Todo barbijo es político

Por: Talleres Tiempo

En el marco de la Muestra virtual de Talleres Tiempo de otoño, Escritura creativa “Página blanca” presenta escenas del tapabocas, en clave de ficción. Trece escritoras y escritores del país tomaron como disparador narrativo la “nueva prenda”, en personajes que experimentan problemáticas cotidianas.

“Todo barbijo es político” es el nombre de la muestra de escritura creativa que ideó el grupo “Página blanca”, coordinado por Juliana Corbelli, entre abril y junio de 2020, en la Formación virtual de Tiempo. Con escenas de un mundo cotidiano -presente, actual e inédito- aquí todas las personas podemos sentir un guiño de ojo, a través de las vivencias que una diversidad de personajes experimentan en situación de pandemia, en diversos territorios, emociones en choque y formas sin precedente. 

Es claro que el tapabocas, desde mediados de marzo de este año, representa la “nueva prenda” de cuidado. Ensayos, crónicas o cuadernos creativos ya circulan por redes, portales, “lives”, mails para pensar la pandemia, la cuarentena, el Covid, selfies y encuentros desde pantallas. ¿Cómo responde la ficción ante tamaña experiencia? ¿En qué narraciones argentinas ya aparecían los tapabocas? Miradas nuevas se están merodeando y procesando. El barbijo como prenda de protección y condición, no solo exhibe el mundo de la protección hacia afuera sino -en el caso de la expresión- un gesto de atención hacia adentro de las escrituras por sus posiciones sociales, culturales, políticas. Es obligatorio su uso en la calle, debe cubrir la nariz, es reutilizable, es una norma de seguridad y se lo cuestiona en ciertos casos por producir ahogo o ¿generar hipoxia? Quienes pasean perros, ¿los usan? Las ficciones de este grupo de escritoras y escritores permitieron tomar el foco de atención en gestos individuales, clases sociales, masividades, picardías y actos de comportamiento para abrir el sentido de las aventuras de diversos personajes en sus territorios. ¿Qué tipo de revolución guardará el barbijo?

El grupo integrado por escritoras y escritores de Salta, Córdoba, Chaco, Neuquén, CABA, Claypole, La Plata (Buenos Aires), trabajó a lo largo del curso actividades de escritura breves que se compartieron cada semana en un foro y, por otra parte, escrituras extensas. Cada participante leyó en las rondas de lecturas y entregó archivos con el seguimiento y la corrección de la docente, según sus pautas. Esta es una muestra de esa experiencia, aunque el resultado de doce semanas de trabajo haya sido más abarcador. «Poco a poco fuimos construyendo nuestro mundo habitable desde la virtualidad, armando una grupalidad en un amplio mapa. Los encuentros quincenales permitieron conocernos más a partir de la lectura de textos y cada persona escribió su historia», cuenta Corbelli sobre su taller iniciado en Tiempo, por el año 2017. 

A continuación, se enumera cada escena con su correspondiente autoría con el fin de establecer un mosaico, hilo rojo o “cortos” narrativos sobre el barbijo.

También podés leer: “Talleres virtuales de Tiempo: está abierta la inscripción a la edición invierno”

1.

Ladra el perro, lo callás pero cada vez es más insoportable. Estás en una reunión de trabajo con la dirección. Apagás la cámara y cerrás el micrófono, atendés el portero y empezás a analizar cuál de todos los barbijos que hay en el perchero es el indicado para ponerte. 

Te das cuenta mientras bajás la escalera de que inventaste categorías , que los separás por gancho dependiendo su uso  y que hay dos casi nuevos. 

Te acercás a la puerta y no lo podés creer, el chico que trae el pedido no tiene barbijo, ni máscara ni nada. Quedás sin palabras. 

Silvina Bruno. Hija del medio. Romántica ni de flores ni bombones, más bien de lucha y Libertad. Feminista. Dispuesta a viajar por las profundidades de los mundos internos. Paciente en los procesos ajenos e inquieta con los propios. Militante de las oportunidades y Psicóloga Social de formación y vocación.

2. 

-¿Quién está limpiando?

Lo imperativo del reclamo te pone alerta. Es la vecina de planta baja que tiene la virtud de irritarte porque está siempre dispuesta a protestar. Finalmente, el rumor en la escalera te advierte que está subiendo. Se asoma al hall con su cabeza adelantada como un hurón. El barbijo torcido le da un aire cómico. Habla por el costado (¿para qué se pone el barbijo si después lo esquiva?)

-¡Ah, era usted! Ya vino el señor que limpia. 

-No, el que vino era el fumigador. ¿Necesita el ascensor? 

Le contestás amablemente, pero no podés evitar el fastidio frente a la estupidez. 

-No, no. ¿Y usted no usa barbijo? Insiste tratando de continuar la conversación.

-Prácticamente estoy en mi casa. Le respondés cortante.

Respirás hondo, esta mujer siempre te altera por más buena voluntad que pongas. Es buena persona pero cuestiona todo con una actitud prepotente. Vas a tener que hacer meditación, no podés ser tan intolerante; después de todo tiene razón, te molesta admitirlo, pero tendrías que llevar puesto el barbijo.

Tratás de calmarte pero pensás en lo inadmisible del cuestionamiento. Debería agradecer que alguien se esté ocupando de limpiar la escalera y el ascensor. ¡Esta mujer es insoportable!

Tenés que moderar tu temperamento porque cuando esta cuarentena termine tendrás que convivir con los mismos vecinos.

Iris Alba Martel. Pronto seré bisabuela. Nací un año antes de que terminara la segunda guerra mundial. Siempre me deslumbraron las cosas bellas, sean naturales o creadas por el ser humano. Amo mezclar formas colores y palabras.

3. 

Cuando te llevan a vacunar en la salita de Juella, te dan caramelos…¡No sabés qué raro te sentís usando ese “barbijo” como le dicen. Yo le digo tapaboca.  Y lo peor, no podés comer los caramelos hasta que volvés a tu casa y te lavás muy bien las manos. Eso sí, en ese momento te dan unas ganas de comerlos que ni te cuento. Tenés que aguantar un poquito, te dice la enfermera Albertina que también está con ese trapo en la boca como todos y le terminás haciendo caso porque te cuida. ¡A ver si te me agarrás el corona! De solo pensarlo se te van las ganas.

Paula Martínez. Con sus 51 años sigue siendo la amante de la cultura originaria, de la Madre Tierra, de la arcilla. Se deja llevar simplemente cuando se desliza por sus manos. Vive en Claypole BA.

4. 

Suena el timbre. El delivery. Agarrás las llaves, el documento, la propina y el infaltable tapabocas.

Pique violento a la puerta del edificio. Un piso por escalera, todo controlado.

Ni tocás el picaporte, con la cola empujas la puerta entreabierta del depto y te metes cerrándola de una patada. A estas alturas, no te preocupan los ruidos molestos que puedas ocasionar. 

Fuera máscara protectora, lavado de manos, desinfección del paquete, lavado de manos para eliminar ese asqueroso olor a lavandina.

Te sentás a disfrutar de una peli con el helado que acaba de llegar. Se escuchan ruidos afuera, gemidos lejanos que te dan un poco de miedo. Agudizas el oído y achinás los ojos, como si con eso escucharas mejor. Una puerta que se abre, unos pasos decididos hacia la tuya. Golpes. La vecina de al lado trayendo a Adolfo, tu gato. Todo no tan controlado.

Pamela Sanfurgo. Aprendiz permanente buscando en este taller ampliar los horizontes y saltar el tabique capitalino. Me lo regalo. Es necesario.

5. 

La radio suena a todo volumen, salís al patio a tomar un café y que te de el sol. Mirando las hojas del otoño te sobresalta el timbre. Quién será? Quién se atreve a dar vueltas en cuarentena? Mucha gente, en realidad, da vueltas en cuarentena. Puede ser alguien que viene a pedir algo para comer,. Mucha más gente que antes está saliendo a pedir y eso te pone mal. Agarrás el barbijo y atendés la puerta. Esta vez es otra persona, el correo. Te acaban de traer unos paquetes que pediste. La emoción del objeto nuevo te embarga, el fetiche de la mercancía? Si bien ya no es mercancía sino propiedad. Es un calentador, una navaja y otros elementos más que pediste para ir a la montaña. Los ponés en la mesa y los mirás. Cómo carajo vas a ir a la montaña en cuarentena?

Andrés Ruderman. Cordobés asintomático, tiene una gata. Autodidacta que ha perdido el rumbo. Intenta ser muchas cosas, a veces le sale. Viene a este taller buscando algo que perdió, para qué o quién no lo sabe.

6. 

Pisás media manzana, la mordisqueás con los dientes frontales, su rugosidad apesta, de un saque te la mandas a la garganta. Suena el timbre. El sol empieza a pegar en el techo, faltan varias horas para que entre algún rayito por la ventana, cada movimiento es una tortura, aún hay escarcha en las tejas. Te explota la cara del dolor de muelas. Prendés el horno, metés la cabeza adentro, el calor se va sujetando a tus poros, el vaho eriza tu pelo. El timbre. Abrís la boca, largás el aire forzando la tráquea, suenan vientos y oleajes, hidrogenás tus pulmones, las piernas se aflojan, sentís cosquilleos. El gato maúlla cada vez más fuerte. Soplás finito y apagás la llamita del fuego, inspirás hondo, ahora sí, el gas penetra puro en tu cielo. Ya no hay dolor. Antes de que se te adormezcan los pies sacás la cabeza, te enderezás, suspirás el dióxido, agarrás las llaves. El gato se trenza en tus tobillos, una patada y estampa contra la pared. Afuera sí que hace frío. Buen día, le das la guita, te disculpás, estabas en el baño, agarrás la garrafa, y sin despertar a tus hijos, la llevás hasta la cocina.

Franco Rossi. Aficionado al pan dulce Don Satur. Maestro de primaria, sociólogo y regateador. De Boedo vengo, hay que pedo tengo. Creo en dios, en la ciencia, en la tierra, y cuando la situación lo amerita, en algunos santitos que invento.

7.

Son las 12 del mediodía y recién estás desayunando. Entrás al ig y ves en un video cómo unos policías en Chaco entran a la fuerza en una casa. Horrorizada, dejás caer lágrimas de enojo. Respirás, encendés la radio de todos los días. Escuchás que los derechos civiles de los afrodescendientes terminaron de incorporarse en los 60′, el historiador agrega que sólo en los papeles. Pensás en George Floyd. Te preguntás, una vez más, quién puede ser capaz de encarnar tanta violencia. Suena el timbre y atendés. No escuchás bien pero sabés que se trata de tu nuevo acolchado. Te ponés el barbijo, las pantuflas y salís. Al abrirse la puerta del ascensor ves un hombre también con barbijo. Rompés la distancia social y subís. No lo conocés pero lo mirás a los ojos y te parece lindo. Te preguntás si estás peinada, pensás en tus pantuflas rayadas. Ese outfit casual es irresistible. Vuelve a abrirse la puerta del ascensor y te incita a bajar con una seña. Sonreís sin que te vea mientras vas a recibir el acolchado a la puerta. Tu vecino se va. Pensás en el privilegio de esa tranquilidad. Desigualdad, violencia, amor. Ninguna nueva normalidad.

Agustina Valdés. Enredada entre los hilos de un teatro, discute con su viejo amargado interno para sentirse más liviana. Encontró en la escritura y el yoga, un espacio de liberación personal. Existencialista política.

8. 

Me llega un whasap. «Te estoy llevando una mermelada que me salió exquisita, es de tomates cherry de mi cosecha en el jardín, calculale 10 y llego» .

Me pongo nerviosa, pero le contesto, «dale, gracias».

Inmediatamente voy al ropero a buscar un tapabocas, tengo descartables y otro artesanal. ¿Cuál uso? Será un segundo. No tiene sentido gastar un descartable.

Lo busco, me lavo las manos, me lo pongo y me siento en el sillón del living, molesta. No recibo a nadie para nada.

Suena el portero. Abrola puerta y me pongo en ella como «aquí no pasa nadie». Lo veo llegar feliz, según su mirada. Lo saludo y le adelanto, «perdoname que no te invite a pasar». Sin extrañarse, me responde: «Todo bien, te quería traer porque sé que no salís para nada»,

La mermelada venía en una bolsa. La tomo, le doy las gracias y «perdoná me siento molesta de no hacerte pasar» . «Todo bien”, repite, “es o que hay que hacer, espero te guste. Algún día volveremos a tomar mate»

Tiro la bolsa donde venía la mermelada, desinfecto el frasco,  me lavo las manos dos veces y sin mirar siquiera la mermelada la guardo en la heladera.

Me siento maltratadora, desagradecida. Para consolarme me digo, hago lo que tengo que hacer. 

Entonces le mando un whassap: “Gracias”. Le pido perdón por lo poco hospitalaria.

«Todo bien, la cuarentena obliga», contesta.

María Laura Riganti. Un ser que ha vivido mucho pero que tiene un pulmón más limpio que es la escritura. Quiere seguir respirando así.

9. 

Sabes que va a llover porque el tobillo se te hincha por ese esguince que aún te hace renguear. Escuchás que golpean la puerta, vas rengueando a la cocina y agarrás papel para secarte las lágrimas mientras buscas el tapabocas. No lo encontrás. Miras de reojo el que dejó tu hermana al lado de la puerta mientras seguís buscando. Pensás que la persona está esperando hace rato y te resignás. Te pones con asco el reciente abandonado y usado tapabocas. Abrís la puerta, ves el impuesto en el piso y al cartero yéndose en la bici. Pensás que siempre es igual. Golpea, deja el sobre y se va. Agarrás la carta, cerrás la puerta y te das cuenta que tuviste tu tapabocas colgando de tu oreja todo el tiempo. Te los sacás, estornudas y te largas a llorar.

Ivana Ciccelli. Analista de recursos y humanos, con alma de sindicalista. Gusta un poco de faso, mate, café, birra y fernet. Estudiante de Periodismo, o algo asi. El taller: una caricia a su memoria y a la creatividad.

10.

En el espejo te ves mientras caminás pasando por el pasillo, el monumento a la desprolijidad y la reina de las apariencias, porque te esmerás mucho cuando querés, vas a atender ese insistente llamado a la puerta con tu mejor cara, aunque solo se vean tus ojos, eso también te gusta, juegas a la misteriosa mujer de novela turca, una ironía que le dedicás a él, te hacés esperar caminado lentamente, porque sabés que no se va ir a ningún lado hasta que atiendas, porque de solo pensar que está detrás de la puerta te cambia el día. Es domingo, el día que esperaste que llegue, te entregan en cuarentena a tu domicilio Tiempo Argentino.

David Esteban Cruz

11. 

Llevo a dar una vuelta a mi perra, me cruzo con algún vecino. Me mira de reojo, con alarma. ¿La cuarentena incluye no decir buen día? Caminamos dos cuadras hasta el paso a nivel me encuentro a cinco muchachos, los barrenderos, todos amuchados, charlando, tomando mate, todos del mismo mate.

–Chicos, ¿y la cuarentena?

Se ríen. No se preocupe doña, no pasa nada. 

(…)

Mi barrio es solitario. Cada tanto pasa alguien con barbijo. La gente camina rápido. Barrio sitiado. Ciudad sitiada. El olor del miedo se mezcla con el acre de las hojas secas amontonadas en las veredas. Flotan en el aire. Uno me pregunta si conozco a alguien que se haya muerto del virus. Respondo que no, pero que los hay, como las brujas, como los monstruos, los hay.


Ana Zamulko
es amante de los viajes, el mar, las montañas. Está jubilada de muchas escuelas, gusta del silencio, la música, las historias, ama su perra, sus nietes, sus plantas y a ésta tan dolorida patria. Es de San Martín, primer cordón, pegadita a la capital, umbilical también, el cordón.

12. 

Estamos todos iguales. Voy recorriendo las calles del barrio y todos nos emparejamos ¿para abajo?  Con barbijos o tapabocas, muchos cabizbajos y otros tratamos de identificar al que cruzamos con la mirada. Ya no saludo. O saludo tarde, y muchos “Hola” o “Qué hace?” quedan ahogados en estas telas que cubren la mitad de mi rostro.

Hay variedades de colores, estampados, de diseño, con logos o dibujos,  me los encuentro mientras sigo caminando. Compro algo en el almacén, cargo bolsas, vuelvo a casa, me rocío con un aerosol de extraño aroma y recién me lo saco.

Miro por la ventana y veo a Jorgito, el loco de barrio, y recuerdo en este momento las veces que lo señalaba por sus rarezas, sus ropas o gestos. Su irreverencia a respetar acuerdos sociales o reglas de conducta me resultan incómodas, salvo ahora. Pasa por el frente de casa, tarareando, mirando al sol. Por momentos ríe, y yo lo envidio. El allá afuera sin barbijos ni ataduras, yo acá adentro, cumpliendo. Lleno de miedos preguntándome ¿Quién es el loco?

Nicolás Juárez Campos. Nací hace cuatro décadas en tierra de Güemes, ponchos y cantores. Del litigio aprendí que es mejor el encuentro. Las mandarinas al sol,  en otoño, y el jazmín marchitándose, en primavera. Cocino por placer y aún no escribo libremente, por eso elegí estas líneas y este curso. Por mí.

13. 

El lengüetazo te despierta. No sabés qué hora es, pero intuís que tarde. El dolor de cabeza es una punzada de resaca y desaliento. «Vamos, dale». Pulgas mueve la cola, te sigue y sale corriendo al patio.

La mirás olfatear la tierra, dar vueltas en círculos hasta dar con el lugar exacto. Regresás al interior.

Tomás un vaso de agua helada y te volcás otro sobre la cabeza, sentís el escalofrío en la espalda.

¿Soñaste con ella? Puede ser por los ojos rojos que devuelve el espejo y el sabor salado en la comisura de los labios. La imagen no te gusta y regresás al comedor mientras mirás por la ventana.

Romi llegaba destrozada del hospital. «La gente no se queda en casa, Lucas, no sé qué vamos a hacer». La abrazabas hasta que se durmiera contra tu pecho. Y apagabas la tele encendida que celebraba plazas y corredores, como si no pasara nada

Luego, los días aciagos. Su positivo confirmado, el aislamiento, la internación, el entubado.

El desenlace.

El silencio habita la casa, las calles, el barrio. Un barbijo es arrastrado por el viento, deshilachado y ceniciento. Pulgas regresa del patio. Te busca a vos.

Horacio Beascochea. Palabra como trabajo. Leo y escribo en una ceremonia empecinada contra ecos escurridizos. No soy sin mate y me debo algunos viajes. Tuve la suerte de que me publicaran. Estoy convencido de que la llanura quiere decirme algo, rara vez se manifiesta. Este taller es para recuperar la fe, «hablar más de esperanza de lo que soy». Y sí, hay un blog; https://conletrapropia.blogspot.com



=> Si te interesa conocer más sobre este taller podés escribir a escrituratallerestiempo@gmail.com o talleres@tiempoar.com.ar.
Coordinación: Lic. Juliana Corbelli, trabajadora de Tiempo. Miércoles a las 18.30, subida de módulos y rondas quincenales de lecturas.






















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