El principal asesor del presidente siempre soñó con ser agente de los servicios de inteligencia. El azar político que lo llevó a quedar a cargo de la Side, en las sombras.
Pero, tres días después, la realidad le deparó un golpe bajo, cuando en la Cámara de Diputados fue votado el rechazo al DNU 656/24 que establecía un presupuesto anual de 100 mil millones de pesos para la restaurada Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) a los fines de sus gastos reservados.
Fue –diríase– una catástrofe administrativa, dado que, a sólo un mes de su relanzamiento (impulsado por él), dicho organismo ya se había patinado 80 mil millones, vaya uno a saber en qué.
Ello también significó el quiebre de su bajo perfil. Bien vale, entonces, reparar en este personaje.
Santiago Luis Caputo –sobrino segundo del ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo y del magnate Nicolás Caputo, el “hermano del alma” del ex presidente Mauricio Macri– llegó a la cumbre del poder debido a una azarosa maniobra del azar.
En abril de 2021 fue visitado en su oficina céntrica, donde trabajaba de consultor político, por un antiguo condiscípulo del Colegio Marista “Manuel Belgrano”. Era Ramiro Marra. Lo acompañaba un tipejo de cabello revuelto que lo quería conocer.
Lo cierto es que el flechazo entre él y Javier Milei fue inmediato. Y lo primero que a éste le llamó la atención fueron los tatuajes que ese muchacho lucía en los antebrazos. Eran –según su explicación– “tatuajes del sistema simbólico de la mafia rusa”, que supo copiar del libro Russian Criminal Tattoo Encyclopaedia, obsequiado por un amigo.
Milei, por aquellos días un simple panelista de TV con ambiciones de poder, se permitió entonces un comentario:
–Si me dan a elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia, porque tiene códigos, cumple, no miente y sobre todo, compite.
Fue una declaración de principios que selló el lazo entre ambos.
Dos años después, durante el cierre de campaña de La Libertad Avanza (LLA) en el Movistar Arena, Milei dijo de él:
–Quiero agradecerle a alguien muy importante, que su enorme humildad hace que siempre esté ahí, detrás de la sombra.
Aquellas palabras tenían asidero: para Caputo, su campo de acción era la sombra, bajo la cual se movía como un felino. De hecho, desde adolescente acarició la vocación de ser agente secreto. Y hasta estuvo a punto de ingresar a la vieja SIDE, antes de ser disuadido de ello por un espía de “La Casa” –como se le dice coloquialmente a ese organismo– con el argumento de que es “un nido de ñoquis”. Aún así cursó estudios incompletos de Ingeniería Informática en la Universidad de la Defensa Nacional con la idea de diseñar tecnología para hacer Inteligencia. Pero al final cambió de rumbo al anotarse en la carrera de Ciencias Políticas en la UBA, volcándose así al asesoramiento de candidatos bajo la tutela inicial de Jaime Durán Barba.
No obstante, el arte del espionaje siguió corriendo por sus venas. Y su nombramiento de “asesor” del presidente libertario resultó el espacio propicio para despuntar ese anhelo. Y de manera superlativa. En otras palabras, ser el gran titiritero de la aún llamada Agencia Federal de Inteligencia (AFI).
Pero, para ello, debía mover las piezas con sigilo.
La oportunidad se la brindó –involuntariamente– en mayo el primer jefe de Gabinete del régimen, Nicolás Posse, por una desafortunada frase salida de su boca en una reunión ministerial: “Pasala bien en Punta del Este”. Su destinataria: la titular de Capital Humano, Sandra Pettovello, quien quedó de una sola pieza antes de romper en llanto.
Lo cierto es que ella, en el mayor de los secretos, estaba por emprender un weekend romántico en ese balneario uruguayo con un “masculino” (cuya identidad se mantuvo en reserva), de acuerdo a un paper que le envió a Posse el director de la AFI, Silvestre Sívori).
De modo que Posse no sólo espiaba a los funcionarios de la LLA sino que, además, se jactaba públicamente de ello.
El tipo fue eyectado del cargo de inmediato, tomando Caputo el control del organismo para someterlo a una salvaje perestroika.
Así, en la segunda semana de julio, se anunció con bombos y platillos el relanzamiento de la central de espías, bautizada con su sigla histórica y con la convocatoria de viejos fisgones de la era menemista, a lo que se le añade nada menos que la conducción espiritual de Antonio Stiuzo, el agente secreto más afamado del país. ¿Qué puede salir mal?
Fue desde aquel momento que la SIDE dilapidó los 80 mil millones en gastos reservados.
Ahora Caputo tiene la batuta de la orquesta negra del Estado. Los ojos y oídos del régimen están en sus manos. Una estructura que incluye las granjas de trolls, periodistas que cobran por ventanilla, tecnología de punta para violar la intimidad de quienes se les ocurra, vía libre para la extorsión o la dádiva y carpetazos a la carta, además de medios para infiltrar cualquier tipo de aparato político y social. Todo en poder de aquel hombre que alguna vez soñó con ser un simple espía. Lo que se dice, un auténtico self-made man.
Días pasados, Milei dijo que Caputo era parte del “triángulo de hierro”, cuyos otros catetos son, obviamente, Karina y él. ¿Faltaba más?
Comparado usualmente con Rasputín, el santón ruso que influyó en el zar Nicolás II, en realidad la figura de Caputo se asemeja más al ya olvidado Vladimiro Montesinos, el monje negro del régimen peruano encabezado, entre 1990 y 2000, por Alberto Fujimori.
Por lo pronto, “El Japonés” –cómo se le decía al susodicho– era apenas una figura decorativa, y la suma del poder estaba depositada en Montesinos.
Se trataba de un viejo espía del montón que resultó bendecido con la jefatura del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN).
Visto con simpatía por la CIA, Montesinos contó con recursos y fondos ilimitados sobre los cuales, sin fijarse en gastos, no tenía que rendir cuentas.
En el marco de la denominada “lucha contra el terrorismo” de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), el bueno de Montesinos incurrió en gravísimas violaciones a los Derechos Humanos que incluyeron asesinatos masivos y desapariciones, las cuales poco tuvieron que envidiarle a las dictaduras del Cono Sur durante los ’70 y ’80, no sin dejar de lado la corrupción política ni el narcotráfico en gran escala, entre otros delitos.
Tras caer el reinado de Fujimori, Montesinos fue encarcelado en 2001 y, ahora, a los 79 años, aún languidece tras las rejas.
Ojalá que Santiago Caputo tome en cuenta semejante epílogo. «
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