Tenía 84 años y más de seis décadas de trabajo intenso. Dejó su huella en la televisión, el teatro y el cine. Un recorrido por su vida y obra.
Con seis décadas de actuación a cuestas, Rodolfo Tilli -así figuraba en los documentos- había nacido el 25 de mayo de 1938 y sus trabajos en TV, cine y teatro le ofrecieron la oportunidad de alcanzar a públicos diversos, que podían elegir entre el galán de “El amor tiene cara de mujer” y “Cuatro hombres para Eva”, el Juan Moreira de la película homónima de Leonardo Favio, o el “Lorenzaccio”, de Alfred de Musset, donde compartió cartel con Alfredo Alcón.
En su juventud se había apasionado por la esgrima y por bailar el tango de salón, pero su padre era Miguel Bebán (1918-2006), un conocido actor, director de teatro y formador de actores y actrices, y su vínculo directo con el ambiente artístico, más una apostura que lo destacaba entre los de su generación, lo invitaron directamente al escenario.
Quizá por cuestiones generacionales –o privadas–, los Bebán jamás se llevaron bien pese a que el hijo adoptó el apellido artístico del padre y no tuvo prejuicio en comprometerse en la escena comercial, como cuando protagonizó junto a Palito Ortega “La extraña pareja”, de Neil Simon, “Las mariposas son libres”, con Ana María Campoy, Susana Giménez y Gabriela Gili, “Las amorosas”, con Susana Campos, Fernanda Mistral, Lidia Lamaison, Adrianita y Norberto Suárez, o “Vivamos un sueño”, de Sacha Guitry, con su entonces esposa Claudia Lapacó.
Justamente fue con Lapacó más Alcón que volvió a subir a un escenario tras una larga pausa en “Filosofía de vida”, del mexicano Juan Villoro (Metropolitan, 2011), para demostrar que su arte estaba intacto, incluso al confrontarse con esos dos monstruos del escenario. En los últimos años su carrera solía tener interrupciones: en TV debieron pasar nueve años entre su actuación en “Hombres de honor” (2005) y “Camino al amor” (2014), que fue su despedida.
Comenzó con el teatro de repertorio en 1955, dirigido por Pedro Escudero, amigo de su padre, pero pronto la pantalla chica reparó en él y apareció en la serie “La hora Fate” (1960), junto a un rutilante elenco que integraban Alcón, Eva Dongé, Orestes Caviglia, Adrianita, Ricardo Lavié, Angélica López Gamio, Fernanda Mistral, María Luisa Robledo, Mecha Ortiz y Nathán Pinzón, figuras de primer nivel en ese entonces.
Fue esa descubridora de talentos llamada Nené Cascallar quien reparó en él y lo introdujo en el prestigioso elenco de “El amor tiene cara de mujer” (1964) y dos años después en “Cuatro hombres para Eva”, donde esos varones perfectamente trajeados hablaban de sus cuitas con el sexo femenino en un programa considerado “para mayores”. Los otros eran Jorge Barreiro, Eduardo Rudy y José María Langlais.
Con esa popularidad llegó al cine y filmó en 1966 la picaresca “Hotel alojamiento”, de Fernando Ayala, y “Del brazo y por la calle”, de Enrique Carreras, a los que siguió el exitazo de “Los muchachos de antes no usaban gomina” (1969), de Carreras, con guion del “Flaco” Norberto Aroldi sobre el original de Manuel Romero de 1937.
Ya era una figura cuando interpretó “Romeo y Julieta”, de William Shakespeare, junto a Evangelina Salazar, en una versión que duró más de dos horas y que tenía como directora a María Herminia Avellaneda y un elenco que integraban figuras como Claudia Lapacó, Tito Alonso, Ernesto Bianco, Osvaldo Pacheco, Susana Rinaldi y Sergio Renán. Eran las épocas en que el país se detenía por un programa de televisión.
En 1972 protagonizó en el cine “Juan Manuel de Rosas”, de Manuel Antín, con guion del director y el historiador José María Rosa –quizá el primer ejemplo de revisionismo histórico en el cine nacional– e hizo lo mismo con la explosiva “Juan Moreira”, que por mucho tiempo disputó el cetro de la más taquillera del cine nacional con “Nazareno Cruz y el lobo”, del mismo Leonardo Favio, hasta que títulos más modernos terminaron con ese sitial.
Ese mismo año fue uno de los actores mejor pagos de la TV local al protagonizar “Malevo”, una telenovela con Gabriela Gili y María Aurelia Bisutti que trascendió las fronteras y hasta creó modismos -“…Y ya me estoy yendo”- que quedaron en el habla popular.
Más tarde estuvo al frente de “No hace falta quererte” (1975), “El Gato” (1976) y “El cuarteador” (1977), donde se puso en la piel de Prudencio Navarro, popular personaje de un tango de Francisco Canaro y Enrique Cadícamo.
En la escena se recuerdan asimismo sus trabajos en “Las tres hermanas”, de Anton Chéjov, dirigida por Armando Discépolo en el San Martín en 1962, “Un tal Joe Miller”, de su padre Miguel Bebán y con su dirección, “Sin salida”, de Dale Wasserman, dirigido por Jorge Hacker, “Diario de un loco”, de Nicolai Gogol, con dirección de su padre, “Un guapo del 900”, de Samuel Eichelbaum, con dirección de Rodolfo Graziano, también director de “Hamlet”, de William Shakespeare, más “El sable”, de Pacho O’Donnell, dirigido por Daniel Marcove en 2004, donde volvió a interpretar al Restaurador de la Leyes.
Hombre reservado, poco amigo de las fiestas y los lugares de la farándula tuvo su sitio en los medios muy a su pesar -algunas de sus parejas no oficiales fueron María Aurelia Bisutti, Thelma Biral y Susana Giménez-, pero su vida familiar fue el ancla que siempre buscó: se casó con las actrices Claudia Lapacó y Gabriela Gili y estuvo en pareja con la modelo Liz Amaral Paz: en total fue padre de seis hijos.
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