La Vega, Bellas Artes, el Parque Forestal, la Alameda, Plaza Italia, las callecitas del centro histórico y más allá. Una callejeada santiaguina en busca de recuerdos, ecos y la estela del cronista, performer y luchador social fallecido hace una década.
“Saudade, Saudade”. La morriña hecha palabras. Están tatuadas a mano en un retrato de Lemebel y el poeta Sergio Parra que cuelga en las paredes de la librería Metales Pesados. El boliche es un punto cardinal de la literatura trasandina de ayer y hoy. Está anclado a pasitos del cerro Santa Lucía, paseo obligado santiaguino y jardín de amor para los cabros, laburantes y otros desheredados. Parra, dueño de casa, era compinche, cómplice y todo del cronista. “Parrita, mi querido amigo, siempre ha sido un riguroso dandy op art de clásico traje negro y nívea camisa blanca (a veces, levemente ultrajada por unos pétalos de nocturno alcohol)”, lo pinta Lemebel en su crónica “Boquita de canela lunar”.
El editor y dealer literario tiene una memoria digna de Funes. Recuerda andanzas y desandanzas, perlas y cicatrices, con su vecino, parroquiano habitual de la librería y, sobre todo, amigo. Sergio juega con sus anillos pesados, pispea el retrato de Lemebel que lo custodia detrás de su escritorio y se lanza al recuerdo de carretes eternos de los tiempos en que se encontraban la sed y la noche, las charlas kilométricas, un verano en Isla Negra y la última cena -o asalto- en los chinos gay de la calle Monjitas. Parra confiesa: “Me costó mucho dejar de extrañar a mi amigo. No me va la nostalgia ni eso de los homenajes oficiales, pero lo recuerdo todos los días”.
En los últimos días, Sergio visitaba la clínica donde estaba internado su amigo en una batalla perdida contra el cáncer de laringe diagnosticado en 2011. Lemebel era acunado por la morfina y casi no hablaba. Parra le susurraba al oído “Walk on the Wild Side” de Lou Reed. La madrugada del 23 de enero, Sergio repitió la canción de cuna y le dio un beso en la frente. Adiós, mariquita linda.
El milagro económico chileno puede apreciarse frente a la Iglesia y Convento de la Recoleta Franciscana, en la rivera norte del Mapocho, suburbio del suburbio santiaguino. La fila de los olvidados por las políticas neoliberales paridas en los años del dictador Pinochet esperan el pan nuestro de cada día. En sus tiempos universitarios, Lemebel también mató el hambre en el comedor del Frai Andresito, santo patrono de los desclasados.
María vende estampitas, velitas y crucecitas para parar la olla del comedor. Recuerda que Pedro fue despedido en la nave central de la iglesia. Misa inédita para un devoto pecador. Tan festivo como fúnebre, el velorio de la Yegua del Apocalipsis tuvo dosis desparejas de alegría y tristeza. Dijeron presente las travestis, las madres de los detenidos desaparecidos, los comunistas, los punks, los estudiantes, las jóvenes feministas y las viejas disidencias sexuales. Había madres, padres, hijos, abuelos. Bailarines de cueca, obreros, vendedores ambulantes, entre humos dulces de marihuana y los inciensos que ardían para decir adiós al hijo del pueblo. La fiesta de todes.
Lemebel fue enterrado el 25 de enero junto a su amada madre Kika en el Cementerio Metropolitano. En la lápida puede leerse su deseo postrero: “Aquí me quedaré para siempre atado a tus despojos, mamá”.
En Santiago todos los caminos conducen a La Vega. Mercado popular, paraíso de la compra-venta, trinchera latinoamericana que resiste el embate de tanto mall gringo. Desde hace 26 años, los siete días de la semana, desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche, doña Victoria Berrospe Loyola defiende con uñas y dientes su puestito polirrubro. Cabezas de ajo, leche condensada, aceite e Inca Cola se abrazan prolijos en los estantes. Migrante peruana, Victoria es ducha en el arte de cocinar tamales de pollo y chancho. ¡Riquísimos!
Lemebel solía pasar por el puesto antes de perderse en el galpón mohoso de las florerías. Doña Victoria cuenta que nunca leyó al autor de Tengo miedo torero. “Es que llego a la casita muy cansada. No alcanzan las lucas que ganamos acá, y mire que estoy todo el día. A los pensionados nos dieron un bono de 15 lucas, una miseria de los socialistas, igual que con el Piñera”.
“¿Dónde se puede comer más barato y sabroso, en el país más caro del continente? Donde más se mezcla el tintineo de los platos con el eco de la travesti ofreciendo números de rifa”, recitaba el cronista en “El sabor tecnicolor de La Vega. Papas con mote, consomé, charquicán, pantrucas, pescado frito. El banquete está servido.
Se llama Domingo pero todes la conocen como “La Chumy”. La cocinera parece salida de una crónica lemebeliana. “Después de dios viene La Vega, que es del pueblo”, se presenta. Sus manos cortan, pican, cuecen y adoban los manjares. ¿Su especialidad? “Mis caseros me dicen que el caldo de pata, pero todo me sale bien”. A Lemebel le sirvió mil y un almuerzos: “Era un gran luchador social, muy querido por el pueblo. Me gusta leer, pero ando siempre sin tiempo, por el trabajo, prefiero leer las ollas y escuchar música, que me acompaña siempre mientras trabajo”, dice la Chumy antes de seguir boceando sus platazos. Le pido que me cante su canción favorita. No duda y entona unos versos del clásico de clásicos de Myriam Hernández. Giña un ojo antes de la despedida, se llama “El hombre que yo amo”.
No soy Pasolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como en el barco del general Ibáñez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeándonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
Y que al primer parrillazo de la CNI
Lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseñó la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y ésa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alíta rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.
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