Hace diez años el Flaco abandonaba este plano de la existencia y dejaba una obra de más de cuatro décadas de música conmovedora e inclasificable. Un antídoto hecho de compromiso artístico, sensibilidad, amor y búsqueda permanente.
En YouTube puede verse un reportaje que le hizo Juan Alberto Badía en la famosa quinta de Castelar, donde el músico estaba instalado a principio de los ’80. En el zócalo Spinetta era presentado como “genio, loco, poeta”. La hipérbole, que para la lingüística del marketing actual resultaría anacrónica, se parece mucho a una verdad.
La singularidad de la música de Spinetta, que hoy hasta tiene un adjetivo (spinettiano) no entró dócilmente –como diría el poeta Dylan Thomas– en la escena argentina. Más bien fue un advenimiento. A fines de los ‘60, junto con Emilio Del Guercio en bajo, Edelmiro Molinari en guitarra y Rodolfo García en batería, el cantante, guitarrista y compositor formó Almendra. La propuesta abrevaba en los sonidos de la época como el beat, el jazz, la tradición tanguera y la renovación del folklore, para dar a luz algo totalmente nuevo e inconfundible que ofició de faro para fans y colegas.
Pero no era solo música: la magia de Almendra operaba también desde la poesía de las letras, en ejercicios conmovedores como “Tema de Pototo”, la melancólica postal urbana de “A estos hombres tristes” o incluso la crudeza más primitiva de “Ana no duerme”.
En algo más de dos años, el grupo dejó dos discos históricos –Almendra (1969) y Almendra II (1970)– y la recordada ilustración que Spinetta hizo para el primero, Almendra, el icónico payaso triste con una sopapa en la cabeza. Ya disuelta la banda en 1970, el cantante y guitarrista seguiría la línea más rockera de Almendra II en sus siguientes proyectos: la fugaz formación con la que plasmó Spinettalandia y sus amigos (1971), testimonio de su amistad artística con Pappo, y más adelante, Pescado Rabioso.
El comienzo de la década más convulsionada del país estaba signado por una movida que incluía también a Los Gatos, Manal, Tanguito y era, a su vez, la víspera de la aparición de Sui Generis. Entre el ’71 y el ‘73, Pescado Rabioso (que incluía a Black Amaya en batería y Osvaldo “Bocón” Frascino en bajo, luego reemplazado por David Lebón, a los que luego se sumó Carlos Cutaia en teclados) dejó para la posteridad dos discos: Desatormentándonos (1972) y Pescado 2 (1973). En su compendio de temas poderosos que todavía hoy se reversionan cíclicamente están “Despiértate nena” y “Post-Crucifixión”, entre otros.
La disolución de Pescado Rabioso dio lugar a Artaud (1973), una verdadera obra cumbre de nuestra música. Por temas contractuales el disco se lanzó como si fuera de Pescado Rabioso, pero se trató de una apuesta solista de Spinetta, un trabajo conceptual e incomparable. Un recorrido hipnótico y sinuoso donde convergen canciones austeras como “Bajan” y “Todas las hojas son del viento”, con el drama expansivo de “Cantata de puentes amarillos” y la profundidad de “A Starosta, el idiota”.
Rápidamente llegaría Invisible, un trío compuesto por Spinetta, Héctor “Pomo” Lorenzo en batería y Machi Rufino en bajo, que sobre el final de su recorrido sumaría al guitarrista Tomás Gubitsch. Con un rango de influencias que abarcaban el blues, el rock progresivo y el jazz rock, hasta el ’76 trabajaron para dejar tres registros excepcionales: Invisible (1974), Durazno sangrando (1976) y El jardín de los presentes (1976).
Antes de cumplir 30 años, Spinetta ya era un músico de gran prestigio e influencia, una figura central del rock argentino. Después del fin de Invisible, llegó A 18’ del sol (1977) con su impronta jazzística, que anticipó un futuro de experimentación y de una producción febril. El primer año de la década del ‘80 arrancó con cuatro lanzamientos: El valle interior (1980), el disco que dejó constancia del fugaz retorno de Almendra; Only love can sustain (1980), el inesperado proyecto en inglés que contó con la colaboración de Guillermo Vilas y pretendía facilitar una proyección internacional; y el determinante Alma de diamante (1980), la presentación discográfica de Spinetta Jade. Jade fue uno de los proyectos musicalmente más audaces de Spinetta, por el que pasaron talentos como el Mono Fontana, Leo Sujatovich, Juan del Barrio, Lito Vitale, Lito Epumer, Pedro Aznar y de nuevo, Héctor “Pomo” Lorenzo, entre otros.
La exuberante creatividad de Spinetta luego le dio paso al crucial Kamikaze (1982, un unplugged antes de los unplugged); Mondo di cromo (de 1983, un regreso a una base más de rock-pop, acompañado de nuevo por David Lebón, Machi Rufino y Leo Sujatovich) y el intenso legado de Jade: Los niños que escriben en el cielo (1981), Bajo Belgrano (1983) y Madre en años luz (1984). En medio de toda esa agitación, el Flaco y Charly García se pusieron a trabajar en un disco conjunto. Finalmente el esperadísimo proyecto naufragó por diferencias internas, pero quedaron dos canciones compuestas a cuatro manos: “Total interferencia” y “Rezo por vos”. En el ’86 llegó Privé y una colaboración que sí logró tomar forma de disco: La La La (1986), el sentimental y barroco doble que grabó con Fito Páez.
El final de la década trajo a los celebrados Téster de violencia (1988) y Don Lucero (1989). Pero fue Pelusón of Milk (1991) el que alcanzó mayor popularidad, de la mano del super hit “Seguir viviendo sin tu amor”. Ya sobre el final de la década, el Flaco formó Spinetta y los Socios del Desierto, un power trío de vocabulario extendido que contó con Marcelo Torres en bajo y Manuel Wirtz en batería. La contundente base blusera de “Cheques” (del disco que lleva el nombre de la banda, editado en 1997) y el videoclip de la canción protagonizado por Carolina Peleritti volvió a poner a Spinetta en la órbita del éxito radial y de los canales de música. Ese mismo año nació el unplugged para MTV Estrelicia. Antes de pasar al nuevo milenio, grabó con Los Socios del Desierto Los ojos, un disco que dejaba atrás el formato de power trío.
En la última década de su vida, esa que arrancó con 50 años, no aminoró su vocación como compositor, cantante y guitarrista, ni tampoco su sabiduría para armar formaciones poderosas.
Son los años en los que lo acompañaron Javier Malosetti, Guillermo Vadalá, Baltasar Comotto, el Mono Fontana y Sergio Verdinelli, entre muchos otros; y de discos como Silver Sorgo (2001), Para los árboles (2003), el EP Camalotus, Pan (2005) y Un mañana (2008). Más allá de gustos y preferencias, las búsquedas y hallazgos nunca se detuvieron.
En 2009 se concretaría ese suceso conmovedor que fue Spinetta y las bandas eternas: la (in)esperada reunión de Almendra, Pescado Rabioso, Invisible y Jade. Una celebración para los seguidores que durante años se resignaron a la intransigencia del músico para tocar en vivo sus glorias pasadas. Fue en la cancha de Vélez y también estuvieron los Socios del Desierto y un selecto grupo de invitados como Charly García, Fito Páez, Gustavo Cerati, Juanse y Ricardo Mollo. Sin intenciones de serlo, el recital se transformó en una despedida. Y tuvo su debido testimonio en formato CD y DVD.
Para la percepción emocional, medió muy poco tiempo entre aquel festejo histórico y su muerte, ocurrida el 8 de febrero de 2012. La comprensible discreción que el mismo músico, sus familiares y conocidos trataron de mantener hasta último momento también hizo que el golpe de la noticia de su fallecimiento se sintiera aun más fuerte.
Creador iluminado, intelectual agudo, personaje comprometido con su país y cultor de un singular sentido del humor, Luis Alberto Spinetta fue todo lo que pudo ser y todavía más. En un reportaje de la periodista Julieta Mortati, realizado en 2002 y publicado en la revista Rolling Stone luego de la muerte del Flaco, el creador de las canciones eternas contaba algunos de sus desvelos: “Hay que entender que para transmitir los sentimientos es necesario un procedimiento que exige demasiado de uno. A veces, cuando descubro una nueva tonada y esa tonada contiene una emoción, ese fuego que yo quiero en mi música generalmente me rompe el alma”. La llama de ese fuego, aún, alumbra a millones. «
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Que buena nota.