La presidenta constitucional habló ante la militancia a horas del comienzo del jucio político.
Dilma Rousseff parece haber elegido, en la historia, quedar del lado de Getulio Vargas o de Joao Goulart, dos líderes del laborismo que dejaron en forma dramática sus presidencias, aunque, a diferencia de ellos, trazó un panorama de resistencia al gobierno de Michel Temer, al sostener que su juicio político demuestra que «la democracia no está garantizada» en Brasil.
Además de combatir a sus rivales y enemigos, Rousseff debe luchar contra sus propios errores y los delitos con los que está siendo acusado el Partido de los Trabajadores, que a horas del inicio del juicio político contra la mandataria suspendida, eligió discordar con ella y rechazar el proyecto de nuevas elecciones para intentar salvar su mandato.
En su último acto en San Pablo, organizado por el Frente Brasil Popular, Rousseff se despidió de la militancia de la ciudad más grande de Brasil y de Sudamérica antes de que se inicie la megasesión en el Senado que definirá, la próxima semana, la destitución o la permanencia de la mandataria suspendida el 12 de mayo.
«Hay que enfrentar el asunto; yo creo en la democracia. Ellos no me obligaron a suicidarme, como lo llevaron a Getulio y no fui obligada a tomar un avión e ir hacia Uruguay como Jango», dijo Rousseff, colocándose al lado de los líderes laboristas que, en el caso de Vargas, se suicidó en el poder en 1954, y en el de Goulart, diez años más tarde, derrocado por un golpe militar.
La Casa de Portugal de San Pablo estalló hasta la madrugada del miércoiles de gritos «Fuera Temer» y «Dilma guerrera de la patria brasileña», con la militancia de izquierda confiada en que la oposición a Rousseff no logrará, el martes 30, el piso de 54 votos necesarios para destituirla por delitos contables en el Presupuesto de 2015.
Temer tuvo cánticos en su contra de «golpista» por parte de movimentos sociales, pero la efervescencia militante tropezó con la sorda disputa entre Rousseff y su fuerza, el Partido de los Trabajadores (PT). A pocas cuadras del acto de Rousseff, una reunión de la dirección ejecutiva del PT votó en contra de apoyar el plan de la mandataria para anticipar elecciones y resolver la crisis política del país, una posición que ella considera clave para reunir chances en el Senado y garantizar su sobrevida en el cargo.
«Nosotros tenemos la posición de defender el mandato hasta su último día», dijo Rui Falcao, titular del PT. En el acto, parecido a una despedida antes de volver a sumergirse en el mundo de la negociación política que mantendrá en el Palacio de la Alvorada, en Brasilia, donde reside desde que fue suspendida el 12 de mayo, Rousseff se dijo «víctima» en este proceso en el que fue traicionada por su ex compañero de fórmula en 2010 y 2014.
«No digo esto porque quiero victimizarme, sino porque se está cometiendo una injusticia con una inocente con un proceso en el que no hay delito de responsabilidad», dijo la mandataria, vestida de rojo, el color de su partido.
«Esta lucha no tiene fecha de vencimiento, ya que la mayor victoria es que aprendimos que con este proceso la democracia no está garantizada», dijo y afirmó que Temer y sus aliados «cometen un golpe parlamentario parecido a un ataque de parásitos contra el árbol de la democracia». Rousseff recordó su fase de presa política de la dictadura y su lucha contra un cáncer en 2009.
«Luché contra la tortura, contra el cáncer y no tengo miedo de esta disputa», sostuvo. Se quejó de que tanto ella como su jefe político y antecesor, Luiz Inácio «Lula» da Silva, fueron «olvidados» luego de haber preparado y conquistado la sede de Río de Janeiro para los Juegos Olímpicos de 2016.
La mandataria declarará por 30 minutos el lunes ante el Senado, que se convertirá en un tribunal, y responderá preguntas de los senadores, seis de los cuales fueron sus ministros, aunque pertenecen al Partido del Movimiento de la Democracia Brasileña (PMDB) de Temer. Si varios de ellos no siguen las órdenes del partido pueden ser claves para revertir el panorama favorito, el de la destitución de la primera mujer presidenta de Brasil.
En caso de que sea destituida, Rousseff tendrá 30 días para dejar el Palacio de la Alvorada y sus derechos políticos serán suspendidos por ocho años, lapso en el que no podrá ser elegida ni ocupar cargos públicos. En todo este período, Rousseff buscó y buscará en su discurso dejar una marca con algo de mística por su paso por la presidencia: «Estoy tranquila porque estoy del lado correcto de la historia.»
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