Dónde fue escrita y desde qué perspectiva, cómo fue la investigación histórica de la que participó uno de sus hijos y cuál fue la incidencia que tuvo en la promoción Gabriel García Márquez, quien fuera amigo del autor.
Tomás Eloy Martínez investigó durante varios años esta trama para reconstruirla y “llenar los huecos de la historia” con su imaginación, y dio forma a una novela soberbia y espeluznante: una historia de nuestra Historia. Así lo cuenta su hijo, el periodista cultural Ezequiel Martínez, quien colaboró con la gesta de la investigación: “Cuando la escribió, mi padre ya vivía en Estados Unidos, en un suburbio llamado Highland Park, a cuarenta minutos de tren de Manhattan. Y en esos años yo trabajaba en Clarín, y tenía a mano un archivo periodístico enorme. Todas las dudas que se le ocurrían o se le disparaban, o cosas que necesitaba investigar, él me llamaba y me consultaba para que yo consultara en el archivo. Me hacía un llamado internacional a la mañana, y a la noche, otro, en el que me preguntaba si ya había ido al archivo. Y yo le contestaba: ‘Pará, dame tiempo, estoy laburando’. Tenía esas ansiedades que tenían que ver con el proceso de escritura”, relata Ezequiel.
Por su parte, Blas, otro de los hijos del autor, cuenta que su padre encontró en el peronismo y, particularmente, en Perón, el caudillo ideal para trazar parte de su obra, para trabajar, incluso, sobre su dimensión mítica, como concretó -a partir de una icónica entrevista que le realizara- en La novela de Perón. Explica, por otro lado, que Tomás Eloy trabajaba desde una mirada eminentemente cinematográfica: “Eso se ve en la escena que escribe sobre el histórico renunciamiento, en la cual Perón le dice: ‘Lo que pasa es que vos tenés cáncer, y por eso no podés asumir’, que es absolutamente fantasiosa. Pero después Desanzo, a través de Feinmann, lo pone en la película “Eva Perón”, como si fuera verdad”.
La novela de Martínez se sostiene en una operación literaria heredera del nuevo periodismo, pero con un efecto inverso, dice Ezequiel: “sobre la realidad, completa elementos para hacer ficción y, en definitiva, influye sobre la memoria de la realidad, sin quererlo, por cómo es interpretada.” En ese sentido, agrega: “Hubo varias entrevistas que me pidió que hiciera. Por ejemplo, cuenta la historia que el cadáver de Evita había estado escondido en el cine Rialto, en Villa Crespo, y mi padre me mandó a buscar a sus herederos para averiguarlo, porque el dueño ya había muerto. No voy a contar si fue verdad o no, porque eso queda en la historia del enigma de saber si lo fue o no”, dice entre risas.
García Márquez, el nombre que vuelve
“Fui uno de los pocos testigos personales del nacimiento y la gloria instantánea de ese libro”, escribió Tomás Eloy sobre la gesta épica de la publicación, y el éxito de Cien años de soledad.
La historia es conocida, pero no por ello deja de ser digna de volver a ser contada: las dificultades económicas de Gabo en los ‘60 lo apremiaban, y angustiaban a su familia ante el esquivo éxito de sus obras anteriores. Un día de 1967, Paco Porrúa, editor de Sudamericana en Argentina, invitó a Martínez a leer una novela inédita, “tan delirante que no sé si el autor es un genio o está completamente loco”.
Tras la fascinación de ambos con el universo de Macondo, la publicación de la obra enviada desde Colombia empeñándolo todo (tal era la humildad de la familia del autor), la tapa de Primera Plana y el éxito de la novela, Gabo y su esposa Mercedes llegaron finalmente a Buenos Aires. Cuenta Tomás que atravesaron varios días de anonimato hasta que, una noche, en los segundos previos al comienzo de una obra teatral de Griselda Gambaro, el público reconoció en la sala al autor, alguien al que todos estaban leyendo. Sucedieron aplausos, vítores y felicitaciones, y el anonimato de García Márquez quedó sepultado para siempre. Fue así el comienzo del éxito y del mito.
La amistad entre los escritores continuó, y en los años ´90, en las vísperas de la publicación de Santa Evita, sucedió el inicio de algo real, pero mágico, que culmina hoy. Lo cuenta Ezequiel Martínez: “Cuando mi papá le manda el manuscrito, antes de que se lance la novela, García Márquez le contesta con esta frase: ‘Aquí está, por fin, la novela que siempre quise leer’. La frase es ideal para colocar en un faja de la tapa de la novela. Esas cosas que hacía García Márquez. Y así salió Santa Evita: con esa faja, que fue un espaldarazo, un empujón”. La trascendencia de esa definición del autor de El amor en los tiempos del cólera impulsó el éxito internacional, la consagración de Martínez en otros países. “Y mirá las vueltas de la vida”, agrega Ezequiel, “que el que hace la serie es el hijo de García Márquez: Rodrigo García. Es un círculo que se cierra”. Un círculo que se cierra, pero que también se abre para espejar un pasado: una historia de padres que se continúa por sus hijos, que se consideran entre ellos primos lejanos, y que llevan adelante el legado de sus progenitores. Una obra (Santa Evita), que vuelve a poner de relieve expresiones como “esa mujer”, “la yegua”, frases como “viva el cáncer”, y otros epítetos dichos desde 1945, entre odios y secuestros, entre profanaciones a un cuerpo que -dijo alguien- muerto era más poderoso que todos aquellos que procuraron humillarlo, y que habla por ella y por otras, como hablan la Historia y la literatura, también en 2022.
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