Este cuento de Magela Demarco, con ilustraciones de Caru Grossi y asesoría del Hospital materno-infantil San Roque de Paraná, busca que el sufrimiento infantil silencioso se verbalice. Es, además, una guía para trabajar la Educación Sexual Integral en las escuelas, ayudar a la infancia e instar a los adultos a que se hagan cargo.
En Sola en el bosque, a diferencia de lo que ocurre en el cuento tradicional de Caperucita Roja, el lobo no está fuera de la casa, sino dentro, lo que lo hace más terrible y amenazante.
En diálogo con Tiempo Argentino, Magela habló de sus motivaciones para abordar un tema tabú que marca para siempre la vida de las víctimas y que suele tener como escenario la propia casa y el entorno más íntimo.
-Tu cuento está referido fundamentalmente al abuso sexual de menores, pero nunca lo nombrás.
-Sí, toca fundamentalmente el tema del abuso sexual infantil pero también el de la violencia familiar. El libro no cierra el juego, más bien lo abre. No dice nunca abuso, pero según cada edad y cada lector puede disparar hacia diversas cosas, como la violencia intrafamiliar y también los miedos. Hay personas que sin abusar les generan situaciones incómodas o miedos a los niños. Eso está representado en el lobo humano que está en el cuento.
-¿Qué es lo que te llevó a escribir este cuento?
-Tanto Caru Grossi, la ilustradora, como yo pasamos por situaciones de abuso a distintas edades y esa es una de las razones que nos convocó a escribir. Otra de las razones es que a lo largo de mi vida me fui cruzando con varias compañeras que habían pasado por situaciones parecidas o muchísimo peores. Si en un grupo de 10 mujeres una pregunta quién ha sufrido abuso sexual en la infancia, si todas se animan a contestar, estoy segura de que 6 de cada 10 han sufrido uno o varios episodios de abuso. Los datos estadísticos no reflejan la realidad porque las denuncias son mucho menores que los hechos que se dan dentro de las casas. Como en la mayoría de los casos el abuso tiene que ver con familiares o personas muy cercanas, se hace difícil denunciar y que esto llegue a los datos estadísticos.
– Tengo entendido que para hacer el libro contaron con especialistas en el tema.
– Sí, nos asesoraron los profesionales del Hospital materno-infantil San Roque de Paraná, Entre Ríos. Concretamente, el jefe del Servicio de Salud Mental de ese hospital, el licenciado Emanuel Nesa, y la licenciada Luciana Andrés. Cuando terminé el texto, se los pasé y ellos me fueron marcando las palabras que quizá eran muy fuertes y me orientaron hacia otras. Además, al principio, en el cuento la nena acudía a su mamá para contarle sus miedos, pero ellos me dijeron que no siempre había una mamá que pudiera ayudar ya sea porque no estaba presente o porque no era la persona indicada para que la nena o el nene acudieran, que la persona debía ser un adulto de confianza de esa chica o ese chico. Ellos pensaron el texto también para utilizarlo en sus consultorios, a los que acuden muchos casos de este tipo. El libro tiene un código QR en la tapa para que las mamás, los papás o los adultos que están a cargo de niños puedan acceder a una guía para trabajar el tema con los chicos en la que también fui asesorada por estos profesionales
– La chica que protagoniza la historia no tiene nombre. ¿Es para que las chicas y los chicos puedan identificarse más fácilmente con ella?
-Así es. Es para que se puedan identificar con mayor facilidad con la protagonista.
-El libro es muy metafórico, jamás se nombra el tema del abuso, ni de la violencia. ¿Un niño puede entender o darle un sentido determinado a un lenguaje tan metafórico?
-Cada chico llega a lo que puede llegar. Para mi hijo de 8 años el lobo del libro es un lobo animal, nunca lo humanizó, pero me dijo que él había entendido que cuando uno siente miedo por algo o alguien le hace algo que no le gusta tiene que decírselo a una persona en la que confíe. Para mí eso es más que suficiente. Cada nene o nena va a hacer lecturas diferentes. No es la misma lectura la que hace una nena o un nene que está padeciendo abuso que quien no lo padece. Creo que la historia del cuento resuena desde la propia historia personal. En la guía se habla de que los chicos tienen que respetar sus sentimientos y si sienten que algo no va, que algo no les gusta, tienen que hacerlo valer, decir no. Esto tiene que ver con la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) que apela a eso. En este sentido, creo que hubo un gran avance. Yo tengo 43 años y no tuve maestras que me hablaran de eso. Tampoco mis viejos me hablaron de mi cuidado personal ni de mis partes íntimas. Eran otras épocas. Pero el año pasado el 80 por ciento de las denuncias de abuso sexual infantil en CABA fueron hechas luego de recibir charlas en los talleres de ESI en los colegios. Y esto es muy importante, porque para un chico es muy difícil comprender que alguien que lo tendría que querer y cuidar le esté haciendo mal. Siente cosas, recibe señales de alerta, pero es muy difícil comprender la situación. Tal vez ese tipo de charlas y el tipo se libros como el mío les ayuden a poner en palabras la situación que atraviesan y a entender que no siempre un familiar por ser familiar, lo va a querer. Creo que hay que abrir el juego desde ese lugar.
-Hay un contraste entre el lenguaje metafórico y las ilustraciones que tienen la mayor carga de angustia. ¿Fue algo buscado?
-Sí, por eso el libro comienza con ilustraciones en blanco y negro y tiene color luego de que la nena puede hablar. Obviamente, hablar no soluciona todo, pero es un primer paso en el gran trabajo que cada nena tendrá que hacer durante toda su vida para superar eso. Caru es una maga de las ilustraciones y en el libro éstas tienen que ver con su propia carga emotiva a partir de sus vivencias. Superar un abuso lleva años de terapia, de talleres de sanación y supongo que para ella fue muy liberador poner esa carga en imágenes como para mí lo fue ponerla en palabras. Cuando trabajamos juntas la dejo hacer porque siempre termina maravillándome.
–El tema es difícil porque vivimos en una sociedad que sacraliza la familia y la considera como fuente de bien absoluto, lo que no siempre es así. La mayor parte de los abusos sexuales infantiles se dan en el hogar o en lugares muy cercanos a él.
-Si la mayoría se dan dentro del ámbito de la familia. Incluso muchas veces las chicas no son escuchadas. Hay madres que les dicen que ellas tienen la culpa porque lo provocaron. Por eso hoy las escuelas y los profesionales de la salud tienen la obligación de denunciar si una nena o un nene aparecen marcados, con heridas o si verbalizan una situación de abuso. Pero creo también que como ciudadanos deberíamos articular mecanismos para hacernos cargo de estas cosas no solo cuando les suceden a nuestros hijos. Siempre hay un vecino que ve o escucha algo. ¿De qué otra forma es posible defenderse a los cuatro o cinco años? Yo no supe cómo reaccionar a los 12 años, imaginá como será en nenes mucho más chicos. En este momento me preocupa el hecho de que no hay clases presenciales y que los chicos están todo el día en la casa y si el violento o el abusador está en casa, es más difícil que puedan pedir ayuda.
-Es lo mismo que pasa con las mujeres. La taza de femicidios aumentó de manera significativa durante el aislamiento social preventivo y obligatorio.
-Tal cual. Nadie estaba preparado para vivir una pandemia, pero es preciso dejar en claro que también en situaciones como la que estamos viviendo es necesario atender estas problemáticas.
-¿Hay más nenas abusadas sexualmente que varones?
-Sí, nosotras quisimos que la protagonista fuera una nena porque tanto Caru como yo vivimos ese tipo de situación. Pero, además, aunque a los varones también les pasa y para los chicos es terrible porque en una sociedad machista a un varón se le hace muy difícil decir que fue abusado, hay una mayor cantidad de nenas. En cualquier caso un abuso te arruina la vida y te lleva toda la vida reponerte de eso. Tengo amigas que recién han podido salir de una situación de abuso después de los 40, que han sufrido durante mucho tiempo ataques de pánico. Son muchas las mujeres que se han suicidado porque no pueden convivir con esas imágenes del pasado, con los olores de la situación que vuelven a la memoria. No hay derecho a que a una nena o a un nene le hagan eso. Como en el cuento, el lobo no está en el bosque, sino que la casa misma puede ser un bosque con el peligro de que el lobo te pueda comer.
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