Santoro fue periodista, editor de publicaciones literarias como una llamada Barrilete, frecuentador de numerosos ganapanes, pero primero y principal era un poeta tiempo completo. Raab fue, como lo definió María Moreno en un libro, un” periodista todoterreno”. Cronista con sensibilidad sin ocultar ideología, en ese volumen están muchas de sus notas e investigaciones publicadas en revistas como Panorama, Confirmado, Análisis y Nuevo Hombre (sin firma) y en el diario La Opinión. Además de la muy completa antología orientada por Moreno, Raab tuvo otros revisores de su herencia periodística. En Claves de una biografía crítica Máximo Eseverri lo describe como “un hombre talentoso, inteligente, tierno, valiente, capaz de participar de grandes grupos humanos sin renunciar a su particular estilo”. Ana Basualdo habló de él en otro libro: “Ubicuo como debe ser un reportero, que lo averigua y lo muestra todo. Él era un reportero absoluto: no le importaba más un tema que otro, sino todos”. En Enrique Raab, ese elegante detalle crítico, India Molina ofrece un detalle estremecedor. A 27 años de su secuestro descubrió en la guía telefónica que su número seguía a su nombre.
Raab dejó escritas crónicas modélicas, entre centenares, una sobre el desencuentro entre Perón y los montoneros y otra sobre la vida cotidiana en Cuba (Ediciones de la Flor publicó su único libro); con sarcasmo y lucidez analizó los estilos de Jorge Porcel y de Mirtha Legrand, fue corresponsal de Confirmado en París y personaje en la Buenos Aires de los ’60/’70. Sin proponérselo –o vaya a saber uno, a lo mejor sí– y especialmente sin creérsela hizo nuevo periodismo o no ficción bastante antes de que esos conceptos se difundieran. Santoro armó sketchs de humor, elevó a rango de versos serios los cantitos de cancha y escribió el guión de la “tragedia nacional” En esta tierra lo que mata es la humedad. Era muy futbolero: hincha de Racing; hace unos meses el club le reconoció su condición de “socio eterno” y en esa materia, su obra cumbre –el tiempo y sus valores convirtió en libro clásico y objeto de culto- fue Literatura de la pelota (1971). Santoro legitimó un género que honraron Galeano, Soriano, Fontanarrosa y siguen agigantando Ariel Scher, Alejo Apo, Sasturain, Sacheri y Juan Panno. Allí juntó, tirando paredes inolvidables, entre otros, a Enrique Pichón Riviere y Héctor Gagliardi, a Mujica Láinez y Julián Centeya, a Álvaro Yunque y El Negro de la tribuna.
Causas comunes
* En un momento a cada uno le resultó insuficiente el periodismo y la poesía e iniciaron su propia búsqueda para llegar a la acción por otros medios. Fueron militantes políticos y hombres de la izquierda revolucionaria.
* Hicieron realidad el siempre complejo maridaje entre lo culto y lo popular. No sé si a Raab le gustaba tanto el fútbol como a Santoro, pero supo captar a la perfección la esencia de lo popular. Una prueba: su deliciosa cobertura de un Boca-Ríver en la Bombonera, publicada en La Opinión en abril de 1975.
* Además del español, Raab hablaba con soltura alemán, francés, inglés e italiano. Santoro ejercitó al dedillo la lengua de la poesía.
* A los dos le decían Pelado.
* A Santoro lo secuestraron en la secundaria Fray Luis Beltrán, del barrio de Once, en donde ejercía como subjefe de preceptores. A Raab lo violentaron en su casa, en Viamonte 332 5º piso departamento 45, junto con su compañero Daniel Girón.
* A los dos, familiares y amigos, les pidieron un montón de veces que se fueran del país y no lo hicieron. En 1975 la triple A le había caminado el departamento a Raab; en esa ocasión, le dejaron amenazas (“Rusito”, “Comunista”, “Estás muerto” “judío”) y antes, y después también la revista El Caudillo lo había amedrentado en catorce ocasiones. En alguna ocasión entrevisté a Etelvina, su hermana y contó que Enrique había estado haciendo una nota en Malvinas y luego de conversar con varios militares volvió con la seguridad de que no le pasaría nada. En otra ocasión, en una entrevista, a quien le preguntó si creía que debía irse del país, fue al intendente Cacciatore: le aseguró que no veía razones. “Pienso que quedarse fue una especie de suicidio. Algo muy grande lo retenía aquí”, pensó la hermana. En los tiempos de Santoro – leo en el valioso texto colectivo Con vida los queremos (edición de la Asociación de Periodistas de Buenos Aires, 1986)- el sueldo tampoco alcanzaba para llegar a fin de mes. A otro poeta, Horacio Salas, ya exiliado en Madrid le preguntó por carta: «¿Cómo es la gente allí?; ¿Hay una esquina como Corrientes y Lambaré o como San Juan y Boedo?» Tal vez Santoro no se fue porque sabía que en ningún otro lado podía encarar a la poesía como lectura colectiva y goce común.
Tiempo final
Santoro fue un cuestionador del sistema capitalista. Describió así al hombre de esos años: “Personas que dejan de serlo, obligándolo a tener un despertador en el culo, un infarto en el cuore, una boleta de Prode en la cabeza y un candado en la boca.”. En las tareas llevadas a cabo por Raab es muy destacable su punto de vista periodístico. Que no es ni el ojo avizor ni el olfato certero, sino aquello que distingue la labor de un periodista de otro: su posibilidad de ver en ciertos hechos lo que ningún otro vio. Raab fue desaparecido a los 54 años y hoy, con 90 años sería un gusto poder charlar con él y reírnos juntos; Santoro tenía 39 el día que nunca más se supo de él y ya habría cumplido 84 años. Es fácil imaginárselo en la cancha siguiendo a su equipo preferido y uno muy cerca suyo. ¿Qué vida les habría tocado en estas cuatro décadas y media de ausencia? Imposible imaginarlo, pero lo único bueno sería que todavía estuvieran entre nosotros. Los dos generan miles de ¿Te acordás?, regocijantes y tristes a la vez. Si las cuestiones de la vida se resolvieran con un pan y queso Raab y a Santoro deberían ser titulares del equipo de los sueños, el de las causas justas, las ganadas y las perdidas.
Crédito de la foto de Santoro: Camila Lombardini. / Gracias a Julián Scher y Chat La Gaspar Campos
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