Un total de 1.1 millones de judíos fueron deportados a Auschwitz. Pocos sobrevivieron.
«No dormíamos, seguíamos avanzando. Luchábamos por cada aldea, por cada colina. De repente vimos un campo, y se nos ordenó que no disparásemos», recuerda el teniente Martynouchkine, que había cumplido 21 años el día anterior, pero no se acordó. «Entonces vimos la cara de la guerra y queríamos terminarla cuanto antes».
«Los prisioneros estaban ahí, sólo ojos, el cuerpo consumido… muy terrible, muy terrible», dijo Dushman en una entrevista decenios después, sin poder parar las lágrimas. Shapiro, quien terminaría la guerra archicondecorado como Teniente Coronel del Ejército Rojo afirmó: «He visto muchos inocentes muertos, personas colgadas. Gente quemada. Pero no estaba preparado para Auschwitz».
Estamos en el 27 de enero de 1945.
Iván, David y Anatoly enfrentaron un complejo de campos de trabajo y de exterminio. Auschwitz I era un campo de trabajos forzados; Auschwitz II (Auschwitz-Birkenau) fue un campo de exterminio; Auschwitz III fue otro campo especializado en la fabricación de caucho sintético (Buna), al menos si le creemos al Museo del Holocausto de Estados Unidos. Según la misma fuente, 1,1 millones de judíos fueron deportados a Auschwitz, pocos sobrevivieron; 145.000 polacos no judíos, la mitad murieron; 23.000 romaníes, 2000 sobrevivientes; 15.000 prisioneros de guerra rusos, sin sobrevivientes.
Las cifras totales dimensionan el horror. Según un relevamiento del Kupferberg Holocaust Center, de la City University of New York (CUNY) existieron 23 campos de concentración principales; 1500 subcampos; 6 campos de exterminio; 6 de eutanasia, entre 30 y 40.000 campos de trabajo forzado; 1143 guetos; se relevaron 3000 lugares de tortura y asesinato en masa; 2000 campos de prisioneros de guerra; 500 burdeles; 700 campos en otros países ocupados. Cerca de 44.000 sitios de memoria. Este Centro establece también el total de asesinados por la violencia nazi: 6 millones de judíos; 5.5 millones de soviéticos; 1.8 millones de polacos; 350.000 griegos; 300.000 yugoslavos; 250.000 romaníes; 250.000 discapacitados; 170.000 franceses no judíos, incluyendo tropas africanas; 80.000 criminales alemanes; 75.000 italianos; 75.000 holandeses; 50.000 presos políticos alemanes, además de belgas, checoslovacos, republicanos españoles, homosexuales y musulmanes. De todo sexo y edad, murieron de hambre, de enfermedad, gaseados, fusilados, explotados hasta el fin, colgados…
Quizás el joven partisano italiano sefardí Primo Levi sea quien haya encontrado el tono justo para transmitir la experiencia. Si esto es un hombre fue publicado también en 1946, sin éxito editorial hasta los años ’60. Levi sostiene que tuvo suerte al ser capturado por las milicias fascistas en diciembre de 1943, ya que precisaban más mano de obra que masacrados. Al llegar a Auschwitz le asignan el número 174.517. Será asignado al Buna. Lo que tal vez no supo es que Auschwitz III era propiedad de la empresa IGFarben, dueña de la patente del Zyklon B (el pesticida usado en las cámaras de gas); que la tinta era de Pelikan; que la IBM proveyó las fichas perforadas necesarias para gerenciar el stock y flujo de prisioneros –por eso el número- a través de una filial polaca; que el campo fue construido gracias a un préstamo de la Deustche Bank; que los autos de los oficiales SS eran producto de la colaboración entre la General Motors y Opel (gran financista del partido Nazi), a menos que sea una germanización de algún Ford (Henry Ford fue decorado por el nazismo, véase El judío internacional). Para no hablar de la alta industria y finanza alemanas, encantadas de tener un régimen tan ordenado y eficaz que mantenga a raya a todos los rojos. Contra eso pelearon y vencieron Iván, que fue ingeniero, David, luego campeón de esgrima, y Shapiro, que después emigró a Estados Unidos.
El odio a los judíos, como leemos en Mi Lucha, publicado por Adolf Hitler en 1925, es el pilar sobre el cual debe elevarse una nueva sociedad, sin impurezas raciales, políticas o sociales. Es lo que algunos llaman «la superioridad estética y moral» en nuestros días. El primer campo de concentración fue Dachau, en 1933. Los primeros en llegar fueron comunistas, socialdemócratas y sindicalistas. Y pronto los judíos, los homosexuales, los distintos.
¿Un mensaje de la historia? Para quien quiera entenderla.
Dejemos las palabras del final a Primo Levi: “Piensen que esto ha sucedido / Les encomiendo estas palabras / Grábelas en sus corazones / Al estar en casa, al ir por la calle / Al acostarse, al levantarse / Repítesela a sus hijos./ O que su casa se derrumbe. / La enfermedad los imposibilite / Que sus descendientes les vuelvan la cara”.
No te fallaremos, compañero. «
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