A 50 años del asesinato de Ortega Peña, el autor traza una semblanza de un intelectual molesto, un abogado incansable y un militante consecuente.
Nacido el 12 de septiembre de 1936, Ortega Peña era hijo de una familia acomodada que con la irrupción del peronismo se ubicó en las antípodas de este fenómeno. Pasó su adolescencia entre la ciudad, el campo y el Tenis Club Argentino, donde transitó debates filosóficos con jóvenes de su generación y de su clase como periodista y escritor Mariano Grondona.
Ya adentrado en la vida adulta, esa pasión por la filosofía que compartía con su compañero y amigo Ernesto Laclau, debió dar paso al mandato familiar de futuro y estabilidad. Es por eso que ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en el año 1953, desarrollando sus estudios en un ambiente marcadamente antiperonista.
Ortega Peña siguió el camino de muchos intelectuales y militantes de su época. El apoyo a la “Revolución Libertadora” que en teoría había llegado para poner fin al fascismo repitiendo el esquema europeo del “frente nacional”, lo acercó a militar en las filas de la Federación Juvenil Comunista. El Partido Comunista, que en un primer momento había apoyado el golpe contra Perón, luego tomó una postura opositora ante la intervención de los sindicatos y la pérdida de derechos laborales.
Incorporando un método de análisis marxista sobre la realidad, Ortega Peña, al igual que Rodolfo Walsh y tantos otros que siguieron el mismo y sinuoso camino, indagó sobre la identidad de las masas trabajadoras y el metabolismo del movimiento histórico real, tomando contacto con pensadores de la izquierda nacional y el peronismo revolucionario como Juan José Hernández Arregui y John William Cooke.
Para comienzos de los años 60, el ya apodado “Pelado”, comenzó a definir su identidad política, pero más que nada, desde qué lugar debía entender y generar su praxis militante ¿En nombre de quien genera estrategias nuestro pueblo? ¿Con qué identidad? Para mediados de esta los 60, Rodolfo ya era peronista, aunque uno muy particular.
Era el “Enfant Terrible”. A base de preguntas incómodas y rebeldía a los mandatos, fue armando su personalidad política, reflejo sin dudas de un proceso histórico colectivo, compartido, generacional, que debe ser comprendido en su espacio y en su tiempo. Diferentes caminos que llegaron a las mismas conclusiones. Incomodidades al servicio de las necesidades del momento histórico. Y ahí estaba Rodolfo, consecuente únicamente con la causa de la patria y el pueblo trabajador. Ese elemento fue su ordenador.
Ortega Peña no compró manuales ni se fabricó un peronismo esterilizado e impoluto. Hubiese sido más fácil de digerirlo, pero en la comodidad nunca nace la creatividad. Si se asumen las contradicciones, hay que hacerlo bien, en profundidad. Es por eso que en primer lugar, junto a su compañero de estudio Eduardo Luis Duhalde, se volcaron en los debates intelectuales de su tiempo haciendo grandes aportes a la reconstrucción de la historia de las clases populares y cuestionando incisivamente a la historiografía liberal mitrista, como también al revisionismo conservador.
Es así que durante la década del ’60 escribieron Felipe Varela contra el Imperio Británico donde rescatan la gesta del caudillo catamarqueño repudiado por el liberalismo y menospreciado por el revisionismo. En Baring Brother y la historia política argentina continúan desnudando el entramado de dependencia económica y política, y en Felipe Vallese, proceso al sistema comienzan a descifrar los nuevos mecanismos de la represión estatal que derivaron luego en el terrorismo de Estado.
Lejos de todo purismo, Ortega Peña ingresó como abogado en la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) de Augusto Timoteo Vandor, donde se acercó sin mediaciones a amplios sectores de la clase trabajadora. Desde allí comenzó su incansable tarea como abogado en diferentes conflictos fabriles, así como también su activismo como abogado defensor de presos políticos.
Uno de los casos más recordados fue su defensa de los trabajadores de INSUD La Matanza, enfermos de saturnismo por la gran cantidad de plomo en sangre. “Nunca fuimos abogados de una sola organización. Jamás sectarizamos o sectorizamos ideológicamente la defensa política. Para nosotros los presos políticos eran entidades en sí, independientemente de su postura política”, dijo años más tarde Duhalde.
Una aclaración necesaria. Cuando se analiza el pasado es preciso encontrar el equilibrio entre dos elementos: en primer lugar, que todos los personajes deben ser comprendidos en sus contextos, y en segundo lugar, que la necesidad de desarrollar análisis sobre ellos debe aportar aprendizajes para desenvolverse en el presente. No hay nada peor que leer el pasado con el diario del lunes, o romantizar viejas crónicas sin pensar en qué implicancias tienen para el presente.
Ortega Peña asumió como diputado nacional en 1973, un año signado por la creciente tensión entre Juan Domingo Perón y la llamada “izquierda peronista” (un amplio espectro con diversidad de opiniones, tácticas y estrategias sobre qué hacer en esa etapa, cómo disputar el sentido del movimiento, cómo relacionarse con la figura del líder). Ante el intento de reforma del Código Penal que recrudecía las penas contra las acciones armadas, los distintos diputados de la Juventud Peronista, persuadidos por Perón, renunciaron. Ortega Peña, por el contrario, se quedó conformando un bloque unipersonal, el Bloque de Base.
Esta decisión enfureció a Perón quien, según varios testimonios, llegó a amenazarlo de muerte. El abogado, además de su labor parlamentaria, usó la banca como tribuna de denuncias, incluso de crímenes planificados por funcionarios cercanos al presidente, como lo fue el asesinato de tres delegados de fábrica y militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) en General Pacheco.
Esto, sumado a su constante acercamiento con fuerzas por fuera del peronismo como las nucleadas en el Frente Antiimperialista y por el Socialismo (FAS), lo fueron poniendo en el blanco de un ataque que se consumó un mes después de la muerte del líder justicialista, en pleno centro porteño y frente a su esposa.
Se trataba de una época de creciente organización popular y donde los valores democráticos que se pregonan hoy en día valían cero. Las maniobras de Perón, cediendo lugar a sectores de la derecha del movimiento ante la enérgica avanzada del ala más combativa, deben ser comprendidas en su contexto (triunfo republicano en EEUU y golpe de Estado en Chile). Es necesario interpretar el razonamiento del líder de un proyecto político de unidad nacional y conciliación de clases.
Ahora bien, no por cerrar el diario del lunes las acciones del viejo líder político son menos cuestionables o debatibles, incluso para quienes hoy en día se sienten parte del peronismo como identidad política. Asumir las contradicciones implica ser coherentes en ver la película entera, leer el pasado para comprender el presente. Ser consecuentes como lo fue Ortega Peña, sin pruritos, sin pelos en la lengua.
Hoy la realidad del movimiento es distinta, y no es conveniente lanzar paralelismos al azar. Aunque el debate sobre las posibilidades y limitaciones del peronismo continúan en el seno del movimiento, evaluar historias como la de Ortega Peña, posibilita leer el libro completo, con notas al pie y detalles. Los debates deben ser superados así como «El Pelado» trató de hacerlo tendiendo puentes con fuerzas más allá del peronismo, siempre comprendiendo que la solución no debe ser abstracta, sino construyendo fuerza, dinamismo y una idea necesaria que anide en las conciencias de las mayorías.
Ortega Peña debe ser asimilado como un militante político que ha tomado la decisión de estar siempre al servicio de las demandas más transformadoras de la clase. Un intelectual que comprendía la teoría posterior a la praxis, formada al fuego de la realidad que es cruda, tangible y muchas veces incontrolable. El exponente de una generación que puso siempre la ética por delante, haciendo carne su propio juramento: “La sangre derramada no será negociada”.
Un pensador que entendió que en tiempos de avanzada del capital sobre el trabajo no hay lugar para la moderación. La historia pondrá a cada uno en su lugar. Hoy es el día para recordar a Rodolfo Ortega Peña, un militante que ingresó a un movimiento para incomodarlo, y a diferencia de otros tantos, no resultó ser incomodado. Es enorme la labor de ser coherente y consecuente en tiempos violentos, turbios y vertiginosos.
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