“Ha muerto un puto”, la obra que escribió y dirige, se despide de la cartelera porteña hasta nuevo aviso. Está basada en la vida del filósofo y escritor Carlos Correas, quien escribió el que se dice es el primer cuento de temática homosexual de la literatura argentina.
Con un enfoque melodramático y humorístico para “visibilizar la lucha de la comunidad homosexual y el estigma de su época”, la obra reivindica la memoria del escritor y el valor de su obra. Todo empezó por un tuit que Tarrío descubrió “boludeando mientras estaba trabajando en otra obra”. El descubrimiento del texto lo llevó a conseguir el cuento (“me pareció hermoso”).
Cuando lo llamaron del espacio Arthaus Central para un nuevo proyecto, la lamparita ya estaba prendida. “Vi que se habían hecho algunas versiones escénicas de la historia (una del Cervantes, que se hizo durante la pandemia y que está en YouTube), así que ahí empecé a investigar un poco sobre la figura del escritor”. Y lo primero que le pasó fue “sentir una especie de agradecimiento por descubrir que tenía una referencia, un antecedente de qué era ser puto en esta ciudad en la década del ‘50, saber qué pasó antes de que apareciera la idea de lo gay, como si tuviese un abuelo que me pudiera contar cosas de la misma ciudad en la que yo vivo”.
“Después del juicio, él mata a su propio puto: basta, se terminó la homosexualidad para mí -agrega Tarrío-. Y cuando al final de su vida su obra se pone más autobiográfica, dice que ese puto no muere y vuelve de distintas maneras a través de sus personajes y experiencias. En la obra está lo que pasa en su última época con las travestis de Plaza Once, que era la zona donde vivía. Tenía mujer y estaba con una chica, Mariana, a la que le escribe, y en su novela más hermosa, Los reportajes de Félix Chaneton, está todo el tiempo hablando de ese mundo oculto del primer cuento. Como que vuelve sobre sus pasos y está todo el tiempo hablando de eso”.
“Todo lo que se escucha y se dice en la obra son textos de Correas -cuenta sobre la dramaturgia-. Editado de una manera como si fuera una puerta de entrada a su vida y a su obra. Él estaba muy lejos de las figuras posteriores del movimiento que hoy se conoce como LGBTQI+ . Firmaba solicitadas por los derechos, pero él tenía asociada su propia homosexualidad cómo a una zona sartreana, de marginalidad; él mismo lo dice: ‘No quería ser un puto integrado, de sesenta, setenta años, porque me horroriza ser un puto grande’ (se suicidó en 2000, a los 69 años). Tiene como dos esposas, y es muy hermoso su paso por la heterosexualidad. No deja de estar como espiando ese mundo”.
Ese deseo tan peculiar de Correas tenía fuerte vinculación política. “Su literatura era muy cruda. Estaba muy marcada por su fascinación por los cabecitas negras y por el fenómeno del peronismo en la década del ‘50. Hay una cosa del puto integrado que ahora la podemos tener asociada al pinkwashing de las empresas o de los estados cuando la necesitan, y él siempre defendía y estaba feliz de pertenecer a esa especie de submundo, como sótanos de la hegemonía sexual. Ahí hay algo muy vital y hermoso de sus relatos. Lo definía como yire frenético, algo que no podía parar. Más que nada en los cines y en las estaciones de tren, que es donde transcurre la narración de la historia en la obra”.
La figura del abuelo usada por Tarrío es más que simbólica: no se trata de un familiar vinculado a sus vínculos sociales, sino uno que abarca a todos los sectores. “Es como la zona de lo oculto: si indagás un poquito, en toda familia sucede esto. Un tío del que había cosas que no se decían, un sobrino que aparecía como tal y vos preguntás: ¿es el sobrino? O, como la canción de Gabo Ferro, ‘El amigo de mi padre’. El título de la obra es un poco un desafío: cuán muerto está Correas. Con su obra le gana su muerte. Y por más que su historia sea muy trágica, la obra no es ni un bajón ni una tristeza, más bien una celebración”.
La obra se estrenó en noviembre del año pasado, pero su reposición este año, vaya casualidad, fue el 1 de febrero, cuando no estaba en plan alguno la fabulosa Marcha Antifasista y Antiracista. “No sé si tengo un detector de putos pero sí tengo un detector de mataputos, y está claro que Milei es homofóbico. Lo había visto hablando con Jaime Bailey diciendo que no era homofóbico y en esa entrevista estaba claro que era homofóbico. Así que era algo de lo que me importaba hablar».
«Y este año, el día del reestreno, estábamos a la vuelta de la Plaza de Mayo, un poco la situación ideal: salir de la marcha, ir a hacer la obra, salir de la obra y volver a encontrarse con un montón de gente festejando estar unidos contra estos discursos y esta política de estado de aniquilamiento en general de la población, pero muy concretamente con este colectivo. Fue sustancialmente distinto este año”, señala.
Y más allá de que reconoce que está bien puesto el calificativo de obra necesaria -por más que no le guste mucho-, prefiere que Ha muerto un puto se tome como una puerta de entrada, que “a la gente por escuchar los textos de Correas le den ganas de leerlo”. Pero esos textos se vuelven atractivos además por la forma en que la historia es contada.
“En esta celebración no hay nadie que lo personifique. No elegimos la vía de la representación sino que cada historia lo hace de alguna manera desde el arquetipo que es. La música en escena y la actuación de María Laura Alemán, que es una mujer trans compositora increíble injustamente no tan conocida; David Gudiño es conocido en las redes por sus videos humorísticos y activismo en Identidad Marrón, que une esta figura política y erótica del cabecita negra; y después está Vero Gerez, que es una cantante y actriz extraordinaria, que es también un arquetipo de chica Correas, como si fuera una chica Bond. Y el mundo de la obra es algo que está entre una pantalla de cine y un piano de cola que acompaña lo que pasa en el medio, que es básicamente la vida de Correas puesta en escena”, concluye.
Con María Laura Alemán, Vero Gerez, David Gudiño. Sábado y domingo, 20.30 hs en Arthaus Central, Bartolomé Mitre 434.
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