Con La parte recordada el escritor pone punto final a un tríptico de novelas que le insumió una década de trabajo. Viajó desde Barcelona, donde reside, para presentar el libro en Buenos Aires. En esta nota habla de la ficción, la realidad y sus nuevos proyectos.
–En La parte recordada da la sensación de que todos los planteos de los dos libros anteriores aparecen mucho más exacerbados. ¿Acordás con esto?
–Sí, el propio personaje está mucho más exacerbado. Cada vez está más maldito, más miserable, más cretino. En este sentido, entronca un poco con la tradición de los antihéroes judeo-norteamericanos de las novelas de Saul Bellow o Philip Roth, que aparecen muy invocados. La idea de los tres libros no es precisamente ir subiendo la apuesta, pero sí ir subiendo el volumen. Hay una intención de forzar los límites e ir un poco más lejos en la idea de cómo contar y cómo no contar. Hay una cierta irritación del personaje con todo lo que es la literatura del yo, la autoficción… Y me apresuro a decir que el personaje del libro no soy yo.
–Eso lo explicitás.
–Sí, y parecería que ahora hay que repetirlo todo el tiempo porque por esta especie de moda la gente tiende a pensar que todos los libros son material verídico.
–¿Y no te parecés en nada al personaje?
–Comparto muchísimas de sus filias, pero sus fobias y las cosas que lo irritan a mí no me irritan como a él. Podría decir que es una especie de versión alternativa mía, si yo hubiera tomado otras decisiones.
–¿Cuáles, por ejemplo?
–Él desdeña la idea de cualquier tipo de pareja sentimental y estable, la idea de la paternidad le da terror. Pero lo que más nos diferencia y a él lo convierte en su ser desagradable y a mí, no te digo en un ser angélico, pero sí en una persona más o menos simpática y sensata, es el hecho de que no puede escribir más.
–¿A vos eso no te pasó?
–No, no me pasó nunca, pero creo que eso puede aniquilar y agriar la personalidad de cualquier escritor.
–En esto hay una idea subyacente que es Enrique Vila-Matas y los escritores del no.
–Sí, Enrique aparece en los tres libros. Para mí él es un ejemplo. Es un escritor que siempre hizo lo que quiso y acabó saliéndose con la suya contra viento y marea. Quizá aquí no se lo ve, pero dentro del panorama de la literatura española es un caso muy personal, muy interesante y domésticamente épico.
–¿Por qué épico?
–Hasta hace muy poco Enrique era el loquito de la familia de la literatura española.–-Aquí siempre tuvo una legión de seguidores.
–Es que el escritor argentino siempre estuvo más preparado para disfrutarlo. Siempre digo que Enrique es el más argentino de los escritores españoles (risas). En los círculos intelectuales se lo reconoció mucho más pronto en Argentina o en México que en España. Comparto mucho con él la idea del lector que escribe y del maníaco referencial. Creo que los dos padecemos esa enfermedad tan saludable de reconocer de dónde venís y qué tenés por arriba y por abajo.
–Y de cuestionar con qué material se hace literatura, que es una forma de cuestionar qué es la lengua. Últimamente, por lo menos aquí, en ciertos sectores está muy de moda pensarla como un reflejo del pensamiento, cuando en realidad no hay tal cosa.
–No la hay. Y voy aun más lejos: a mí la realidad no me interesa como materia sacra de la escritura. Hay cosas de la realidad de las que me aprovecho para llevarlas a mi realidad que es la irrealidad del 99, 9 por ciento de mis lectores. En este sentido, soy muy nabokoviano. No me interesa la ficción moral, testimonial o que supuestamente viene a paliar algún tipo de defecto de la sociedad. No creo que esa sea la función de la literatura y tampoco creo que ese tipo de literatura consiga su objetivo.
–Habría que preguntarse qué es la realidad. La literatura forma parte de ella y vos lo ponés en evidencia hacia el final, en los agradecimientos, en que le agradecés por igual a un cuento, una canción o un agente literario. No establecés una jerarquía entre ficción y realidad.
–Dentro de la literatura argentina no abundan las notas de agradecimiento. Yo aprendí a hacerlo de la literatura anglosajona donde se estila ponerlos por cuestiones legales, para reconocer todas las fuentes, de dónde sale tal cosa o tal otra. Soy muy agradecido y la realidad es mucho más amorfa y desordenada de lo que se supone. Soy un gran descreído de lo que se supone que es la gran literatura realista. Creo que la literatura realista es lo más irreal que hay. No hay libros más irreales que Madame Bovary o Ana Karenina. En las novelas realistas pasan cosas todo el tiempo y todas son trascendentes, cosa que en la realidad no sucede.
–Volviendo a La parte recordada, con este tercer volumen, no sólo cerrás un tríptico, sino también un poco todo lo anterior.
–Sí, en el libro aparece reescrito Historia argentina. Es como la última película de Los vengadores: todo está comentado. No lo planifiqué desde el principio, pero me fui dando cuenta de que era así. Me gustan las últimas cuatro páginas. Parece que los libros del tríptico están puestos en función de algo tan terreno y cotidiano como es ir a buscar a un chico a la salida del colegio. Para sorpresa del propio protagonista, después de tanta historia y tanta literatura, tantas referencias, tantas citas y tantos cruces, se da cuenta de que la épica pasa por ahí. Parafraseando a Kundera podría decirse que toma conciencia de que la felicidad está en otra parte.
–Pero más allá de la peripecia de la novela, lo que está en primer plano en ella es el lenguaje.
–Sí, entiendo la escritura como el estilo. Los libros que no tienen una preocupación por el estilo no me interesan. Me parece más interesante incluso un fracaso en la búsqueda del estilo que una literatura completamente narrativa casi fotográfica-selfie-lineal-Netflix. Vivimos en una época tan saturada de historias a nivel audiovisual que creo que es en el estilo donde la literatura puede ofrecer batalla y ganarla. En el cine hay cada vez menos estilo. Las películas de autor de ahora son tipo Ken Loach, casi documentales de la cotidianeidad sórdido-miserabilista-social. Quedan muy pocos estilistas del cine. Vi la última película de Tarantino con gran felicidad porque es alguien que piensa qué es el cine en el acto mismo de filmar. También me encantó la última de Woody Allen. Suelen decir que hace siempre lo mismo, pero lo que hace lo inventó él. No hay que restarle mérito por eso. Nabokov dice que le dan mucha tristeza y piedad esos escritores que cuyos libros son siempre diferentes del anterior. «Yo –dice– supe cuál era mi genialidad desde el principio y me dediqué a hacer eso para lo que era genial». A mí me encanta la idea de hacer lo mismo todo el tiempo. Picasso o los Beatles dejaron una huella muy fuerte para los apólogos de la metamorfosis constante, pero son excepcionales. Además creo que debajo del supuesto cambio, siempre uno se encuentra con lo mismo. Estoy convencido de que la repetición es el estilo. «
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