El gran saxofonista y compositor de jazz lanzó “Bicho bolita”, su séptimo disco como líder. Lo presentará este viernes en Virasoro Bar, acompañado por Nataniel Edelman y Fermín Merlo. El compromiso que exige este género y la necesidad de gestiones culturales que vayan más allá del entretenimiento.
Domínguez es reconocido como un gran intérprete de saxo tenor y soprano, además de como un compositor audaz. Es una figura de gran relevancia en la escena de jazz local desde mediados de los ’90, cuando formaba parte del Quinteto Urbano. Luego comenzó una consecuente carrera solista y múltiples colaboraciones, giras por Europa y América.
Su notable CV también incluye haber estudiado con figuras de la talla de Wayne Shorter, Jerry Bergonzi, Walt Weiskopf, Ralph Lalama, Chris Cheek, Chris Potter, Chris Cheek y Tony Malaby, entre otros.
En Bicho bolita lo Nataniel Edelman en el piano y Fermín Merlo en batería, quienes se adaptan a la perfección a la búsqueda que estas composiciones.
-¿El jazz es un género que trabaja con la creación de paisajes mentales a través de los sonidos?
-Sí, por supuesto. Lo que está bueno de la música instrumental en general es que nunca una canción te la da masticada. La letra puede ser muy poética pero encuadra con las palabras lo que te produce, te mete en un lugar, en cambio cuando son solo sonidos combinados aparece un campo más abierto. Uno puede tener una idea o algo que te inspire. Pero son disparadores, porque a cada uno le llega de distintas maneras y eso nos encanta a lo que hacemos esto. Lo que al oyente le llega siempre es distinto. Cada show es único y cada uno arma en su cabeza lo que le pasa o lo que le produce. A uno le gusto algo y al otro otra cosa, y a vos quizás no te guste tanto. Y viceversa. Es muy personal y abierto. Te conecta con cosas un poco más abstractas. Quizás la poesía también ataca esos centros misteriosos del cerebro, pero la música instrumental lo hace con una libertad mayor y eso siempre me gustó. La entrada es más indirecta, nunca dos más dos es cuatro.
-¿Intentarán replicar el disco en la presentación en vivo o es imposible?
-Las versiones siempre van variando. Los temas tienen una estructura que puede ser más o menos cerrada. Cuando relativamente es más cerrada, se estipula donde hay espacio para una improvisación, pero siempre es otra versión, porque sobre la base en cada ocasión aparece algo distinto. Pero también hay otras canciones que tienen mucho más aire y podés ir para otro lado. Un tema que un día sale medio rápido, más furioso, otro día puede ser medio balada, o ser más triste. Eso es buenísimo para mí. Hay que entregarse. Wayne Shorter decía algo que me encantaba: “no se puede ensayar lo desconocido”. Están los elementos, pero cada uno lo arma como quiere. Están los ladrillitos, pero los juntas como quieras. Te lo confirmo. Las personas que vayan a la presentación no van a escuchar lo mismo que en el disco. Hay algo de referencia, pero parte de la diversión es ver por donde se puede volar.
-¿Cómo ves el panorama jazzero?
– Es música de nicho, pero es un nicho grande. Lo que veo en la actualidad es que hay muchos músicos y músicas excelentes, de gran nivel. En ese sentido, el profesionalismo se ha incrementado. Desde que empecé a tocar noté que cada vez hay más nivel y más gente. Somos un montón, eso es algo positivo. A pesar de las dificultades generales, el complejo contexto, hay algo que me parece bueno. Hoy el encuentro es más directo, más fácil. De golpe te encontrás en las redes con alguien que no lo conocías, que no sabés quién es, pero indagás un poco y se toca todo y está buenísimo lo que hace. Esa facilidad es algo que abre mucho el panorama, porque parece una fuente inagotable. Eso me parece hermoso. Especialmente en Buenos Aires es espectacular. Es una escena que históricamente se caracterizó por ser muy creativa. El jazz es muy amplio y hay que dejarlo fluir, para que todos los gustos estén abarcados. Hay artistas que tienen sus estilos, su propia música y también está toda la movida de homenajes, tributos y demás. Esto último está muy bien, porque a mucha gente le gusta eso, eso agita el público y eso es importante. Encontrás jazz de los ‘50, a los que experimentan… Es un terreno muy rico. Hay que alentar para que eso que pasa allá se replique en más lugares del país. En la Patagonia, donde vivo, hay mucho menos, pero está creciendo, estamos armando una escuela y queremos armar movidas. Para que sea una plaza a tener en cuenta. Esperemos que vaya floreciendo. El sueño de nosotros es federalizar, que circule la información y como público tener la opción de ver otras cosas. No hay ayudas para cubrir distancias y cuesta, pero esperemos que cambie.
-¿Cómo se ve la situación actual del país desde tu lugar?
-Bariloche es turística. La plata entra con esa actividad y todo se mueve alrededor de eso, pero la vida es muy cara, es de las más caras de la Argentina, que no es poca cosa. Pero bueno, yo te puedo hablar de la movida cultural, que es lo que más entiendo, y de la importancia de protegerla más allá de todo. No está del todo aprovechada en muchos lugares, según mi experiencia. A la gente le gusta hacer cosas, le gusta participar, tener opciones y a veces se deja de lado. A mí me gustaría hacer un festival acá en Bariloche, por ejemplo. Porque en lugares donde no se hace, cambia la realidad. Si viene gente importante y se arma una linda movida, es una semilla para el futuro. Es un error fatal recortar y no hacer algo porque no es lo más popular y masivo. Acá conocí al hijo de Diego Rapoport, el tecladista de Spinetta Jade, Santiago, que más allá de la influencia de su padre, me contó que acá en 2001 en Bariloche se hizo un festival y esos conciertos lo hicieron flashear y lo inspiraron. Un concierto intenso te puede cambiar la vida. Hacer cultura puede llevar a que otros sigan ese camino y nunca debemos olvidar eso. La gestión cultural no puede estar enfocada en el entretenimiento, apoyada en lo que a la gente le gusta. El laburo tiene que pasar por mostrar diversidad y cosas de calidad. Pasan cosas buenas, porque hay gente que sigue creando, lo artístico es algo que es una pasión.
-¿Las nuevas generaciones soportan las frustraciones o el esfuerzo que conlleva lograr cierto nivel para hacer jazz?
-La inmediatez de todo marca un poco la problemática de nuestros días. Está bueno, por un lado, pero puede traer ansiedad y frustración si no se entiende que si se requiere profundidad en un campo, hay que ser laxo. Para cualquier cosa, porque por más que tengas facilidad y ganas, en cualquier expresión artística, si vos querés ir a fondo, son muchas horas. Años de preparación. El manejo de la frustración es más necesario que nunca en la vida actual, porque pasa que no te salen las cosas o lo ideal nunca llega. Pero esta música tiene un nivel técnico alto. Y cada vez más. Los que vienen se suben a los hombros de los que estuvieron antes. Y ya aprenden de otra manera. Para hacer jazz pasás mucho tiempo haciendo cosas una y otra vez, pero son necesarias para que te salga el estilo. El esfuerzo de la repetición está. Hay un mito que tiene que ver con el sacrificio: no hay que estar 20 horas por día por 50 años para tocar bien. Sino que el motor debe ser las ganas, el gusto, porque te encanta. Si no tiene disfrute, es una tortura y eso no pude llevar a buen puerto. Por suerte los más jóvenes lo tienen claro y son más relajados. Si no la pasan bien, lo dejan. Por suerte a muchos y muchas les gusta transpirar la camiseta.
Séptimo disco del saxofonista y compositor. Se presentará junto a Nataniel Edelman en el piano y Fermín Merlo en batería el 5 de septiembre a las 23 en Virasoro Bar, Guatemala 4328.
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