Los torneos de combates medievales llegaron a la Argentina mucho después de que comenzaran recrearse en Europa, donde en un principio se realizaban sin las adecuadas medidas de seguridad. “Antes de que se reglamentara este deporte, que es de alto contacto, se hacían combates en Rusia, donde el mito cuenta que hubo dos muertes en un encuentro”, explica Rubén Villani.

A partir de ahí, se estableció que las armas, por ejemplo, no debían tener ni filo ni punta, y que no se podía asestar golpes en la nuca ni tampoco en la zona de la ingle.

En 2013, Argentina participó de su primer mundial de la disciplina, organizado en Francia. Luego comenzaron a crearse los primeros clubes. Estos torneos internacionales se hacían cada año y ahora, cada dos. Los recreacionistas argentinos se perdieron varios encuentros por falta de recursos. De todos modos, Rubén se las ingenió para estar presente: “Integré la selección de Italia y la mexicana en varias oportunidades”, dice el luchador, y agrega que la actividad impulsa la industria argentina: los equipos solían adquirirse afuera, pero los costos han dinamizado la producción local.

Foto: Diego Diaz
Foto: Diego Diaz

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