Editorial El Ateneo acaba de publicar una interesante biografía de la francesa Liliane Kerjan sobre el autor de "A sangre fría". El libro muestra que su vida fue tan apasionante como su escritura y que la riqueza de su existencia fue tal que resulta inagotable.
Sobre la tumultuosa vida de Capote se escribió tanto, que es difícil decir algo nuevo, sin embargo, Kerjan recupera datos y detalles que permiten conocer su vida más a fondo. Fue un hombre marcado por el éxito, pero también un ser autodestructivo que se dejó invadir por el alcohol y los tranquilizantes, pero que nunca ocultó su condición de alcohólico ni de homosexual, una sinceridad que no debe haber sido fácil sostener en su época.
Conoció la fama ya con su primera novela, Otras voces, otros ámbitos, publicada en 1948 cuando aún no había cumplido 24 años. Según consigna Kerjan respecto de la edición original, en la contratapa, la fotografía de Truman, tendido en un diván victoriano, causa sensación». El 14 de mayo de ese año se embarca en el transatlántico Queen Elizabeth con destino a Europa. En París conoce a Cocteau, Colette y Dior, frecuenta el Ritz y los salones literarios. También pasea por Venecia y en agosto regresa a Nueva York en compañía de Tennessee Williams. 1948 es también el año en que conoce a quien sería su compañero durante toda la vida, Jack Dunphy, bailarín y también escritor.
Pero su vida glamorosa tuvo también sus facetas oscuras. Llegó al mundo en Nueva Orleans en 1924 contrariando la voluntad de su madre, Lillie Mae, que a los 18 años no deseaba un hijo que la obligaría a renunciar a sus clases en la Escuela de Comercio de Selma. Su padre, el joven Julien Archulus Persons, de 27 años, se alegró de su nacimiento porque nada deseaba más que un hijo varón. Sin embargo, Truman no adoptó su apellido en su vida literaria, sino el del segundo esposo de su madre, Joe Capote, un cubano casado que se divorció para casarse con Lillie. A su vez, ella se divorció de Arch para poder casarse nuevamente. Lillie, según Kerjan, fue una eterna niña que quiso convertirse en alguien a partir de sus atributos físicos. Había ganado un concurso de belleza patrocinado por Lux y soñaba con ser elegida Miss Alabama.
Por su parte, Arch, que trabajaba con la flota de los barcos del Misisipi, mostraba un gran talento para ganar dinero como comerciante. Pero todos estos elementos no confluyeron en el logro de la estabilidad que necesita un niño. Truman tenía pocos meses cuando ella, dice Kerjan refiriéndose a Lillie, comenzó a coquetear con otros hombres y con éxito. Las aventuras eran breves: algunas buenas semanas con jóvenes hidalgos sin ataduras. Mientras su madre, que aún no tenía veinte años, descubría su inclinación hacia los Latin lovers, el pequeño empezó a sentir la inseguridad del ambiente. Lillie Mae lo llevaba con ella a todas partes: en viviendas desconocidas, lo acostaba suavemente en un sofá para que durmiera y se iba a la habitación contigua con su amante. Con mucha frecuencia, dejaba a Truman con su familia por algunos días. El niño cambiaba permanentemente de lugar y de residencia ( ). Truman recordaría toda la vida esas visitas y siempre hablaría de sexualidad con una gran libertad, revelando los amores ocultos de todas las personas a las que frecuentaba y observaba. Sobre todo, nunca olvidaría que su madre lo encerraba con llave en casa, y a veces en un hotel, cuando quería salir sola o con Arch, cuando se iba a beber una copa o a bailar. Truman siempre evocaría ese terror en estado puro: una puerta cerrada, llanto y finalmente, extenuado de rabia y decepción, el niño se quedaba dormido.
Su padre lo llevaba de vez en cuando al show boat que navegaba entre Nueva Orleans y San Luis. Allí conoció a bailarines borrachos y artistas de paso como el buda de piel oscura que recordaría toda la vida, Louis Armstrong. «( ) para mí, diría más tarde Capote en Siluetas, la dulce furia de la trompeta de Armstrong, la ronca exuberancia de sus gestos, son en cierto modo la magdalena de Proust: hacen que vuelvan a levantarse las lunas del Misisipi, evocan las luces fangosas de las ciudades ribereñas y el sonido de las sirenas en el río, que se parece al bostezo de un caimán. Oigo la embestida del agua mulata contra los flancos del barco. Sigo oyendo el compás marcado con el pie por ese buda burlón al tocar The Sunny Side of the Street para acompañar sus rugidos ( ). A temprana edad, Armstrong le permitió a Capote cristalizar el sueño de ser un bailarín de tap, ya que descubrió su talento para el baile y todas las noches lo presentaba ante el público. Luego, el pequeño Truman pasaba el sombrero entre los pasajeros que habían presenciado su número y recogía las monedas entre aplausos. Ya era un niño prodigio, un bufón en ciernes.
Puede decirse que su relación con el famoso trompetista constituyó su auspicioso debut en el mundo del arte. Su vida personal, sin embargo, no tenía el mismo brillo. Sus padres estaban separados y en las vacaciones de 1930, cuando él aún no había cumplido los seis años, su padre se fue de paseo y su madre partió a visitar a sus amigos en Colorado. Quedó solo y comenzó a desarrollar el miedo al abandono que lo perseguiría durante toda su vida. Quizá por eso, al igual que su madre, jugó al niño eterno impulsivo y encantador, siempre en busca de fantasía y fiestas. El desarrollo de esa personalidad encantadora que lo hizo convertirse en el centro allí donde fuera, quizá fue una forma de lograr la dedicación amorosa que le faltó de niño, de buscar el amparo y la estabilidad que no tuvo en su niñez. El único amor estable que conoció en su infancia fue el de sus tías abuelas.
Se sabe cómo y cuándo comenzó a escribir, pero su vocación literaria fue un enigma para él mismo que en el prefacio de Música para camaleones dijo: Empecé a escribir a los ocho años, de improviso, sin inspirarme en ningún ejemplo. Nunca había conocido a nadie que escribiera. Incluso conocía a muy poca gente que leyera. Pero el hecho es que las únicas cuatro actividades que me interesaban eran las siguientes: leer libros, ir al cine, bailar tap y dibujar. Entonces, un día empecé a escribir, sin saber que me encadenaba de por vida a un amo muy notable pero implacable. Cuando Dios nos entrega un don, también nos entrega un látigo: y el látigo únicamente sirve para autoflagelarse.
Kerjan recorre en detalle la vida de Capote, sus viajes, su actividad en The New Yorker, donde fue primero una suerte de desaprovechado cadete y se convirtió luego en periodista, aunque sus superiores no supieron ver su talento precoz. También narra su relación con las grandes figuras del cine, sus amores pasajeros y sus frustraciones.
Un punto crucial, sin duda, tanto en el libro de Kerjan como en la vida de Capote, fue la escritura de A sangre fría, un libro pionero en el género de no ficción que aún sigue siendo de lectura obligada para todo periodista que se precie de tal o para todo lector curioso que quiera leer un buen texto y ser testigo de cómo una noticia policial aparecida en un diario puede convertirse en una narración atrapante. Su jefe de The New Yorker le dio a elegir entre seguir por Nueva York a una mucama que trabajaba en diferentes casas sin ver nunca a sus dueños o viajar a Kansas para escribir sobre los asesinatos sobre los que informaba el New York Times: un rico granjero, H.W.Clutter, su esposa y sus dos hijos habían sido asesinados en su propiedad de Kansas. La idea del jefe de redacción era mostrar de qué modo un asesinato repercutía en un pequeño pueblo. Capote eligió viajar a Kansas con planes más ambiciosos que el de su jefe.
Ya tenía más de veinte años de profesión dice Kerjan- y quería hacer un experimento: llevar el periodismo de reportaje a una forma de arte nuevo y serio, que él llamaba en su fuero interno ´novela testimonio´. A su juicio, el periodismo se limitaba demasiado a ser una fotografía en palabras y había que darle otro estatuto, una dignidad artística. Capote parecía de paso, pero permaneció durante mucho tiempo en Kansas y hasta adoptó la forma de vestir de los lugareños. Sus amigos temían por su vida porque al iniciar la investigación, los asesinos estaban prófugos. Su captura generó un alivio.
Es interesante la forma de trabajo de Capote que narra su biógrafa. Para no despertar desconfianza en sus interlocutores no tomaba apuntes ni grabaciones, pero estaba entrenado para retener con todo detalle lo que le decían. Ejercitaba de manera metódica su memoria visual con una página de la guía telefónica y la auditiva, a partir de una conversación. Se había propuesto ser un grabador viviente y lo logró. Les pedía a sus amigos que le leyeran un texto y luego intentaba reproducirlo literalmente recurriendo a su memoria. Escuchaba en secuencias de dos horas y era capaz de repetir textualmente lo dicho en un noventa y cinco por ciento.
Capote entrevistó a los prisioneros y durante dos años mantuvo correspondencia con ellos hasta llegar a sentir una verdadera empatía a pesar del crimen atroz que habían cometido. Aún no estaba claro si les darían prisión perpetua o los condenarían a muerte y él decidió no ponerle el punto final a su libro hasta que no se dictara la sentencia. Finalmente, fueron condenados a muerte y Capote asistió a la ejecución por ahorcamiento, un hecho que lo afectó por el resto de su vida. Fueron los dos condenados quienes lo requirieron como testigo de sus muertes.
Finalizar el libro supuso para él un esfuerzo enorme que terminó en somatización: sufrió una parálisis de la mano derecha que le hacía difícil escribir. Perry Smith, uno de los asesinos, le legó sus objetos personales: libros, pinturas, dibujos, poemas y una carta póstuma de cien páginas.
A sangre fría fue un éxito rotundo, pero no le faltaron críticas adversas, no al libro en sí, sino a su autor al que acusaban de haber especulado con la historia de los condenados y no haber hecho nada para salvarlos. El éxito se repitió cuando su libro fue llevado al cine.
Como suele suceder casi siempre, su muerte, ocurrida el 25 de agosto de 1984, hizo que los rencores que despertó en vida fueran acallados o disimulados. Su funeral fue su última rareza. Se instalaron cámaras de televisión en la puerta del cementerio y se leyeron fragmentos de sus obras.
En la biografía de Capote escrita por Kerjan abundan los detalles capaces de devolver a los lectores una imagen rica, multifacética de quién fue el escritor más allá de su literatura. Su vida se transformó muchas veces en escándalo y su aparente frivolidad y su esnobismo quizá fueron la cara social de su sufrimiento.
En su existencia no faltaron los abandonos, los sinsabores y las envidias de sus coetáneos. Brilló con fulgores de lentejuela pero también se sumergió en los oscuro. Si algo muestra con claridad el libro de Kerjan es que la vida de Capote tuvo todos los elementos para convertirlo en leyenda y que fue tan apasionante como su propia escritura.
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