La película de Luis Sampieri fue filmada en la pequeña comunidad tucumana, a 4 mil metros sobre el nivel del mar. Allí la tecnología deja de imponer el ritmo de vida y abre paso, en este caso de la mano del arriero Mario Reyes, a múltiples historias.
“Hay un axioma en la película que es la cuestión del ritual, un elemento del que ha sido despojada nuestra sociedad -dice sobre su film Sampieri-: el ritual de la comunicación con el otro, el de las esperas, de la observación. No digo de ponerle un freno a la tecnología, no me interesa, pero si como sociedad hay que plantearse qué sociedad queremos.” Una pregunta que Sampieri ya se formulaba antes de la pandemia. “No hay ninguna planificación ni social, ni urbana, ni económica; nuestra sociedad le ha dado la espalda a la naturaleza, le da la espalda al entorno en el cual convive. En todo sentido. Y eso va a explotar, si ya no está explotando.”
Señales de humo sigue a Mario Reyes, arriero y guardaparques de la pequeña comunidad indígena de Amaicha del Valle, en la provincia de Tucumán. De unos cinco mil habitantes, allí el servicio de internet se ve interrumpido a causa de un temporal de fuertes vientos. Mario tendrá que subir a la alta montaña para reparar el desperfecto, junto al ingeniero de la compañía proveedora del servicio.
“A Mario lo conozco desde mis 18 años más o menos, o sea hace más de 30 años -cuenta Sampieri-.Yo estudiaba fotografía en la Facultad de Arte y unos amigos hacían una expedición a ese lugar y me sumé como fotógrafo. No había ni senda, era todo peñasco; yo tenía una cámara de rollo, analógica. En ese momento me agarró el mal de altura: mis amigos y yo subimos muy rápido y bajamos muy rápido, así que en el medio del camino me agarró el apunamiento. Y Mario me trajo en el caballo, atado, me llevó a la casa, donde me cuidaron y me curaron con yuyos. Tal vez lo magnifico, pero me quedó grabada esa imagen. Recién empezaba a estudiar cine con Martínez Suárez y se me cruzó por la cabeza que algún día volvería a hacer con él.”
Por supuesto que la vida no es tan lineal, pero lo cierto es que luego de un tiempo viviendo en Barcelona, Sampieri volvió y se instaló “en el medio de la nada”. Una nada en la que había Internet, hasta que un día se cortó. All llamar a la compañía para ver qué pasaba, se enteró que la reparación dependía de que un arriero guiara al ingeniero a cambiar la antena. “¿Cómo se llama?” Mucho de lo que viene después forma parte del documental.
“Estuve con él más o menos un año antes de empezar el rodaje, viéndolo intermitentemente, yendo la comunidad, a los puestos. Y la película plantea un poco esa puja entre lo antiguo y lo moderno, entre lo que llamamos conectividad en un lugar tan alejado, de la dependencia de la tecnología de un lugar inhóspito.”
“Él tomó esto como una faena, un trabajo de varios días. Y se abrió a pesar de que es parco, como la gente de esa zona, gente de pocas palabras y muchas ideas. Para él su verbo es el trabajo físico, criar animales, contar los cardones. Al principio pareció medio invasivo, porque yo iba y lo filmaba solo, pero después se aclimató. Inclusive cuando cortamos la filmación un día me llamó porque estaba extrañando (ríe). Y me parece que se traslada en la película su naturalidad. Y surgió lo que surgió, que es un un retrato de una persona en un lugar particular como la alta montaña, tratando de conectar una antena de internet.”
-¿En qué te modificó o combió hacer esta película?
-Algo muy puntual es que como sociedad demandamos muchas cosas, al menos en mi caso. Tecnología, confort, y en este caso te enfrentás a realidades en la que viven con lo que la naturaleza les provee. A mí me modificó más que nada internamente esa forma de vida austera, espartana que tienen. Son cambios de larga destilación, porque cuando estás filmando estás como en una nube, después empiezan a aparecer imágenes, situaciones, valoraciones en tu cuerpo que te hacen poner en dimensión con esa forma de mi vida distante de la tuya.
El director de Cabecita rubia (2001); FIin (2010) y La hija (2015) cree que “nuestras sociedades más habitadas, donde vive el confort, son sociedades acostumbradas a pedir, pedir, pedir. Pero nos tenemos que preguntar también qué aportamos a la naturaleza, qué damos nosotros. Piden y piden y piden y de cada pedido surge algún negocio un comercio. No es que está mal el comercio, porque de algo necesitamos vivir. Pero pedimos conectividad, esa famosa palabra, y la gente está más desconectada que antes: todo el mundo tiene el teléfono que le filma, le da la temperatura, dentro de poco van a tener dormitorios; es una carrera sin fin demandar cosas. Estas realidades que han un cachetazo. La palabra conectividad, que es un término para mí demasiado inflado, ha acostumbrado al cuerpo, al organismo a esa dependencia de estar enganchado permanentemente, a algo que nos va marcando cotidianamente nuestra vida”.
Señales de humo. Disponible en Cine.ar Play
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