Una bodega junto a la Ruta 40 en los valles calchaquíes tucumanos invita a vivir la experiencia de conocer el alma Calchaquí. Silvia Gramajo revela los secretos.
Fue la primera persona registrada como bodeguera mujer en Tucumán allá por el 2012 tras dos años de buscar una alternativa de vida, un lugar para cambiar de profesión. “No sabía que iba a hacer vinos. Encontré esta maravilla acá en Colalao del Valle y bueno, acá me instalé”, le dice a Tiempo Gramajo desde su finca La Silvia donde talló la Bodega Luna de Cuarzo en la que reconoce que tuvo muchos años de inversión, hasta que crecieron las uvas y se hizo el primer vino.
Al presentarse, agrega que “también la vicepresidenta de la cámara es mujer y hay otras bodegueras que, por circunstancias de la vida, quedaron a cargo de las bodegas, como Río de Arena, como Siete Vacas y también está Delia Díaz en Alto la Ciénaga. Es importante ver cómo creció el mundo del vino a través de las mujeres, sobre todo en Tucumán, que no es una zona muy extensa en viñedos y en producción de vinos, pero llevamos unos 25 años trabajando en la ruta del vino tucumano”, cuenta.
“Es interesante el hecho de que se inserta la energía femenina en un mundo que prácticamente fue masculino durante mucho tiempo. Hay enólogas, hay sommeliers, hay bodegueras y se está trabajando, con otros grupos de mujeres, también en forma mancomunada, como las mujeres de la VID en Mendoza, a las que le mandamos un saludo especial”, advierte y revela su alma luchadora, generosa y afectuosa.
“La gente pasa por este lugar y si tiene acceso a algún tipo de información, se sienten motivados, sobre todo por el hecho del cambio de vida. Trabajar en la tierra es muchas veces, muy motivador, incluso para quienes vivían acá y que se fueron a las grandes ciudades y hoy están volviendo, reconociendo la paz y la tranquilidad, y lo que significa hacer trabajos en la tierra”, reflexiona la bodeguera.
Para Silvia “es un plus” para los turistas ser recibidos personalmente. “Se interesan por conocer cómo es la producción, qué significa involucrarse con el ambiente, ser parte del lugar, y sobre todo de la cultura que tiene que ver con la Pachamama”, explica.
“ Acá veneramos a una energía femenina, que es la Pachamama, que tiene que ver con la fertilidad, con lo que da la tierra, con lo que da la vida, proteger la vida, ser parte de la vida, y agradecer cada producto que nos da la tierra, porque tenemos las cosechas que son lo más maravilloso, que es cuando la Pachamama se manifiesta y nos regala sus productos”, cuenta y lleva en su relato una visita por su proyecto.
“La gente se va encantada de conocer esta realidad, de vivir la experiencia, y también conocer la cultura del lugar, que es la cultura diaguita, la cultura de los pueblos aborígenes que vivieron a la orilla del río Santa María, que en realidad se llamaba el Yokavil, y que tiene que ver con esto, la veneración y el agradecimiento, ser parte del lugar, respetarlo y amarlo”, puntualiza la dueña de la finca y hacedora de vinos mientras revela el alma de su tierra.
La experiencia de conocer el lugar, de hacer una ceremonia La Pachamama, “es entregarle a La Pacha todo lo que necesitamos, lo que queremos y pedirle y agradecerle, es una experiencia que no se olvida más, que la disfrutan tanto los niños como los mayores, porque es un acto de agradecimiento, porque las ceremonias de todos los días sería agradecer la vida, el sol, la luna, las estrellas, los productos que nos dan la naturaleza”, destaca en su diálogo con Tiempo.
Y lo recomienda a todos y todas. Porque sostiene que “volver a esa experiencia nos permite conectarnos con la vida misma”.
El emprendimiento de Bodega Luna de Cuarzo está junto a la Ruta Nacional 40, en el kilómetro 4305, muy cerca de Colalao del Valle. A la entrada nomás, desde el sur y además de las visitas guiadas y degustaciones, se pueden recorrer los viñedos y hasta descansar en el lugar pero una experiencia de meditación con cuencos será una opción imperdible.
“Las visitas y los enoturistas, pueden vivir experiencias con sonidos en un estado de relajación muy importante. Podemos aprender a utilizar nuestros sentidos para captar las maravillas del vino, acceder con todos los sentidos a los aromas, la vista, el sabor, el tacto, y sobre una cuestión que une con la tierra, que es una sensación y una especie de aquerenciamiento”, describe para conceptualizar su propuesta.
Este “aquerenciamiento” tiene que ver con la parte del terroir, los aromas del lugar, las especies aromáticas, las uvas, las jarillas, los paicos, las lavandas, que crece junto al viñedo orgánico que, permite que las uvas accedan a esos aromas que son parte de la montaña, del cerro.
El maridaje con las comidas regionales, con las humitas, con los tamales, con las empanadas tucumanas, con los quesos del lugar, es otra experiencia que también nosotros disfrutamos mucho. Y en la cuestión con los dulces o los postres, las mermeladas, los dulces del lugar, de el pueblo de El Pichao, que son los membrillos, los higos en almíbar, que son el famoso cayote con nuez. Es exquisito y va muy bien saboreando y haciendo experiencias de maridaje con nuestros vinos.
El fin de cada verano es la época de la cosecha. “La vendimia es el momento maravilloso, el momento culmine de nuestro trabajo de todo el año, de estas 13 lunas, que significa el calendario diaguita. Es el disfrute total de poder recibir con las manos y con los amigos y la familia, hacer todos juntos esta maravillosa experiencia de recibir de la naturaleza el fruto y poder convertirla a través de lo que sería una alquimia en el vino”, comenta.
“El vino era una bebida sagrada en la antigüedad, deberíamos darle esa sacralización actualmente y creo que era para momentos muy especiales y para ceremonias y para compartir, para alegrar la vida, como dice la Biblia casi 33 veces, dice que es sinónimo de alegría, de felicidad, de compartir, de estar contentos, de sonrisas y también de poder brindar con los amigos, con la familia, con los afectos”, dice.
Silvia Gramajo va más allá de elaborar un vino y embotellarlo y cuenta una y mil historias. “Las primeras que hicieron el vino fueron las ninfas, las diosas, las sacerdotisas, que mandaron después a Baco o mandaron con una ramita de vino, con una ramita de viña, para poder plantar en las nuevas tierras”.
Para la bodeguera, quien también es sommelier, “fue Dionisio el que trajo y representa la parte masculina del vino, pero él fue criado por ninfas que le dieron comida especial, que en realidad eran uvas tintas con mucho resveratrol, que son antioxidantes, eso hay que tenerlo en cuenta”.
“Acá las diferentes cepas se dan de una manera maravillosa, no puedo decir otra cosa. Creo que el Valle Calchaquí tiene un potencial enorme para todas las cepas que pudieran experimentarse en el valle, hoy por hoy se está haciendo la Torrontés, que es nuestra uva argentina, es la única cepa considerada argentina que nace acá y es un aroma frutado”, describe la hacedora de Bodega Luna de Cuarzo.
Hay de todo. “En las bodegas tucumanas también se encuentran vinos como el Tannat, el Syrah, el Merlot también que se da muy bien y algo de Sauvignon Blanc. Así que creo que eso sería fantástico para que todos pudieran visitar la ruta del vino tucumana”, invita la bodeguera.
Los vinos de Bodega Luna de Cuarzo se pueden probar en la bodega durante la visita que se puede hacer todos los días de 9 a 17. También en algunas vinotecas de la provincia de Tucumán, en otras vinotecas de la provincia de Buenos Aires.
Silvia Gramajo recomienda que “ lo ideal es que vengan porque acá la experiencia en el lugar también es muy linda. Hacer Enoturismo significa conocer el lugar, la cultura, las comidas, la gastronomía y también los vinos en medio de un paisaje inigualable”.
Luna de Cuarzo abarca casi tres hectáreas de viñas orgánicas y después arrenda en la parte de Amaicha del Valle otras dos hectáreas con las que se trabaja con viñedos orgánicos de los que obtienen vinos de alta calidad que son vinos de altura. “Esta caracterización de vinos de altura no se da en cualquier parte del mundo,-explica-. Somos privilegiados, compartimos esta característica de la región con Salta, Catamarca, Jujuy y la vecina nación de Bolivia porque los vinos arriba de los 1.800 metros de altura ya son vinos de gran altura y tienen unas condiciones muy específicas tanto de suelo como de clima. Cada región tiene sus características y estas son las nuestras: mucho sol que genera mucho azúcar en las uvas y mucho color también”.
Para Silvia Gramajo, la cepa blanca Torrontés hace un “maridaje excepcional con las empanadas tucumanas” y en el caso del Malbec lo recomienda para los asados, las carnes “y el Cabernet también para los quesos del lugar, como los quesos de Tafí del Valle, los de la zona de Trancas, todos los quesos regionales”.
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