Santoro, el precursor y el audaz que se animó a juntar por primera vez al fútbol y a las letras con la publicación de Literatura de la pelota en 1971, guardaba en el cajón central de su escritorio la misma ternura que se percibe en las páginas de ese libro. Entre libretas de la facultad y el carnet de la Alianza Francesa, Neneca encontró un ejemplar de la «Agenda futbolística 1966», editada por la empresa de bebidas alcohólicas Doble-V y completada a pulso por Santoro, partido por partido y fecha por fecha. No es para menos: ese campeonato del 66 terminó con la vuelta olímpica de Racing, con el inolvidable Equipo de José.
Literatura de la pelota, publicado en 1971 y reeditado recién en 2007, tiene un guiño para aquel título: “Cuando la hinchada de Racing puso en vigencia el famoso ‘Y ya lo ve’, surgieron en otras barras las variantes del caso con el que se vivaba o vituperaba a una persona o a un club”. Es difícil recordar a Santoro y no vincularlo a su amor por el fútbol, a su pasión por Racing, aunque su obra también atravesó esa frontera. Para la vuelta olímpica de 1966, Santoro ya tenía 27 años. Ese equipo, además de quedar en su corazón, también fue guardado en el cajón de su escritorio: por estos días Neneca encontró junto a la agenda once figuritas con las que quedó inmortalizado el equipo de José. Cejas, Martín, Perfumo, Basile, Díaz, Rulli, Mori, Maschio, Cardoso, Raffo y Rodríguez.
La mejor fórmula para describir quién fue Santoro es citarlo. “Roberto Santoro. Sangre Grupo A, factor Rh negativo, 34 años, una hija, 12 horas diarias a la búsqueda absurda, castradora, inhumana, del sueldo que no alcanza. Dos empleos. Vivo en una pieza. Hijo de obreros, tengo conciencia de clase. Rechazo ser travesti del sistema, esa podrida máquina social que hace que un hombre deje de ser un hombre, obligándolo a tener un despertador en el culo, un infarto en el cuore, una boleta de Prode en la cabeza y un candado en la boca”.
Cuando una patota de la dictadura militar lo secuestró el 1 de junio de 1977 en la escuela en la que trabajaba como preceptor, el poeta todavía atesoraba las jornadas de gloria en la tribuna y las tardes de sufrimiento escuchando algún partido por radio desde la clandestinidad. Su carnet, cree hoy su hermana, debía estar en su billetera cuando se lo llevaron. Igual lo seguirá buscando. Tal vez, hurgando, aparezcan más pistas racinguistas, más recuerdos de su hermano para sentirlo otra vez cerca. Porque para eso sirven las campañas de restitución como la que anunció Racing en marzo pasado. Para lo mismo que sirve la memoria.
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