Sergio del Molino: «Me interesan la identidad y el desarraigo»

Por: Mónica López Ocón

El escritor español ganó el Premio Alfaguara de Novela 2024 por Los alemanes, que recientemente presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires. Se trata de una historia ficcional basada en un hecho histórico casi desconocido.

Con la novela Los alemanes, el escritor español Sergio del Molino ganó el Premio Alfaguara de novela 2024. Recientemente viajó a Buenos Aires para presentarla en la Feria del Libro de Buenos Aires.

Se trata de una ficción absolutamente basada, sin embargo, en un hecho histórico, aunque casi desconocido en la propia España, a cuyas costas llegaron durante la Primera Guerra Mundial, más precisamente en 1916, dos barcos que traían a bordo unos 600 alemanes provenientes de Camerún, territorio que desde 1884 había sido una colonia alemana. Vencidos los alemanes por los aliados franceses y británicos, los alemanes que habitaban en ese lugar de África se presentaron ante las autoridades coloniales para ser reubicados en España que era un país neutral.

Zaragoza fue uno de los lugares en los que se establecieron. Allí formaron una pequeña comunidad que, como si hubieran logrado detener el tiempo, repitió ritos y costumbres alemanas para permanecer idéntica a sí misma.

De todos modos, el tiempo fluyó y no pudieron escapar  de las alternativas del encumbramiento y la caída del nazismo.

La novela comienza con el entierro de Gabi, el hijo mayor de la familia Shuster en el cementerio alemán de Zaragoza. La familia es presidida por un padre violento, Hans. Eva y Fede completan la tríada de hermanos. Ellos dos junto con el padre son los  únicos sobrevivientes de un grupo familiar que tuvo una  importante fábrica gastronómica y que oculta secretos oscuros sobre su pasado que siguen incidiendo en su presente.

En qué medida esos secretos inconfesables salpican también a los hijos es una de las preguntas que se formula esta novela polifónica narrada por diferentes voces que aportan diversos puntos de vista de una misma historia.

–Conocí algo de la historia de los alemanes de Camerún gracias a su novela. No conocía ese episodio.

–Es que es una historia desconocida también en España, desconocida incluso por algunos historiadores, algo totalmente marginal.

–¿A qué lo atribuye?

–A que no forma parte de la historia “seria”. Es un episodio que tiene casi tintes folklóricos y no ha tenido consecuencias geopolíticas. Es una historia que se diluye, como tantas otras, de gente que va y viene, de refugiados, que tiene mucha más potencia literaria que histórica. Tenía que venir a fijarse en ella un escritor, porque los historiadores no iban a fijarse.

–Al final de la novela dice cómo encontró los datos de esta historia, pero me gustaría que lo contara y que diga qué fue lo que encontró en ella que le disparó la escritura.

–El episodio histórico lo descubro con unos panfletos de propaganda nazi editados en mi ciudad, Zaragoza, escritos en español y con el sello del partido nazi. Me causó mucha curiosidad saber por qué se editaba propaganda nazi en 1944, en pleno franquismo. Me pareció algo muy evocador porque la historia del franquismo y la historia de la derrota nazi en los últimos años de la guerra son algo interesante. Creo que todavía quedan muchas historias por contar que forman parte esencial de la historia del siglo XX en España. Hablé con amigos historiadores que me pusieron sobre la pista de los alemanes de Camerún. Así conocí a familias y pude consultar mucho material de archivo, recuerdos que habían guardado los descendientes de esos alemanes. De este modo descubrí que habían sido unos alemanes muy famosos en la España de 1916, que habían inspirado coplas y zarzuelillas que recogí en un libro ya descatalogado. Pero siempre quise hacer una novela con ese material..

–¿Por qué?

–Porque siempre me interesaron los temas referidos a la identidad y al desarraigo. Eran un colectivo muy raro porque eran alemanes que no vivían en Alemania. Eran falsos refugiados de guerra. Se habían inventado una Alemania ficticia para su propio consumo, habían mantenido muchas filiaciones como el idioma y las costumbres de una Alemania ya pretérita.

–Pasó bastante tiempo hasta que pudo hacer una novela a partir de ese material sobre el que ya había trabajado en otro tipo de textos.

–Es que no encontraba el tono, el punto de vista, hasta que casi 15 años después paseando por el cementerio alemán de Zaragoza, que es un lugar que conozco muy bien, vino a mí la escena con la que abre la novela, el entierro de Gabi, uno de los hermanos de la familia Schuster, al que la comunidad lo despide con un rito inentendible fuera de ella. A partir de esa escena que imaginé, la novela salió sola.

Los alemanes es una novela polifónica. ¿Escribir una novela así tiene algo de ejercicio teatral? ¿Se fue poniendo dentro de la piel de los distintos personajes? ¿Cómo construyó esa polifonía?

–No me costó en exceso, porque lo que hice fue regalarles rasgos de mi personalidad o proyectar sobre los personajes distintas obsesiones mías. Fui especulando qué haría yo en el lugar de cada uno y exagerando los rasgos que les otorgaba. A Fede le he dado lo peor de mí, cosas que detesto de mí mismo y que tienen que ver con la incomodidad, la distancia, el sarcasmo, cierta incapacidad para la felicidad. A los otros personajes les he ido prestando otras cosas mías. Ha sido más bien un ejercicio de identidad múltiple que de interpretar a los personajes. Creo que es una polifonía más cercana al trastorno mental que a la actuación (risas).

–Su novela se refiere también al tiempo. No recuerdo si lo dice un personaje o es una cita del libro la que sostiene que no se puede indagar mucho en el pasado porque se vuelve presente. Es decir que el pasado está siempre en nosotros, no me animo a decir que nos determina pero sí que continuamente se actualiza.

–Rotundamente, es así y creo que ése es el meollo de la novela. La concepción del avance lineal del tiempo es un invento de la filosofía de la Ilustración que ha aportado mucho al mundo porque rompió con la idea del tiempo circular, que es la forma en que se concebía el tiempo en las sociedades agrarias y que aún perdura en algunas comunidades campesinas. A una cosecha sigue otra. Se piensa el tiempo en función del ciclo de las estaciones, entonces no avanza, sino que es  una rueda. Incluso, cuando el padre muere, según esta concepción, se le deja la casa al hijo y éste prosigue exactamente en la misma rueda. La idea de que las cosas avanzan y cambian es una idea radicalmente moderna y es tan falsa como la otra. A mí la idea del tiempo me apasiona porque creo que vivimos en varios estratos simultáneamente. No podemos desprendernos de los muertos porque no son sólo legados, sino que están actualizados en nosotros. Y no sólo en cuanto a la relatividad, sino también en cuanto a la materia que se transforma, pero es siempre la misma. Estamos hechos de la misma materia que Julio César. La relación que los alemanes tienen con la muerte y con los cementerios ilustra muy bien esta idea de que arrastramos a nuestros muertos. No quiero destripar aquí la novela, pero en una conversación el personaje de Berta habla de 2001, odisea del espacio de Arthur C. Clarke , donde se hace la cuenta de los muertos que nos corresponden desde que somos homo sapiens, de cuántos muertos hay por cada ser vivo. Ganan los muertos

–En Los alemanes hay una traducción frecuente del alemán al español y eso me pareció muy interesante porque la visión del mundo se construye en la lengua. Hay un afuera que llamamos “realidad”, pero la construcción del mundo está en el lenguaje. Por eso sólo podemos pensar lo que podemos decir.

–No creo que sea tan así. No creo que haya conceptos o palabras intraducibles, sino traductores torpes. 

–Pero creo que ni usted ni yo podemos pensar, como ciertos pueblos indígenas,  que el pasado está adelante y el futuro está atrás porque eso no está en nuestra lengua. Podemos entenderlo racionalmente, pero es incomprensible a un nivel más profundo.

–Pero es posible pensar en varias lenguas. Los poliglotas por conocer varias lenguas no tienen una concepción del mundo más compleja y más rica. Salvador de Madariaga, el famoso republicano, catedrático de Oxford, era muy despreciado por tener acento español cuando hablaba en seis idiomas y todos los hablaba muy bien. Ortega y Gasset lo criticaba mucho, no le daba ningún valor intelectual. Entonces, cuando alguien le decía que Madariaga hablaba seis idiomas, Ortega contestaba “si, pero se puede ser tonto en los seis” (risas). Hay gente que domina muchas lenguas y no por eso su campo de miras es más amplio. Creo que en la novela la presencia de la lengua alemana tiene que ver con lo contrario, con una forma regresiva de crear un sentimiento de casta. Saben que es un lenguaje incomprensible para los demás y entonces el alemán tiene algo de lenguaje secreto, de lenguaje privado que los distingue de la “plebe”. Tienen el sentido de casta muy metido adentro y lo usan de una forma elitista. Es cierto que el alemán es una lengua muy compleja, pero no por eso los alemanes son más profundos que nosotros.

–Es que yo no hablaba en términos de superioridad e inferioridad, sino simplemente de diferencias. No creo en absoluto que haya lenguas superiores a otras. ¿Cómo nació cada uno de los personajes de su novela?

–En principio eran sólo dos, Eva y Fede. Mi idea era que fueran radicalmente antagónicos y que la novela girara en torno de la incapacidad de cada  uno para ver el mundo con los ojos del otro. Quería mostrar cómo siendo hermanos y habiéndose criado en la misma familia y procediendo de la misma tradición eran tan distintos entre sí. Pero enseguida me di cuenta de que eso creaba un maniqueísmo que no terminaba de funcionar, no terminaba de ser interesante y no permitía que la novela avanzara, con lo cual enseguida apareció Berta, aparecen los personajes secundarios, todos personajes que matizan mucho la dicotomía principal y que le dan una mayor riqueza.

–¿Cómo se le ocurrió la escena tan fuerte del cementerio del comienzo?

–A mí me interesan mucho los lugares, narro los lugares, los necesito. Creía que era algo que me pasaba sólo a mí, pero he leído unas conferencias de Orhan Pamuk en las que sostiene que la novela no es un género de personajes, sino de espacios.

Una teoría interesante. Su libro más célebre se llama, precisamente, Estambul.

–Sí, es algo interesantísimo.  Dice que ponemos en las novelas los personajes para que el lector vea el espacio. Y a mí me pareció que el cementerio era un espacio que resumía todo lo que quería contar. Creo que todos hemos tenido la experiencia de ver cómo la muerte de un miembro de una familia que está distanciada puede provocar muchas catarsis. Es gente que no se ve nunca, pero cuando la muerte de uno de ellos los reúne está obligada a manejar situaciones difíciles que en su vida cotidiana elude. Yo perseguía esa incomodidad como catalizador de la trama. Es que me gustan mucho las historias que empiezan con entierros, no sé por qué. Una novela o una película pueden ser muy pero muy malas, pero si comienzan con un entierro, yo siempre me quedo para ver qué pasa (risas).  

Sobre los cementerios

«Lo que me fascina de los cementerios alemanes –dice Sergio del Molino– es que son paseos, son parques. Los niños van allí con sus padres y se sientan alegremente a tomar la merienda en las lápidas. Son espacios de sociabilización y de encuentro que la comunidad se compromete a cuidar. Están siempre muy bien atendidos, no hay cementerios abandonados. Además, están muy integrados a la ciudad. En este sentido, se parecen más a los cementerios de aquí que a los de España. En mi país están siempre fuera de la ciudad. Además, no hay entierros, no se entierra a los muertos, se los coloca en nichos. De hecho, está prohibido colocar a los muertos en tierra. No sé por qué, quizá sea por razones higiénicas. Nadie pasea por allí. Se va al funeral y luego, fuera. Son no lugares, sitios que ocupan mucho espacio, mucho terreno, pero que no existen dentro de la ciudad. En cambio, en Alemania siempre existen. Los alemanes los han incorporado como el centro de su vida. Es el lugar donde se reúnen los sábados, el lugar donde hablan con los muertos y renuevan el pacto que tienen con la tradición. A mí me pareció siempre muy fascinante que generación tras generación los alemanes de Camerún siguieran haciendo lo mismo aunque ya no tuvieran ninguna relación con Alemania».

Escribir, pensar, improvisar

–¿Usted qué sabe de una novela antes de sentarse a escribir?

–Sé hacia dónde quiero ir, pero no qué va a pasar en el siguiente capítulo. Estoy siempre muy atento a lo que me pide la escritura. Soy de los escritores que piensa escribiendo. Me gusta mucho cuando descubro eso mismo en otro escritor. Me parece maravilloso cuando me encuentro con una novela improvisada.

–Improvisada en el mejor de los sentidos.

–Sí, sí, en el mejor de los sentidos. Te das cuenta cuando alguien está escribiendo sin saber qué va a pasar en el capítulo siguiente. Estoy seguro de que el Quijote está escrito así, sobre todo la primera parte.

–Estoy segura de que Javier Marías también escribía así.

–Claro, además, él tenía, de hecho, la disciplina de no volver nunca atrás. En una entrevista contó que si una idea que había tenido en la página 30 en la 150 se volvía un lastre, no volvía para cambiarla. Si, por ejemplo, había construido el personaje de una niña en la página 30 no volvía atrás para suprimirla o mejorarla. Eso es lo que busco al escribir porque es lo que busco como lector.

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