Todo tiene un final, todo termina

Por: Leonardo Murolo

Ya está disponible en Netflix la segunda y última temporada de La casa de papel, la serie española más famosa. El robo sin víctimas de Tokio, El Profesor y compañía promete un cierre apasionante.

La generación Netflix prefiere ver televisión por Internet, en maratón, a la carta y en donde sea. En ese contexto de omnipresente consumo audiovisual los títulos de moda van variando de mes en mes y hasta de semana en semana. Por estos días los ojos están puestos en el estreno de la segunda temporada de La casa de papel, una serie española creada por Álex Pina, producida por Atresmedia junto con Vancouver Producciones y estrenada en Antena 3 en mayo de 2017, aunque su popularidad a escala mundial llegó unos meses después mediante la pantalla de Netflix y con el viento de cola del suceso de las también españolas Merlí y Las chicas del cable.

La casa de papel cuenta una adictiva historia de acción por el recorrido enigmático y emocionante que propone. Un grupo de nueve ladrones organizados y comandados por El Profesor pretende robar algo que no es de nadie: 2400 millones de euros que van a producir en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre de Madrid. Para esto se valen de un plan milimétrico que les permite engañar a la policía y permanecer fabricando billetes el mayor tiempo posible. Esta dimensión antisistema bajo una suerte de justicia poética es uno de los secretos, entre evidente e inconsciente, que más atrae el público juvenil.

Esta segunda temporada pondrá fin al elucubrado plan que El Profesor le debía a la memoria de su padre, al tiempo que dejará en evidencia las contradicciones y disputas internas del grupo. La serie que en España tuvo un fluctuante rating que comenzó con cuatro millones de espectadores y culminó con un millón y medio, nos promete un final inquietante. Siempre desde la impronta que involucró al público en aquel encierro y lo hizo partícipe necesario del espectacular robo del año.

Por más creatividad que debamos elogiar, no podemos dejar de advertir la intertextualidad rastreable en las ideas principales de la serie. En primer lugar, se trata de una historia más de antihéroes. Tanto como Tony Soprano, Dexter o Walter White, estos personajes de chicos y chicas malos se desarrollan generando empatía en las audiencias. Asimismo, la minuciosidad del plan, que quizás se postula como la dimensión más atrapante de la historia, es sumamente novedosa para una generación que no educó su mirada audiovisual con películas hollywoodenses de espectaculares robos –al estilo la saga La gran estafa– o sin ir más lejos con los sagaces y disparatados guiones de Los Simuladores.

Una potencialidad de la serie se asienta en la construcción de un universo propio que podría volver a funcionar en otro atraco o en otro escenario gracias también a muy buenas actuaciones y a ingeniosos personajes caracterizados tanto de modo psicológico como social. Cada uno con un nombre de ciudad y una máscara de Dalí se preparó para el plan de robo y emprendió el desafío con diferentes metas personales y sueños por cumplir con el dinero que obtendrían. Es también en el terreno de los personajes donde se produce el conflicto, ya que a pesar de estar obligados a seguir reglas estipuladas por el plan se rigen también por impulsos y debilidades. El amor, la lujuria y la violencia incontenidas irrumpen como variables imprevistas cuando las fichas del juego son sujetos atravesados por sus historias personales.

El relato es narrado en voz en off por una de las atracadoras y quizás allí se encuentre uno de sus puntos débiles. El personaje de Tokio, uno de los más deslucidos y poco empáticos, cuenta la historia de modo frío y por momentos bajo un contrato de falsa omnisciencia. Por otra parte, el plan está debidamente elucubrado por el personaje de El Profesor, quien sabe de leyes, de química, idiomas y no deja nada al azar. Es por eso que la tensión dramática que se eleva cada vez que el plan corre peligro se disuelve cuando para cada problema hay una previsión. Este recurso está muy bien empleado una, dos, tres veces, pero en algún momento puede redundar hasta el hartazgo de cualquier ávido televidente. Sin embargo, lo que queda fuera de la frialdad del ajedrez y la matemática siempre vuelven a ser las impredecibles pasiones de las relaciones humanas.

La serie fue dividida en dos temporadas, la primera de 13 capítulos y la segunda de seis, que se estrenó el viernes. Con un alto nivel de producción que no decepciona a la hora de buscar entretenimiento, juega con la intriga y el gancho para continuar viéndola. Por todo esto, La casa de papel es una de las series más populares de Netflix, lo que promete que la segunda temporada tendrá a sus seguidores encerrados maratoneando e interactuando en redes sociales todo el fin de semana. 

Una temporada hecha a medida 

Para los fanáticos de las series más avezados en explorar la red, el estreno de la segunda temporada de La casa de papel en Netflix tiene poco de estreno. La serie pudo verse completa durante 2017 en la televisión de España en un formato diferente al que vemos en la plataforma de video bajo demanda. Se trató de 15 capítulos de 70′, una duración usual en las nuevas series españolas, mientras que Netflix reeditó los primeros nueve estirando la historia a 13 capítulos de 40′. De ese modo completa la segunda temporada con los seis restantes. Hay que aclarar que no se recortaron minutos, porque la duración total de la historia es la misma. Desde la finalización de su emisión en televisión y su indefectible circulación en plataformas piratas, los fanáticos pudieron ver los capítulos que les faltaban para completar el relato y hasta comentarlos en foros internacionales. Resulta interesante esta dimensión ligada al mercado del audiovisual para pensar las modificaciones que tienen lugar, no sólo en la narrativa sino también en las formas de consumo de cada sociedad. «

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